Alberto Girri, 25 años después
Se cumple un cuarto de siglo de la muerte del poeta, ensayista y traductor
Este año, en noviembre, se cumplen veinticinco años de la muerte de Alberto Girri, poeta, traductor y ensayista. Había nacido en Buenos Aires en 1919 y publicó su primer libro, Playa sola, en 1946. Por su fecha de nacimiento, se lo incluyó en la generación de los años cuarenta, pero su estilo único y personal, ascético y concentrado, no encajaba en ése ni en ningún otro movimiento de poesía local. Por ese motivo (así es la vida), cosechó grandes elogios y al mismo tiempo rechazos de críticos y poetas.
Girri fue un asiduo colaborador en el suplemento cultural de La Nación y en otros medios gráficos como Sur y Vuelta, la revista literaria dirigida por Octavio Paz. Escribió más de treinta libros de prosa y poesía, entre los que se destacan Coronación de la espera, Poemas elegidos, Los valores diarios, Poesía de la observación, el genial El motivo es el poema, Monodias y Juegos alegóricos. Tradujo a grandes poetas ingleses y estadounidenses como T. S. Eliot, Wallace Stevens (su obra y la de Girri mantienen evidentes puntos de contacto), Robert Frost, John Donne y William Carlos Williams. “Traducir es, aproximadamente, intentar una casi inapresable equivalencia del tipo de lenguaje, imágenes, detalles específicos del original, su forma mentis –declaró en una entrevista con Javier Barreiro –. En mi caso, trato de eludir lo que llamaríamos una traducción «personal», una forma de interpretar el texto elegido, a menudo tan arbitraria que puede llegar a convertir el original en una caricatura; y trato también de evitar la recreación o mera imitación poética. Mi criterio no es brillante pero sí honesto: traduzco sin exagerar la literalidad pero a la vez sin excesivo temor de lo literal.” Por pedido del compositor Alberto Ginastera, Girri escribió el libreto de la ópera Beatrix Cenci.
Quizás por motivos ideológicos más que estéticos, la obra de Girri fue tachada de conservadora a partir de los años setenta y su labor poética circuló sólo en ciertos sectores sociales. Eso no impidió que hasta su muerte siguiera con el desarrollo de un trabajo que aspiraba a la totalidad. Sus libros, señaló el crítico Jorge Monteleone, se asemejan a capítulos de un libro único, personal e inimitable. “El proceso de escribir el poema puede partir de una idea, una frase oída al azar, una lectura, una imagen. Simultánea o alternativamente. Pero lo que importa es que esos pretextos, incitaciones circunstanciales, coincidan en mí con un estado de resonancia adecuado”, dijo Girri.
El creador legítimo tiende a ponerse a un costado de lo creado
Poetas como Arturo Carrera y Jorge Aulicino, en la década de 1990, junto con Sergio Cueto y el gran crítico que fue Enrique Pezzoni, iniciaron un proceso de revalorización de la obra poética de Alberto Girri. “Los ritmos son cada vez más mutantes y el estiramiento epidérmico de la sintaxis es un sistema de paradojas superficiales y semánticas para destronar «sutilmente» la profundidad. Todo ocurre a través de la obra, de los libros, de los poemas. Leamos otra vez a Girri”, postulaba Carrera en 1993.
La poesía de Girri encerraba una utopía literaria: el alejamiento de la idea del yo, reemplazada por lo que debería ser la idea del poema. “El creador legítimo tiende a ponerse a un costado de lo creado”, escribió en Diario de un libro.
“Girri dijo alguna vez que la prosa de Borges fue un punto de inflexión en el lenguaje argentino y un modelo para él –señala Jorge Aulicino, Premio Nacional de Poesía 2015–. Tal vez ante esta opinión Borges se sintió descalificado como poeta: tuvo algún comentario sarcástico sobre la poesía de Girri. Como sea, llama la atención que en la base de la literatura de un poeta haya prosa, tanto o más que poesía. Por carácter transitivo, si bien no encontré rastros visibles de Borges en Girri, recibí la influencia de los dos en cuanto a actitud frente al lenguaje: la impersonalidad del «emisor», como lo llamaba el propio Girri, es lo que le interesaba en Borges y me interesó a mí en ambos. Impersonalidad muy comprometida en el arte de «atender el texto» con absoluto rigor, como proponía el autor de Quien habla no está muerto y tantos textos clave para el desarrollo de una nueva manera de hacer poesía en el país.”
La obra poética completa de Alberto Girri fue reunida por Corregidor en seis tomos, que además publicó Poemas selectos. Elegimos cinco poemas de Alberto Girri.
Cinco poemas de Alberto Girri
Elegía en vida
Intenta dibujar un león
y logra un perro,
cuando siente hambre cree
calmarla dibujando pasteles,
si dibuja una serpiente
le agrega patas,
al concentrarse
en un grano de mostaza, cabeza
de alfiler que crece en arbusto,
dibuja una higuera, lo estéril,
leño seco destinado al fuego.
De preguntársele por qué,
hallaría que son confesiones, desajustes
documentando sus fallas,
un orden visual
para simbolizarlas,
primero la imagen
de su débil fuerza en las ambiciones,
luego la de su vocación por lo ilusorio,
luego la de su placer de deformar,
y en conjunto la imagen
de su extravío, incapacidad
de ofrecer frutos legítimos,
tal un árbol que no los da
así haya estado siempre junto al agua.
Cuando la idea del yo se aleja
De lo que va adelante
y de lo que sigue atrás,
de lo que dura y de lo que cae,
me deshago,
abandonado quedo
del fuerte soplo,
del suave viento,
y quieto, las espaldas
vueltas las manos hacia arriba,
apoyo en el suelo,
corazón
abjurando de armas, faltas,
de oraciones donde borrar las faltas,
blando organismo, entidad
que ignora cómo decir: “Yo soy”
y en la enfermedad y la muerte,
vejez y nacimiento,
ya no encontrarán lugar,
como no lo encontraría el tigre
para meter su garra,
el rinoceronte el cuerno,
la espada su filo.
Antes hacía, ahora comprendo.
Lírica
Lo no previsto,
lo que con nombre de sarcasmo:
novísima luna de miel,
arrastras por dentro,
y que afuera, juzgado y aislado
desde ciencias del comportamiento,
merecería rótulo más cierto,
el de novísima
erotización del vínculo,
transparente caso, muy sabido
de acuerdo con estadísticas,
noticias sueltas, cuadros personales,
y que tan por sorpresa
como se instaló se revertirá,
una tardía
exaltación que en la casi penumbra,
receptáculo de los desposados,
toca a pagar, te toca
corresponder con el recelo de que acaso
no transcurriera sino en ti,
y ella intacta, lo femenino
examinándote, sobrepasándote
a fuerza de no conocer altibajos,
la femenina complacencia
de resistirse a transformaciones
de alta tensión y débil intensidad
en baja tensión y gran intensidad.
Pero sólo son pensamientos
Sólo los pensamientos
de quien por haber cedido a la fascinación
de idiotas de las familias, retratarlos
sin la caridad que provoca amistades,
se lo recrimina visualizándose
como algún Tolstoi chino, maestro de almas,
lo cuestionaría y reflejaría,
contrahecho, lisiado,
hombros que se levantan
por encima de su cabeza, mentón
en descenso hacia su ombligo,
dedos de más y de menos,
esforzados inclinarse de adelante atrás
remedando una actitud que propicia
la cavilación:
"Estoy en dificultades
porque tengo un cuerpo
y es mísero.
Cuando me falte,
¿qué dificultades podría tener?"
Pero sólo pensamientos
como tantos, un irse anticipando
al morir y la muerte,
a la sorpresa del miedo
de morir y la muerte,
como los tanteos
que en el pensamiento de Ivan Ilich
detectaba Tolstoi.
Poema con un poema
Del emperador
que desvalido se adormece
en su jardín,
tiene algo este
anciano a quien súbitamente
el deseo,
huésped no invitado,
vuelve, persiste en sacudirlo.
También se amodorra,
y los dos son como gatos,
no les importa
sino sobrevivir;
pero en su precario retiro
el viejo no enhebra canciones,
y en lugar de ir entreviendo
ejércitos que incendian y destruyen
concita sobre él un retorno
en procesión de bellezas
ahora agrias,
cada cual mostrándole
la forma de un triángulo
allí donde hubo un sexo,
todas
semejantes
a las tardías flores
que en el imperial jardín
aguardan el invierno.