Alfonsín y Patricia Bullrich en los laberintos de la historia
Una anécdota poco conocida une a Raúl Alfonsín con Patricia Bullrich y proyecta mensajes urgentes sobre el futuro de la democracia argentina. En el año 1985, Alfonsín había alcanzado una popularidad inédita con el juicio a las Juntas Militares. Ante los rumores permanentes de golpe de Estado, el Gobierno llamó a una marcha “En defensa de la Democracia” en la Plaza de Mayo. Fue una convocatoria multitudinaria, que reunía a radicales, peronistas, militantes de izquierda, independientes. Luego de décadas de desprecio hacia el sistema institucional por parte de grupos políticos que reivindicaban la violencia, la plaza se cubrió de argentinos que ratificaban su opción por la democracia. Era un disuasivo poderoso para alejar a los proyectos golpistas que todavía se elucubraban en los sótanos de la Argentina. Alfonsín salió al balcón. “Compatriotas, yo les agradezco esta presencia multitudinaria, sé muy bien que no han venido a expresar adhesión a un gobierno, han venido a defender la democracia; porque otra vez, como en el pasado, se ha intentado golpear no a un gobierno sino al pueblo argentino”, comenzó. La plaza respondió con una ovación.
Alfonsín debía abrazar a unos y otros con el discurso, contener a una sociedad que navegaba en la incertidumbre ante las amenazas golpistas y la recesión. Pero en la trastienda del Gobierno, el Presidente veía crecer las amenazas económicas. Eran indicios de un cataclismo. La plaza deseaba escuchar a un líder que transmitiera heroísmo e ilusión. Sin embargo, Alfonsín recibía los informes de una economía que se deterioraba y se cocinaba una reacción. La deuda externa representaba el 67% del producto, con tasas del orden del 10% anual. El nivel de reservas era bajo y se enfrentaban atrasos con acreedores externos por US$ 3.200 millones, que incluían en especial al FMI. Como reconoció José Luis Machinea, “la situación empeoraba todos los meses”. En febrero de 1985, Alfonsín había reemplazado al ministro de Economía Bernardo Grinspun por Juan Sourrouille y preparaba el Plan Austral para frenar la hiperinflación. Era un programa de shock que apuntó a estabilizar los precios. Las medidas que se tomaron son materia urgente de repaso frente a un presente que repite el escenario.
En “Diario de una temporada en el quinto piso”, Juan Carlos Torre cuenta los recuerdos de Alfonsín sobre el discurso del 26 de abril. “Fue un momento muy desagradable. Yo estaba muy nervioso, sabía que iba a decir cosas muy terribles, muy distintas de las que la gente deseaba escuchar, pero consideraba que era necesario decirlas”, rememoró Alfonsín.
Fue entonces cuando lo imprevisto ocurrió. En la plaza, un grupo de la Juventud Peronista había montado un acto para replicar sus palabras. Con un megáfono, una joven dirigente de la JP, llamada Patricia Bullrich, gritaba a viva voz para responderle al Presidente.
“Yo necesitaba contar con toda mi capacidad de concentración –recordó Alfonsín-, con toda serenidad para poder medir cada gesto, pesar cada palabra. Pero las cosas no se dieron de ese modo. Un grupo de la Juventud Peronista dirigido por Patricia Bullrich, según supe después, logró abrirse camino en medio de la multitud para situarse con un camión y un megáfono a muy poca distancia de donde yo estaba. No me dejaron hablar en paz”. Descolocado y a sabiendas del plan económico que se preparaba, Alfonsín lanzó entonces la frase que terminó por empañar la convocatoria: advirtió a los argentinos que debían prepararse para una “economía de guerra”. La defensa de la democracia quedó en un segundo plano. Muchos se fueron de la plaza desilusionados por el baldazo de agua fría. La admonición del Presidente se convirtió en el título de todos los diarios. Era imposible remendar el camino.
En una recorrida de campaña por Avellaneda y Lanús, la nación trae al presente aquella anécdota. “Es verdad, yo organicé un acto de la JP en la plaza”, reconoce Bullrich. La precandidata a presidente de Juntos por el Cambio se propone ahora para llegar al cargo que entonces ocupaba Alfonsín. “Yo lo organicé, pero un presidente no puede descolocarse por un acto”, argumenta sin arrepentimiento. Bullrich tiene en mente un programa de shock para frenar la inflación. Las encrucijadas se repiten. Pero ningún dirigente puede ahora reunir en una plaza a simpatizantes oficialistas y opositores. El nivel de confrontación no acepta coincidencias. Cuatro décadas después, la economía enfrenta a la Argentina a su fracaso, con niveles de pobreza que, sin contar los planes sociales, supera a la mitad de la población. En 1985, el año del discurso, se ubicaba por debajo al 20%. La caída no garantiza aprendizajes.