Alejandro Gómez: la conjura que no fue
Cuarenta años después, las motivaciones de la renuncia del vicepresidente de la Nación, a sólo seis meses de haber asumido, siguen siendo materia de juicios contrapuestos.
ALEJANDRO GOMEZ presentó su renuncia como vicepresidente de la Nación el 18 de noviembre de 1958. Su dimisión fue la primera aceptada en la historia argentina y sus motivaciones son todavía materia de juicios contrapuestos.
¿Quiso Gómez sacar partido de la hostilidad militar hacia el gobierno desarrollista de Arturo Frondizi? ¿Fue víctima de una intriga o de una época dominada por el prejuicio y los desencuentros?
En rigor, la crisis se esperó desde el momento en que el binomio que encabezó con Frondizi ganó las elecciones del 24 de febrero de 1958, con el respaldo explícito de Juan Perón, entonces proscripto en la Argentina y radicado en Caracas.
Frondizi y su núcleo íntimo de la UCR Intransigente -escisión de histórico tronco radical- pensaron que su gobierno sería desestabilizado, tanto por haberles infligido un grave revés a los militares de la Revolución Libertadora, que preferían a Ricardo Balbín como candidato, como por los intereses que dañarían su política, en especial, la petrolera.
Esto último fue menos importante que el fuerte prejuicio antiperonista y el fervor anticomunista de la mayoría de los miembros de las Fuerzas Armadas, que pensaban que la presencia del ideólogo del "desarrollismo", Rogelio Frigerio, constituía un verdadero caballo de Troya de Moscú.
Lo cierto es que el frondicismo aguardaba cada amanecer la salida de los tanques. Una permanente inquietud muy explicable por el clima imperante y la escalada de planteos militares: hubo más de treinta, y cuatro crisis castrenses.
Una de las hipótesis frondicistas era que el "golpismo" obligaría al presidente a renunciar, pero como una nueva irrupción militar en el poder no contaría con suficiente respaldo y provocaría enfrentamientos, buscaría colarse detrás de Gómez. De ese papel para el vicepresidente se hablaba en reuniones en el Centro Naval, donde tallaban el radical Miguel Angel Zavala Ortiz y el socialista democrático Américo Ghioldi.
Noviembre fue conflictivo: primero, una larga huelga petrolera, calificada como "insurreccional", expresaba la reacción del peronismo más duro y del comunismo, ante la nueva política petrolera consistente en alentar contratos con empresas extranjeras para "ganar la batalla del petróleo", la gran consigna del desarrollismo. El frondicismo leyó esa huelga y la posterior (ferroviaria) como mensajes de Perón debidos al incumplimiento de los acuerdos de Caracas. La huelga de trenes fue reprimida mediante el Plan Conintes (contra la conmoción interna), que puso a los trabajadores bajo control militar. En este cuadro, las 62 Organizaciones Peronistas planeaban una huelga general por cuarenta y ocho horas.
Ese mes también estuvo plagado de novedades políticas. El día 10, inesperadamente, Frondizi decretó el estado de sitio, y Frigerio presentó su dimisión -más formal que real-, horas después, para aligerar las presiones.
Frondizi estaba con gripe en Olivos cuando, el 11, el teniente coronel Octavio Melitón Quijano Semino, con el pretexto de saludar a su primo Abel Viscay Semino, alto funcionario del Senado, entrevistó a Gómez en su despacho. Un hecho intrascendente que desencadenó la crisis.
¿Un gobierno de coalición?
Gómez afirma hasta hoy que fue víctima de una conjura. Los datos son contradictorios, pero el ministro del Interior, Alfredo Vítolo, famoso por su inteligencia y habilidad política, contó que fue llamado de urgencia al despacho de Gómez en el Senado, donde escuchó de su boca el avance de un golpe de Estado que tenía como resultado el reemplazo de Gómez por Frondizi, con la idea de un gobierno de coalición, hasta que se calmara la situación.
Los hechos se precipitaron. Según Gómez, solamente Frondizi sabía del complot por una fuente militar, un amigo de ambos, cuyo nombre juró no revelar. Frondizi mantuvo esta actitud en el virtual careo que tuvo con su segundo, frente a los secretarios militares, como consta en un acta de una tensa reunión en la Casa de Gobierno. Los militares aseguraron que dominaban la situación interna, lo que era relativo.
El silencio de Gómez determinó que el comité nacional de la UCRI decidiera su expulsión por deslealtad, sanción acompañada por los bloques frondicistas de las dos cámaras. En la Cámara de Diputados, Héctor Gómez Machado tronó: "Le iniciaremos juicio político".
Es cierto que Gómez era crítico del rumbo gubernamental y tuvo reparos con la reglamentación del famoso artículo 28 de la ley de educación del gobierno de Aramburu, que cedió a las universidades privadas la facultad de otorgar títulos académicos. Lo que hoy parece lógico, a fines de la década del cincuenta dividió a la sociedad en "laica" y "libre", que Frondizi impulsó para conformar a la jerarquía eclesiástica, pero también como distracción.
Es probable que la debilidad de Gómez y su antiperonismo hayan podido ser aprovechados por los enemigos de Frondizi. Pero no existen pruebas al respecto. Tampoco está documentado que el plan para alejar a Gómez fuera pensado por el entonces omnipresente coronel Manuel Ramón Reimundes, subsecretario de Guerra y "jefe" de una logia militar más famosa que real: El Dragón Verde. A Quijano Semino se lo tragó la historia.
En este escenario crítico inundado de desconfianzas, Gómez debía elegir entre el juicio político o su dimisión. Una mediación del embajador Damonte Taborda y de los gobernadores de Córdoba, Arturo Zanichelli, y el de Corrientes, Piragine Niveiro, encontró la solución. El 15 de noviembre, Gómez le escribió a Frondizi diciéndole: "Contésteme: ¿Alejandro Gómez (así se refería a sí mismo, en tercera persona) es un traidor o un hombre de bien?" A vuelta de correo el presidente, respondió: "Le contesto categóricamente al interrogante: Alejandro Gómez no es un traidor, es un hombre de bien y un honrado colaborador. Lo digo en obsequio a la verdad histórica, con la mano sobre mi corazón". Así, el vicepresidente autorizó la difusión de su renuncia. El honor quedaba a salvo.
En una apurada Asamblea Legislativa que aprobó la renuncia, el entonces diputado por la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), Carlos Perette, sentenció: "El tribunal ha sido la UCRI, no el Parlamento". Tan cierto como lo expresado por su correligionario Anselmo Marini: "¿Dónde termina la verdad y dónde empieza la ficción?".
¿Consiguió Frondizi tiempo para impulsar sus innovaciones sin complejos ni ataduras? En realidad, jamás tuvo sosiego. Meses más tarde, también para ganar meses al "golpismo", trajo a Alvaro Alsogaray como ministro de Economía y Trabajo. Cuando, en marzo de 1962, fue derrotado electoralmente por el peronismo, los militares no se lo perdonaron y le reprocharon no haber llamado a elecciones para designar al vicepresidente vacante.
Frondizi cumplió con su profecía: "No renunciaré, no me exiliaré ni me suicidaré". Lo reemplazó, mediante un ardid de Julio Oyhanarte, integrante de la Corte Suprema, José María Guido. Una ficción, como pudo ser la de Gómez, para salvar un poco de legalidad en una época donde el prejuicio y los odios prevalecieron sobre la racionalidad.