Alberto Manguel: “Cambalache es nuestro verdadero himno nacional”
El escritor recibe hoy el prestigioso Premio Formentor, en Mallorca; en una entrevista con LA NACION habla de sus sueños y proyectos en la Biblioteca Nacional y de la experiencia de vivir en Buenos Aires después de 40 años en el exterior
POLLENSA, Islas Baleares.- Alberto Manguel bromea con que acaso quienes otorgan el Premio Internacional Formentor designen a los ganadores por orden alfabético. “Empezaron con Beckett y Borges. Desde ahí el único camino que queda es el descenso. Tal vez han decidido que ahora le tocaba el turno a la M”, dice con una sonrisa franca, sentado en los jardines con vistas al Mediterráneo del hotel donde esta noche recogerá uno de los mayores reconocimientos literarios que se entregan en España.
Llegó anoche a la isla de Mallorca, donde le esperan tres días de debates entre escritores, editores, periodistas y lectores. Es un respiro en su vida reciente de “administrador”, como le gusta describir sus funciones como director de la Biblioteca Nacional . Un trabajo que le impide (casi) escribir.
¿Y cómo vive un escritor que no escribe? “Hay un cuento de Edgar Allan Poe, que se llama La verdad sobre el caso del señor Valdemar, donde un hipnotizador convence a un hombre que se está muriendo de hipnotizarlo en el momento justo de la muerte y mantenerlo vivo en ese momento. Así estoy yo”, responde en una entrevista con LA NACION.
La Biblioteca lo entusiasma –sobre todo el proyecto de poner a funcionar el Centro de Estudios Borges en la antigua sede de la calle México– y también le causa frustraciones. La mayor de ellas: la burocracia de la Aduana. “No entiendo cómo en las reformas que este gobierno ha hecho no ha podido cambiar esas leyes absurdas que instaló el gobierno kirchnerista para impedir la entrada de libros a la Argentina”, dice.
Manguel todavía atraviesa la extrañeza del regreso al país que había dejado hace más de 40 años. “Creo que tendríamos que reemplazar el Himno Nacional por Cambalache, que es nuestro verdadero himno nacional -enfatiza-. Yo la Argentina de ahora la siento así.”
–¿Cómo es volver a vivir en Buenos Aires, la ciudad de su juventud, después de tanto tiempo?
–Yo no vivo en Buenos Aires. Vivo en la Biblioteca. Voy a ciertas librerías, estoy obligado a comer fuera por cuestiones de trabajo, pero aun así no encuentro un restaurante en el que se pueda hablar. Siempre hay música fuerte o pantallas de televisión que funcionan como una excusa para no conversar. El ruido en Buenos Aires ha aumentado a un nivel insoportable.
–¿Qué dice eso de Buenos Aires?
–Yo recuerdo un Buenos Aires de conversaciones, un Buenos Aires donde se podía caminar tranquilo, un Buenos Aires de ideas. Tuve la suerte no solamente de ir a un colegio como el Nacional Buenos Aires, que era un invernadero de ideas, discutíamos de todo, aprendíamos de todo, sino también de participar en las conversaciones de los grandes intelectuales argentinos. Entonces el recuerdo intelectual que yo tengo de Buenos Aires es ese. De las librerías donde a uno le aconsejaban libros. Quedan algunas, claro. Mis favoritas son la Librería de Ávila, a la que voy siempre; una que he descubierto ahora que se llama Memorias del subsuelo, que es increíble los fondos de libros usados que tiene; y por sobre todo la librería Guadalquivir, un santuario de razón e inteligencia. No quiero confundir mi memoria con la posible realidad de aquella época que quizás era otra. Pero yo recuerdo un Buenos Aires mucho más tranquilo, más razonable, más conversador. Luego vino la dictadura militar y cambió todo.
–¿Y casi 35 años de democracia no lo han podido revertir?
–Creo que no. Yo escribí hace diez años, sin saber que iba a volver a Buenos Aires, una novelita que se llama El regreso, donde el personaje vuelve a una Argentina que no ha enfrentado a conciencia, verdaderamente, la tragedia de la dictadura militar y se ve envuelto en un clima donde todo está confundido. Creo que tendríamos que reemplazar el Himno Nacional por Cambalache, que es nuestro verdadero himno nacional. Yo la Argentina de ahora la siento así.
–Justamente el presidente Macri dijo el otro día que había que superar la Argentina de Cambalache.
–Bueno, no la superamos aún. Seguimos todos revolcados en el mismo lodo.
–¿Se definiría como una persona nostálgica?
–Sí, porque me gusta la ficción. Construyo mis memorias a partir de lo que quiero recordar y entonces se fabrican geografías imaginarias que para mí son muy reales.
–¿Cómo se siente en su papel de funcionario?
–Como un administrador, como facilitador de la tarea de otros. Son los otros los que trabajan en la Biblioteca. Mi tarea es hacer que tengan los menos obstáculos posibles. Para eso tengo que luchar contra la burocracia.
–Dijo cuando asumió que su misión era que la Biblioteca “funcionara como una biblioteca”. ¿Lo está logrando?
–Creo que sí. Hemos logrado cosas extraordinarias. Le doy un ejemplo: en 2015, en la previa administración, entraron 10.000 ítem en la biblioteca. En 2016, el primer año de esta administración, fueron 100.000. Y este año vamos a entrar 200.000.
–¿Dan abasto?
–Casi no. La burocracia es increíble. Yo creo que uno de los grandes obstáculos a la cultura en la Argentina es la Aduana. No entiendo cómo en las reformas que este gobierno ha hecho no ha podido cambiar esas leyes absurdas que instaló el gobierno kirchnerista para impedir la entrada de libros a la Argentina. El trámite que tiene que hacerse para que la Biblioteca Nacional pueda recibir libros del extranjero en insólito. Cuando un libro lo consideran “antiguo” por alguna razón tengo que pagar despachantes de Aduana que cobran más que el valor del libro, incluso cuando son donados. Tengo que mandar gente dos, tres veces para llenar formularios. Yo como persona privada dejé de comprar libros en el extranjero porque no tengo el tiempo de hacer los trámites. Los hago comprar por amigos que si vienen a Buenos Aires me los traen. Estamos como en un país que todavía tuviera que crear su sistema de correos. No entiendo cómo no podemos cambiar eso. Es una vergüenza para un país que quiere ser civilizado.
–Es la difusión de cultura convertida en contrabando.
–Exactamente. Como no tenemos presupuesto para comprar libros, yo me hago donar libros. Vamos a celebrar jornadas sobre los 600 años de la reforma protestante. No teníamos una sola Biblia luterana. Conseguí que un amigo alemán nos donase una Biblia luterana de principios del siglo XVIII. Bueno, está en la Aduana. No podemos sacarla. Cambiemos de tema porque me enfurece.
–¿Ha logrado avanzar con la adquisición de manuscritos de Borges?
–Estamos buscando donantes que puedan comprar esos libros y cederlos a la Biblioteca. Sigo esperanzado en que alguna persona inteligente y con dinero se dé cuenta de la importancia de este material. Yo sé que en un momento en que tenemos tal cantidad de niños que no pueden alimentarse es casi obsceno gastar grandes sumas dinero en un manuscrito. Pero tenemos que ser conscientes que lo que hacemos no es para ahora. Tenemos que pensar para años y siglos. Si reconstruimos la economía y tenemos un país que luego se va a presentar con una falta de documentación sobre su propia cultura esencial –¿qué figura más esencial que Borges?– va a ser un robo hacia las generaciones futuras. Les vamos a robar la oportunidad de investigar su propia identidad.
–¿Cuándo se inaugurará el Centro de Estudios Borges en la vieja biblioteca de la calle México?
–El ministro de Cultura nos aseguró que a principios del año que viene que el edificio de la calle México en parte va a volver a la Biblioteca Nacional. El centro de estudios ya se creó. Vamos a recuperar el vestíbulo y la sala de lectura. Allí va a funcionar. Vamos a trasladar allí la biblioteca de Bioy Casares y Silvina Ocampo que hemos recuperado. Estoy consiguiendo de editores de todo el mundo donaciones de la obra de Borges traducida. Yo espero que tenga la importancia del centro Borges que existe en Estados Unidos. Es una vergüenza que no esté en Argentina.
–¿Para qué sirve una biblioteca en la era de Internet y de la nube?
–Para lo que sirvió siempre. Para atesorar nuestra experiencia. Somos seres temporales y si no tenemos un recuerdo del pasado no podemos construir el futuro ni vivir nuestro presente. Tenemos que tratar de que la Biblioteca recupere su rol central en una sociedad, rol que ha sido reemplazado por los bancos y las entidades financieras. Aun para los no lectores, la biblioteca es el testimonio de que existen, de que son seres racionales con una posibilidad de una sociedad un poco más justa, un poco más feliz.
–¿Cuánto tiempo le quita la biblioteca al Manguel escritor?
–Todo. No estoy leyendo o casi; no estoy escribiendo o casi. Decidí no escribir mientras estaba en este cargo. Suspendí ciertos proyectos que tengo: una historia de las utopías y una biografía de Maimónides. Todo está a la espera de no sé cuándo.
–¿Cómo vive un escritor sin escribir?
–Hay un cuento de Edgar Allan Poe que se llama La verdad sobre el caso del señor Valdemar, donde un hipnotizador convence a un hombre que se está muriendo de hipnotizarlo en el momento de la muerte y mantenerlo en ese momento vivo. Así estoy yo.
–Cómo vive los reconocimientos, como este Formentor o el Alfonso Reyes que acaban de concederle en México?
–Siento un gran honor y un poco de vergüenza. Estos premios para mí son un aliciente. Quizá lo que hice no fue equivocado, significó algo para algunos lectores. Sin falsa modestia, yo sé que cuando uno escribe, sobre todo el tipo de libro que escribo yo, es una forma de compartir experiencia con otros lectores. La historia de la literatura depende de nosotros, los lectores, no depende del escritor. El escritor, cualquier escritor, quiere ser célebre. Nosotros los lectores decidimos que el 99% es descartado y que un libro en un millón se salva como clásico. Entonces devolverles a los lectores este sentido de poder, de reconocimiento, es una tarea que me había impuesto. Estos premios son un eco de alguna medida de éxito en este propósito.
–En el acta del jurado reconocen su “minuciosa recreación del arte de leer”. ¿Puede ser la lectura un arte?
–Sí, es el arte propio del ser humano. Si extendemos la definición de lectura al desciframiento de la realidad, que todo lo que se presenta a nuestros sentidos está encriptado en un lenguaje que al mismo tiempo creamos y que leemos, la lectura se convierte en el arte de la supervivencia del ser humano. Tenemos que leer el mundo para sobrevivir en él.
–¿Cuánto aporta el lector a la calidad del texto?
–La inventa. Es el lector que crea eso, como señaló Borges en "Pierre Menard". El texto necesita por supuesto ofrecer la posibilidad de exploración. Es muy difícil que un lector convierta un texto de Paulo Coelho en un clásico inmortal, porque no hay profundidad para entrar en el texto. Tendría que inventar todo. Que lo puede hacer. Pero es mucho más fácil adentrarse en el Quijote o en los Diálogos de Platón. Tiene capas de texto infinitas, que siguen siempre ofreciendo cartografías que nos permiten avanzar más allá de lo que creemos es el horizonte del texto.
–Acaba de publicar Mientras embalo mi biblioteca, en alusión a sus libros guardados en cajas en Canadá. ¿Cuánta importancia le da a su biblioteca personal y cómo vive no tenerla con usted?
–Soy fetichista. Me gusta el objeto sólido y tengo una fascinación absoluta por el libro. No soy un ciudadano del mundo virtual. Como director de la Biblioteca Nacional tengo que serlo, soy consciente de la importancia de digitalizar. Pero no me gusta llevarme un fantasma a la cama. No creo en la lectura virtual, como no creo en el sexo virtual. Los libros que tengo no los he leído todos, pero los he abierto todos. Nunca eché ningún libro de mi biblioteca. Bueno, una sola vez tiré un libro a la basura para no contagiar a otros lectores. Era American Psycho, de Bret Easton Ellis, un libro de una obscenidad deliberada y un regodeo en el sufrimiento, especialmente de las mujeres, que me pareció intolerable.
–¿Todo lo demás que le llega lo conserva?
–Yo tengo libros horribles. Tengo obras de Paulo Coelho. Las guardo por si alguna vez necesito un ejemplo de mala literatura.