Alberto, un transgresor del protocolo K
Cuando Mauricio Macri asumió, hace cuatro años, se contaba que la ascensorista de Casa Rosada tenía prohibido mirar a Cristina o hablarle. Y que cuando Macri la saludó y le preguntó por el clima, se puso a llorar por la opresión contenida de los últimos años. Cambiemos venía a proponer otro "clima". Otro modo de ejercer el poder. Un presidente que no infundiera temor, que no señalara "antipatrias" por cadena nacional. Y un Estado que dejara de ser un panóptico que vigila pero que no se deja vigilar (auditar). Sin embargo Macri consiguió lo que parecía imposible: empeorar la inflación y pobreza que dejaba el kirchnerismo. Dicho de otra manera: que el ascensor principal, el de la economía, se desplomara al cuarto subsuelo. Eso reseteó en una parte de la sociedad los umbrales de tolerancia frente a la corrupción y posibilitó la inimaginable vuelta. Este martes, en el Congreso, aquella ascensorista de Casa Rosada fue Macri, al que Cristina le negó el contacto visual.
Alberto Fernández viene, en apariencia, con otro glosario: en la asunción se abrazó con Mauricio y llevó a Michetti en su silla de ruedas. No solo hizo con ellos contacto visual sino ¡físico!, transgrediendo gravemente las normas de protocolo K. Los gestos y las palabras de un presidente desde un atril producen efectos concretos en la ciudadanía y especialmente en los fanáticos. Un líder puede tensar el clima social, crisparlo y contagiar violencia. O lo contrario. En ese sentido, el de Alberto fue un discurso "antiinflamatorio". ¿Cuánto durará el efecto terapéutico? Si la economía arranca, la propuesta antigrieta de Alberto tiene chances. Si no ocurre, volveremos a la programación habitual de ella: "los poderes concentrados", "lawfare", etc. Las latas de El Zorro siempre rinden.
La escena de la lectura del discurso de asunción fue el retrato viviente de cómo se ejercerá el poder en los primeros tiempos: Alberto ejecutaba por cadena nacional la pieza que él mismo había escrito. Pero Cristina estaba pegada a él, leyendo en voz baja, controlando la partitura. Del mismo modo la ministra de Justicia y Derechos Humanos será Marcela Losardo, amiga y socia de Fernández desde hace treinta años. Pero pegado a ella, "leyendo" lo que escriba Losardo, estará como viceministro Juan Martín Mena, un penalista muy cercano a la expresidenta.
Así como las inmobiliarias estiraron el nombre Palermo hasta el infinito y hoy tenemos Palermo Soho, Palermo Hollywood o Palermo Queens, la inmobiliaria peronista estira el Nunca Más a otras zonas para subirles el valor del metro: "Nunca Más a la Justicia contaminada". Con su proyecto de reforma del fuero federal, Alberto amenaza con demoler Comodoro Py, licuando el poder de los doce jueces al construir una torre donde se muden a ese fuero otros jueces penales, de instrucción o del fuero penal económico. El diseño del arquitecto para salvar a la arquitecta. Si lo consigue, esa será su mayor obra pública.
¿Qué les parece la reforma a los federales? Uno de ellos le dijo a La Nación: "Todo muy lindo, pero lo que tienen que hacer es dejar de robar". Un poeta.
El Nunca Más llegó también a otro barrio, Monserrat. Allí, en 25 de mayo número 11, está la AFI. "Nunca Más una justicia contaminada por los servicios de inteligencia". Serán intervenidos, anticipó Alberto. Todo ferretero sabe que tuerca y tornillo aprietan más fuerte si en el medio está la arandela. Y todo presidente sabe que poder político y judicial se aprietan más fuerte el uno al otro si en el medio está la exSIDE. ¿Se termina la ferretería en Argentina? ¿Tendrá Béliz, que suena como interventor, su "reparación histórica"? Ver para creer.
Finalmente digamos, estimado lector, que si usted posee alguna dosis de optimismo con respecto a lo que pueda hacer Alberto, sepa que es natural. La esperanza es un impulso vital, al igual que comer y dormir. Aunque Wimpi, genial escritor y guionista uruguayo, decía que "el tipo se vuelve pesimista a fuerza de ver lo que le pasa al optimista".