Algo huele a podrido… ¿en Dinamarca?
Cuando en el acto I, escena IV, Marcelo, un guardia, un hombre común, le dice a su compañero Horacio que "algo está podrido en el estado de Dinamarca", habla, se supone, de corrupción. Podría ser, incluso, acerca del matrimonio de Claudio y Gertrudis. O sobre el incesto. Pero la frase de Hamlet se consagró a través del tiempo no solo a la idea de que algo anda mal. Su fama se debe a que alerta sobre la descomposición causada por la política sucia desde la cabeza. La corrupción de arriba.
Ironías del destino, Dinamarca es hoy el país menos corrupto del mundo. Según Transparencia Internacional, sobre 180 países tiene el índice más bajo de corrupción (junto con Nueva Zelanda), un ranking de 2019 en el que la Argentina, gracias a haber mejorado durante el gobierno de Macri, aparece en el puesto 66°.
Shakespeare prefirió que Hamlet se situara "lejos" de su Inglaterra; ni siquiera se sabe si alguna vez él estuvo en Dinamarca. Quiere la casualidad que ese mismo reino sea escenario en estos tiempos de otra ficción (sic) a la que mucha gente en todo el mundo toma no solo como eficaz entretenimiento sino como marco referencial para medirse con su propio ecosistema político. Borgen, de ella se trata, puede ser analizada según una amplia pluralidad de perspectivas, que van desde la vida afectiva de quien manda, el liderazgo femenino, la batalla de la mujer por armonizar poder y hogar, la ejecución de la igualdad de género, la frontera entre lo público y lo privado o el grado admisible de maquiavelismo, hasta el papel de los medios en el devenir de los gobiernos o la relación de prensa y política.
Claro que Borgen no es una obra cumbre de la literatura universal sino una serie televisiva de prolongado esplendor. Eso sí, como se lo ha repetido en todo el mundo, esplendor bien ganado. Adam Price, el guionista, un abogado egresado de la Universidad de Copenhague que además de escribir series exitosas a veces se pone un delantal de chef y cocina por televisión, desciende de ingleses, pero es local.
En otros países el fenómeno de mirarse en el espejo de la democracia dinamarquesa a través de Borgen sucedió hace ya algunos años, porque en términos televisivos la serie es vieja (cosa que ni siquiera molesta cuando uno ve que los celulares no son último modelo). Solo en el primer lustro fue vista con bastante suceso en 60 países. La cadena pública Danmarks Radio la estrenó en 2010, lo que hizo que Dinamarca tuviera la primera primera ministra, Birgitte Nyborg, la protagonista de Borgen, perteneciente a un imaginario Partido Moderado, antes en la ficción que en la realidad. Recién en 2011 esto pasó de verdad, cuando la socialdemócrata Hellen Torning-Schmidt llegó al cargo que hoy ocupa quien fuera su ministra de Trabajo y luego de Justicia, Mette Frederiksen, una licenciada en administración y ciencias sociales de 42 años.
En la primera temporada de Borgen (son tres, la cuarta llegará en 2022) hay un episodio de tirantez por Groenlandia con Estados Unidos, cuyo presidente, molesto por una actitud principista de la primera ministra Nyborg, cancela la visita que había anunciado a Copenhague. El año pasado Donald Trump canceló a último momento su visita a Copenhague porque Frederiksen, la verdadera primera ministra, se negó a poner en la agenda de conversaciones la venta de Groenlandia, como pretendía Trump.
La verosimilitud de Borgen es tan contundente, sus personajes tienen matices tan cercanamente humanos, sus problemas parecen tan universales, que la tentación de imaginar a una Birgitte Nyborg criolla es recurrente, cualquiera fuesen las conclusiones del experimento. Sí, la simulación se puede disparar para cualquier lado. Por eso vale la pena tener muy presente que el escenario de Borgen es Dinamarca, no solo el país menos corrupto del mundo sino también uno de los que tienen la mayor igualdad de género, los salarios más altos del mundo, también los impuestos más altos de Europa, educación (gratuita) de altísima calidad, servicio médico universal, viviendas para pobres subsidiadas, en definitiva, un estado de bienestar estable y eficiente.
La diferencia entre Dinamarca y Argentina no está, tal vez, en uno u otro ítem ni en el ánimo que se requiere para pasar pesos a coronas danesas. Es simple: el modelo danés funciona, el argentino no. ¿Hace falta fundamentar esto repitiendo a la sombra de la pétrea grieta nuestras dolorosas estadísticas de pobreza, indigencia, inflación, deuda, rendimiento educativo, caída del PBI, incapacidad para sustentar el sistema previsional, corrupción, seguridad jurídica y todo lo demás, ahora multiplicado a causa de la parálisis económica por decreto inspirada en la pandemia? Es duro decirlo, en muchos aspectos estamos en las antípodas. Tan duro es que para no decirlo se inventó el menosprecio de los resultados, el denuesto de los instrumentos de evaluación, no solo de pruebas PISA sino cualquier escala meritocrática, con el argumento de que evaluar, medir, comparar, estigmatiza, es antagónico con la igualdad de oportunidades, justo la mayor fortaleza de cuantas les permitirían a los daneses dar cátedra al mundo.
¿Hace falta fundamentar esto repitiendo a la sombra de la pétrea grieta nuestras dolorosas estadísticas de pobreza, indigencia, inflación, deuda, rendimiento educativo, caída del PBI, incapacidad para sustentar el sistema previsional, corrupción, seguridad jurídica y todo lo demás, ahora multiplicado a causa de la parálisis económica por decreto inspirada en la pandemia?
Muchos de los que ya han disfrutado Borgen estarán evocando el impacto (o el consuelo) que les causó ver que Birgitte Nyborg también padece aprietes empresarios, extorsiones extranjeras, intentos de manipulación de los medios. Al final es igual en todas partes, podrán decir.
Pero no es igual. Lo parecido, en todo caso, es la suciedad del poder, otra vez Hamlet, Maquiavelo, no lo que se hace con eso. Y tampoco es que se trate de superhéroes. Birgitte está llena de contradicciones (encima, Sidse Babett Knudsen, actriz superlativa, transmite quién sabe cómo hasta el gusto agrio que le queda en la boca después de un instante adverso). Cuando por fin consigue perder la inocencia sortea las sucesivas crisis con astucia, además de sentido común y coraje. No exenta de errores y dilemas éticos a veces de discutible desembocadura. Es cierto, en lo troncal ella se esfuerza desde el poder o desde el llano, y sobre todo cuando tiene oportunidad de volver al poder, por respetarse a sí misma. Hay límites, si bien se ve que no todos los políticos daneses los regulan con el mismo patrón.
¿Cuál es la diferencia profunda entre nuestros sistemas políticos? Siempre tienta encontrar una causa hegemónica, determinante, inapelable. "Es el parlamentarismo, a nosotros nos mata la rigidez presidencialista". O "es la monarquía, ahí está la continuidad del sistema" (es cierto, la monarquía tiene mil años en Dinamarca, pero no hay que olvidar que antes de ser parlamentaria era absolutista). "Lo que pasa es que ellos son poco más de cinco millones" (alguna vez nosotros también fuimos muchos menos y eso no evitó a partir de 1930 la decadencia).
Aun si hubiera parte de cierto en alguna de estas supuestas ventajas es más probable que se hallen en la cultura política las grandes virtudes nórdicas. Quien mire Borgen con un tamizador de contrastes en la cabeza podría detectar, por lo pronto, cuatro rasgos del sistema danés inexistentes en la Argentina:
1) El férreo sistema de partidos, que muestra un espectro de izquierda a derecha con sus correspondientes líderes.
2) La certidumbre enraizada de que la democracia consiste en procesar las diferencias mediante negociaciones es sustancial. Resulta ser la única forma de conformar alianzas imprescindibles para gobernar, porque nadie tiene la mayoría absoluta.
3) No está legitimado el bloqueo o el obstruccionismo como mecanismo político. Los partidos se ven compelidos a encontrar acuerdos a partir del líder de la negociación que bendice la reina.
4) Hay un ímpetu resolutivo que aniquila la circularidad de los conflictos. Hasta se lo advierte en la brevedad de las reuniones. Con ojos argentinos la celeridad es asombrosa.
5) Lo legal y lo ilegal forman parte de dos esferas diferenciadas no solo normativa sino culturalmente.
Algunas de estas cuestiones no atañen en Borgen solo a la política sino también al periodismo. En especial, cierta distinción entre lo que está bien y lo que está mal, se haga luego una cosa o la otra.
Lo que más se ve en Borgen son políticos negociando. Haciendo pactos. No solo es lo que menos se ve en la Argentina. Entre nosotros pactar se ha vuelto casi una mala palabra.