Alberto: quedate en casa
“Ojalá que vaya en cana” (Del intendente peronista Pablo Zurro, sobre Alberto Fernández)
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Los alumnos de una universidad se reían cada vez que veían los ojos del director de la carrera a través de la delgada ventanita que, en forma apaisada, atravesaba la totalidad de una de las cuatro paredes del aula. Los dos globos oculares parecían desplazarse como escindidos del resto del cuerpo. Iban de izquierda a derecha controlando tanto la asistencia de los alumnos como la del profesor. “Ahí va José Panóptico”, decían cada vez que el sujeto hacía su rueda de observación.
La ventanuca indiscreta funcionaba como imitación del panóptico creado por Jeremy Bentham hacia fines del siglo XVIII con el objetivo de que todos los reclusos de una cárcel pudieran ser vigilados por una sola persona. Vigilar y castigar escribiría más tarde Michel Foucault.
Alberto Fernández tuvo su propio panóptico durante la pandemia. Nos metió en un encierro forzado y nos controlaba desde su puesto de carcelero, mientras él se desplazaba a piacere por donde quería, con quienes quería y las veces que quería. Suplicio, castigo, disciplina y prisión para los argentinos de a pie. El filósofo francés no pudo habérsele adelantado mejor al exprofesor de cabotaje.
Pero un día, Alberto se vio obligado a intercambiar posiciones. Convengamos que hizo bastante mérito para terminar encerrado en su aula-vivienda de Puerto Madero, de la que hace semanas que no puede asomarse a la calle sin que lo increpe una avalancha de expresidiarios inocentes.
No lo rescatan ni los propios compañeros de ruta. “Fue un mal presidente”, dijo Cristina, su madre putativa; “estoy en shock”, balbuceó Kicillof; “ojalá que vaya en cana. Se destruyó solo y el peronismo no tiene por qué hacerse cargo de un golpeador”, dijo el intendente de Pehuajó, Pablo Zurro, quien parece haber cerrado la lista en Alberto habiendo otros denunciados de su partido por el mismo delito y de los que no han dicho ni mu.
Desde su encierro voluntario, el ex profe-presidente, ya sin alumnos y sin poder, anunció que renunciaba a la presidencia del PJ nacional. “Deseo que ninguna esquirla del linchamiento mediático al que estoy siendo sometido pueda lastimar a este partido en el que militan hombres y mujeres que tanto hicimos por la igualdad de géneros y respeto a las diversidades”, sostuvo. No hacía falta que dimitiera de manera indeclinable. Tal como están dadas las cosas, nadie iba a pedirle que lo pensara.
De dueño del panóptico, pasó a estar en el ojo del Gran Hermano. Como ingeniosamente le recomendó un colega, retribuyéndole al exmandatario una de las frases publicitarias con las que nos machacó cada día de los ocho meses de encierro durante la pandemia: “Alberto, lo mejor que podés hacer es quedarte en casa”.
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