Algo en común, más allá de la frontera
Todos queremos que nos entiendan, por lo menos cuando hablamos y suponemos que lo estamos haciendo en el mismo idioma. Pero esta creencia no siempre se comprueba en la práctica. Veamos un ejemplo... o dos.
En El español: una lengua viva (http://bit.ly/1LY3OdN), el informe 2015 del Instituto Cervantes para celebrar El Día E, aparecen algunos datos informativos: "A la ausencia de un criterio universal que permita distinguir si dos hablas con cierto grado de inteligibilidad mutua han de considerarse dialectos de un mismo idioma o dos lenguas diferentes es preciso añadir el hecho de que no existe un censo totalmente fiable que recoja de forma precisa los datos relativos a los hablantes de los distintos idiomas del planeta".
El informe aclara a continuación que "el español es la segunda lengua más hablada en el mundo como lengua nativa, tras el chino mandarín, que cuenta con más de mil millones de hablantes".
Hay luego un muy interesante cuadro sobre la "Población de los países hispanohablantes", dividido según el país, el número de habitantes, el porcentaje de hablantes nativos, el Grupo de Dominio Nativo (GDN, en el que se contabilizan los bilingües como hispanohablantes, pero no los monolingües en otras lenguas) y el Grupo de Competencia Limitada (GCL, que incluye a los hablantes de español de segunda y tercera generación en comunidades bilingües, a los usuarios de variedades de mezcla bilingües y a las personas extranjeras de lengua materna diferente del español residentes en un país hispanohablante).
Por supuesto, este informe se puede descargar del sitio del Instituto Cervantes, por si alguien lo quiere estudiar más en profundidad. Lo que importa es comprender que los hispanohablantes tenemos una herramienta privilegiada frente al resto del mundo (salvo los chinos, que son más y van en franca expansión).
El segundo ejemplo para compartir está más a la mano, porque es una película española que se llama Ocho apellidos vascos (que en la cartelera cinematográfica, para abreviar, han rebautizado como 8 apellidos vascos) y se estrenó aquí la semana pasada.
El argumento es sencillo de toda sencillez, muy en el estilo de las viejas películas de Palito Ortega y Rocío Durcal: un muchacho andaluz se enamora perdidamente de una muchacha vasca y la sigue hasta el fin del mundo que para él, que es de Sevilla y nunca ha salido de allí, son las Provincias Vascas, es decir, "lo que no es España". Y, cuando por obligación, no tiene más remedio que arengar a un grupo de manifestantes en euskera, idioma que desconoce, les dice: "Mejor hablemos en español, para que los españoles por fin nos entiendan".
No es necesario ser de ascendencia española o vasca para comprender por qué esta película tuvo un éxito inédito en su país de origen (fue vista por el 25 por ciento del público español de cine). Por los estereotipos con los que se maneja salta a la vista que es casi la primera vez que en España logran tomarse a broma su compleja historia social y política del siglo XX: el Norte y el Sur, enfrentados por muchas cosas más que la diferencia de idiomas.
De la experiencia que significó ver esta comedia y entenderla, se rescata una palabra: el padre vasco se despide de su hija con un "¡Agur!" (adiós). Ésa era la palabra que, en la casa de la abuela vasca de quien esto escribe, ponía casi siempre punto final a cualquier discusión.
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