Alberto y Cristina: un conflicto de poder y pasiones con efectos imprevisibles
La relación entre el primer mandatario y la vicepresidenta de la Nación atraviesa su peor momento desde la llegada de Fernández al sillón de Rivadavia
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En las últimas semanas, el presidente Alberto Fernández ha sentido en carne propia el fracaso que le ha deparado la ambigua posición por la cual buscó brindar alguna señal de tranquilidad a los mercados por la vía del acuerdo con el FMI, procurando al mismo tiempo no enfadar a Cristina Kirchner ni poner en riesgo la unidad de la cada vez más inestable coalición gobernante. No ha logrado ni una cosa ni la otra.
Por un lado, el entendimiento con el Fondo Monetario fue considerado necesario para evitar un default con graves consecuencias, pero insuficiente como para despertar el interés inversor o para doblegar a la inflación; por otro, la relación entre el primer mandatario y la vicepresidenta de la Nación no ha hecho más que empeorar, al punto de considerarse virtualmente rota entre distintos dirigentes de primer nivel del oficialismo.
La difícil situación que atraviesa la relación personal entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner reconoce muchos antecedentes, entre los cuales las diferencias acerca del acuerdo con el FMI podrían ser consideradas apenas como un detonante. La gran frustración de la vicepresidenta y mentora en 2019 de la candidatura presidencial de su exjefe de Gabinete sigue pasando por el hecho de seguir procesada en varias causas judiciales por corrupción de las que esperaba estar sobreseída a estas alturas. Su malestar se profundizó con la derrota electoral del Frente de Todos en las elecciones legislativas de 2021.
El narcisismo cristinista le impide a la vicepresidenta un mínimo de autocrítica para explicar las razones de aquel traspié electoral. Toda la culpa, según ella y sus acólitos, es de un presidente de la Nación que no se subordinó a quien lo ungió como postulante a la Casa Rosada y con cuyas políticas descuenta que las próximas elecciones presidenciales ya están perdidas para la coalición gobernante.
En ese contexto, la estrategia cristinista pasa por sobreactuar sus diferencias con el jefe del Estado y sus principales colaboradores como un mecanismo de defensa, tendiente a preservar su capital político y, eventualmente, intentar refugiarse hacia 2023 en el distrito bonaerense, y en particular en el conurbano, donde la expresidenta conservaría un apreciable nivel de respaldo popular.
Los estrategas del cristinismo consideran hoy que Cristina Kirchner podría ser candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires, con un postulante propio a la gobernación bonaerense y elecciones desdobladas de las presidenciales para evitar el arrastre negativo que depararía una candidatura de Alberto Fernández a su reelección o de cualquier otro dirigente peronista cuya campaña se vería empañada por los pobres números que depararían la macro y la microeconomía.
Pero ocurre que, a juicio de Cristina, el acuerdo con el Fondo Monetario y los incrementos tarifarios desatarían una mayor indignación ciudadana, especialmente en el Gran Buenos Aires. Esto es, en el territorio donde el kirchnerismo más rancio apuesta a guarecerse frente a una eventual debacle electoral en el orden nacional.
A nadie le queda claro cuál es el plan económico alternativo del cristinismo. ¿Acaso romper con el FMI y hacer que todo vuele por los aires? ¿Acaso generar las condiciones para que, tras una cesación de pagos de la deuda, el riesgo país se vaya a 5000 puntos básicos como en 2001?
Algo de eso parece desprenderse de las más recientes confesiones del senador Oscar Parrilli. Según el secretario todoterreno de Cristina Kirchner, hubo “inexperiencia, inocencia, ingenuidad o complicidad” en el acuerdo con el Fondo. “Esta no fue una negociación del Frente de Todos, sino de ese grupo de funcionarios del Poder Ejecutivo que nos dejaron al borde del precipicio y nos extorsionan para que aprobemos en sobre cerrado sus actos irresponsables”, señaló en un documento conocido luego de la sanción por el Congreso del respaldo al Gobierno en sus negociaciones con el organismo internacional.
Tras consignar que hubo varias reuniones con funcionarios del Gobierno, en las cuales los “alertaron” de que “se iban a necesitar por lo menos veinte años para conciliar la deuda”, Parrilli expresó: “Sentíamos que en verdad no nos escuchaban”. Y se preguntó: “¿Al FMI realmente le interesa cobrar la deuda, o quiere eternizarla como una soga al cuello que extorsione al actual y futuro gobierno, para ser ellos quienes decidan qué hacer con los argentinos, sus bienes y sus vidas?”. Su relato continuó con una advertencia que nos remite a los argumentos setentistas contra el imperialismo: “¿Y qué pasará si, aquí, vienen por nuestras cataratas, nuestros glaciares, nuestras reservas de agua dulce o las segundas reservas de gas no convencional del mundo que hay en Vaca Muerta?”.
La posibilidad de la ruptura entre el cristinismo y el albertismo aparece en otra frase lanzada por el propio Parrilli: “Como dice Cristina Kirchner, las elecciones no se ganan con la unidad de los dirigentes, sino gobernando para mejorar la calidad de vida del pueblo”.
Este último mensaje pareció ser recogido ayer por un grupo de referentes de la cultura alineados con el cristinismo, en un documento que, avalado por La Cámpora, contiene duras críticas al Gobierno y puede verse como una respuesta a una carta pública de apoyo a Alberto Fernández que habían dado a conocer la semana última otros intelectuales más cercanos a la Casa Rosada, entre los que se hallaban Alejandro Grimson, Ricardo Forster, Jorge Alemán, Dora Barrancos y Eduardo Jozami.
En el documento conocido ayer, y firmado entre otros por Teresa Parodi, “Dady” Brieva, Artemio López, “Mempo” Giardinelli, Roberto Salvarezza, Eduardo Basualdo, Liliana Herrero y Cynthia García, se plantea una posición crítica sobre las razones para la subsistencia del Frente de Todos: “¿Unidad para qué política? ¿Unidad que garantice la transferencia de recursos desde los trabajadores hacia el capital?”. Se señala también que el concepto “moderación” es “riesgoso para cualquier gobierno popular latinoamericano”. Y, finalmente, desliza un duro cuestionamiento al anuncio presidencial sobre una guerra contra la inflación: “La política gubernamental ha llegado a su punto más trágico: la preparación de escenarios de anuncios donde no se realizan anuncios. (…) El mismo gobierno genera las expectativas y la defraudación de las expectativas”, concluye.
Desde el cristinismo, se deja trascender que sus dirigentes, con Máximo Kirchner a la cabeza, han pasado a la resistencia. Al menos por ahora, se trata, por cierto, de una resistencia bastante particular, si se tiene en cuenta que ninguno de los funcionarios de confianza de la vicepresidenta que ocupan cargos en el Gobierno o en organismos descentralizados parecería dispuesto a sacar los pies del plato.
Asistimos así a un fenómeno bastante insólito, donde dirigentes que reniegan del Gobierno siguen manejando grandes cajas del propio Estado. Los casos de la Anses, el PAMI o Aerolíneas Argentinas son los más relevantes.
El final del conflicto entre el presidente y la vicepresidenta de la Nación por ahora está abierto, aunque nadie descarta que si los componentes pasionales de la política se imponen sobre los componentes racionales, aquellos conduzcan a una crisis de consecuencias imprevisibles.