Alberto, el lábil, y una anomalía institucional
En las antípodas de Leandro N. Alem, Alberto Fernández está dispuesto a doblar todas las veces que sea necesario, con tal de no precipitar un cisma en el seno del Frente de Todos. Recordar siempre: el actual presidente accedió a su curiosa victoria en virtud de una seria anomalía institucional, ya que fue nominado a dedo por su jefa política, que se reservó para sí un papel formalmente secundario como vice (pero nada insignificante en lo informal, como se puede apreciar cada vez más). Esa anomalía quedó expuesta, como nunca en estos días, a singulares presiones.
Alem, fundador de la Unión Cívica Radical, se suicidó en 1896 y su carta póstuma incluyó esa frase –"Que se rompa, pero que no se doble"- que ha sido bandera de sus correligionarios más intransigentes hasta el día de hoy, aunque la historia demuestra que también la UCR ha preferido doblar todas las veces que fuese necesario con tal de no desaparecer.
El problema es que Fernández quiere doblar a la izquierda y a la derecha al mismo tiempo. Avala el impuesto a la riqueza solo cuando Horacio Verbitsky o los de C5N lo aprietan, deja correr a Fernanda Vallejos con su iniciativa de avanzar sobre las acciones de las empresas que reciben ayuda del Estado por la pandemia, y luego la califica de "idea loca". Recibe a los empresarios y a continuación anuncia la expropiación de Vicentin, pero luego comunica que se equivocó porque pensó que "todos iban a salir a festejar" (¿el mundial de Vicentin?) y vuelve para atrás. Con Venezuela, otro tanto: siendo candidato, Fernández dijo que ese país tenía "un gobierno autoritario muy difícil de defender", lo que determinó una destemplada réplica de Diosdado Cabello ("No vaya a creer que lo están eligiendo porque es él"), luego adoptó una postura de no confrontación y de apoyo incomodo a la distancia (parecido al que tenía Uruguay cuando gobernaba el Frente Amplio), expresa "preocupación" en la ONU por los derechos humanos en Venezuela, para terminar este jueves reconociéndole a Nicolás Maduro total legitimidad con tal de que el relator uruguayo Víctor Hugo Morales deje de tirarle de las orejas y de reprenderlo como a un niño. Es la vocación del Presidente por complacer a todos, todas y todes, tal como le gusta decir.
Si no se puede doblar al mismo tiempo a la izquierda y a la derecha, tampoco es posible hacer marchar un mismo bife de chorizo cocido, a punto y jugoso. Pero dada la naturaleza volátil que Fernández demuestra, no sería raro que lo intentara al ir a comer a una parrilla. No confundir: no se trata de una persona dubitativa, que no se decide entre una postura y otra. Es más complejo: pretende sostener ambas en paralelo, para complacer la preferencia del interlocutor que tiene enfrente. Tal vez sea una deformación de sus tiempos de armador de candidatos y fórmulas en el afán de limar diferencias entre posturas incompatibles. Así parió al kirchnerismo, junto con Néstor Kirchner, en 2003.
Cada vez que el Presidente quiere ir al centro, Cristina lo atrae a su extremo
El problema es que ahora le toca decidir y el bamboleo, la fluctuación constante, solo produce gran productividad en el sector informativo, en tanto que en una mayoría de rubros productivos genera parálisis o, al menos, incertidumbre y perplejidad. Por una razón muy sencilla: ¿el modelo económico que persigue el Presidente es el que intentó plasmar en la foto del 9 de julio junto con los empresarios, los gobernadores y el titular de la CGT (una suerte de recreación del "Pacto social" del peronismo setentista) o se busca desplazar a esos grandes jugadores de la economía para reemplazarlos por una nueva "burguesía nacional" conformada por el empresariado cautivo y prohijado bajo el ala kirchnerista desde que Lázaro Báez pasó de ser un simple empleado bancario a un potentado de la obra pública? Esto último es lo que, evidentemente, más interesó a Cristina Kirchner del artículo de Página 12 que retuiteó con tanto entusiasmo .
Como en las tragedias griegas, Cristina Kirchner oficia de corifeo, y luego hay un coro que la replica con diversas intensidades (Hebe de Bonafini, Nora Cortiñas, Anabel Fernández Sagasti y los voceros comunicacionales en los medios afines y en las ásperas redes sociales).
Durante los cuatro años del gobierno de Mauricio Macri, Bonafini no dejó de despotricar cada sábado desde la TV Pública, pero su palabra no tenía incidencia política. ¿Por qué recobró tamaña importancia en la semana que pasó al punto de que el Presidente se tomó el trabajo de llamarla y de producir una respuesta por escrito? Porque la titular de Madres de Plaza de Mayo, aunque haya salido a hablar por su exclusiva voluntad, era empujada por el eco de la movida altisonante de la supervicepresidenta. Ídem con otras declaraciones en cascada en la misma dirección, "fuego amigo" al que Agustín Rossi y Andrés Larroque se sintieron en la necesidad de morigerar en defensa del lábil Alberto Fernández.
Otra ocurrente novedad de estos días: empiezan a forjar de a poco el perfil de un Máximo Kirchner más dialoguista y amplio en contraste con el jacobino de su madre. Ya lo decía el químico Antoine-Laurent Lavoisier en el siglo XVIII: "Nada se pierde; todo se transforma".