Alberto Fernández y las tradiciones peronistas
En el medio de un estupor injustificado, ya que la catadura moral de Alberto Fernández era evidente para cualquiera, el país asiste hoy a la Operación Despegue. La encabeza, cómo no, la jefa Cristina, a quien siguen incontables esperpentos que estaban muy felices cuando compartían el poder y los privilegios con Alberto y ahora hablan de él como se habla de un desconocido. Es la primera de las tradiciones peronistas: el 17 de octubre día de la lealtad y los otros 364 días para las traiciones.
Todos sabían. Si no todo, casi todo. Permítanme decirlo en términos personales: lo de las festicholas en Olivos era vox populi en la Cámara de Diputados y sus detalles escabrosos eran difundidos por los propios diputados kirchneristas. Fue antes de la foto del cumpleaños y de mi querida Fabiola, pero las visitas a Olivos de Florencia Peña, Úrsula Vargues, Sofía Pacchi y Tamara Pettinato durante la cuarentena estricta, mientras no se podía despedir a los desahuciados, ya eran información pública. Por denunciarlo como pude en un programa de televisión sufrí una denuncia penal de Peña, otra ante el Inadi de Vargues y la condena inmediata del Inadi de Victoria Donda. Poco después, el mismo bloque de diputados que en los pasillos se lamentaba de las conductas de Alberto pidió mi expulsión de la Cámara. Encabezaba la moción la diputada Cerruti, después vocera presidencial de Alberto, de quien se ignora hoy el paradero. Operación Despegue.
Lo digo con derecho y con justificado enojo, pero la anécdota me excede. Demuestra la existencia de un aparato estatal de intimidación contra quienes denunciábamos las atrocidades peronistas; aparato del cual participaban los funcionarios y legisladores que hoy intentan despegarse públicamente de Alberto o se esconden abajo de la cama para no salir en la foto. ¿Cómo es posible que aleguen desconocimiento cuando fueron ellos mismos los que difundieron la información?
Aunque las declaraciones de Cristina mencionando a De la Rúa y Macri, y las habituales homilías coreano-centristas intenten embarrar a todos en el mismo lodo, es fácil responderles citando (disculpen) el título de uno de mis libros: Es el peronismo, estúpido. Es la larga tradición peronista de la cual Alberto no es la excepción sino la regla y la consumación final de un legado despreciable. En efecto, como sostuve en aquel programa nadie con un mínimo criterio puede suponer que lo que sucedió con Alberto habría podido ocurrir con Frondizi, Illia, Alfonsín, De la Rúa, Macri o Milei. Por el contrario, lo sucedido forma parte de una tradición partidaria en la que abundan los Alperovich, los Espinosa, los Guazzora, los Brieger y la propia Cámpora, cuyas integrantes femeninas denunciaron que era imposible ascender en la organización sin ponerse de rodillas ante los jefes. Ni el kirchnerismo ni el menemismo son ajenos a escándalos de este tipo, pero el creador de la tradición fue el propio general Perón, quien después de la muerte de Evita pasaba las tardes paseando en motoneta a las chicas de la Unión de Estudiantes Secundarios en la residencia presidencial e inició una relación amorosa con Nelly Rivas, 14 años, a quien llamaba “nenita” y le dirigía cartas firmadas como “tu papito”.
No es todo. Los actos de Alberto, que vociferaba a megáfono batiente que era intolerable que hubiera una sola mujer golpeada en la Argentina y se vanagloriaba de estar acabando con el patriarcado, terminan manchando otra batalla honorable de la sociedad nacional: la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos. También esta es una tradición peronista: la de apropiarse de luchas ajenas, simular que el peronismo las ha inventado, proclamarlas como propias y terminar destruyéndolas.
La misma tradición política que utilizó al Ministerio de la Mujer como usina woke y cueva de ñoquis, y al Inadi como oficina de persecución de la oposición es la que se apropió, primero, y desvirtuó, después, la lucha por los Derechos Humanos. Es de hace pocas semanas también la noticia de que un miembro de HIJOS está acusado de haber asesinado a ladrillazos a su propia madre, con quien habría debido compartir, en pocos meses, una abultada herencia. En la escena del crimen apareció un mensaje que decía: “Los vamos a matar a todos. Ahora vamos por tus hijos”; cuyo objetivo era atribuir el crimen a la derecha militarista. Pero el área de grafocrítica de la Policía Judicial analizó los manuscritos y concluyó que la caligrafía presentaba “características similares a las de Fernando Albareda”, el hijo. Rige la presunción de inocencia, pero solo las aberraciones de Alberto y el silencio cómplice con quienes han hecho un negocio de los Derechos Humanos han impedido que este hecho tuviera la resonancia que merece.
Así como Alberto ensució la lucha de las mujeres, el peronismo se apropió y destruyó la lucha de los Derechos Humanos, que culminó con sus organizaciones convertidas en unidades básicas peronistas, la triste figura de Hebe de Bonafini avalando la corrupción K y vociferando barbaridades, y las Madres de Plaza de Mayo emitiendo hoy comunicados de apoyo a la dictadura de Maduro.
¿Es el kirchnerismo, entonces? Tampoco. Es el peronismo, estúpido. La apropiación y destrucción de la lucha feminista y la de los Derechos Humanos tiene su ilustre antecedente en lo realizado por el propio General con los derechos sociales “que Perón ha establecido”, como canta la marchita. Ya he sostenido y fundamentado en libros y artículos que antes de la aparición del peronismo la legislación social de la Argentina liberal del modelo agroexportador era la más avanzada de Latinoamérica y superior a la de la mayoría de los países europeos, que los aportes del peronismo fueron pocos y en línea con lo que sucedía en todos los países occidentales, y que las luchas sociales no empezaron el 17 de octubre de 1945 sino que se remontan a organizaciones sociales comunistas, socialistas y anarquistas plenamente activas desde el siglo XIX. Obviedades.
Y bien, ¿cómo terminaron las organizaciones sociales y sindicales apropiadas por el peronismo? Destruidas, de la misma manera que terminan todas las cosas de las que se apropian. Todo terminó en un país que entregaron al borde del colapso económico y con mitad de sus habitantes en la pobreza y cuya representación social y sindical es ejercida por gerentes de la pobreza como Pérsico, el Chino Navarro y Grabois, y por la CGT de los gordos y los Moyano. La Patria justa, libre y soberana, te la debo.
Sindicatos. Organizaciones de Derechos Humanos. Organizaciones feministas. Tres apropiaciones terminadas en tres demoliciones. Desde luego, si nos esforzamos, es posible encontrar golpeadores y abusadores en todas las fuerzas políticas; pero la avalancha de peronistas comprometidos en estas conductas marca una enorme diferencia. Es como la corrupción. Se pueden encontrar corruptos en todos los partidos argentinos y hasta en los de Suecia, pero la corrupción sistemática como parte estructural del accionar político es patrimonio exclusivo del peronismo. No hay José López radicales con bolsos conteniendo nueve millones de dólares parados en la puerta de un convento, ni Lázaros Báez de Pro saliendo de mausoleos con la campera inflada por fajos de billetes, ni Rosadita de la Coalición Cívica, ni causa de los cuadernos de La Libertad Avanza.
Instituciones, moneda nacional, economía, derechos sociales, derechos humanos, feminismo, el país: el peronismo rompe todo lo que toca. A estas tradiciones peronistas pertenecen plenamente las barrabasadas de Alberto Fernández, que hasta ayer nomás, si no me equivoco, era presidente del Partido Justicialista y no de la Asociación Cooperadora de los Bomberos Voluntarios de Villa Echenagucía. Así que es hora de que la terminen con la Operación Despegue y se hagan cargo, compañeros. Y que se haga cargo también la sociedad argentina, que a pesar de los delitos y desastres cometidos siguió votando al peronismo en 2021; al punto de que gobierna hoy la provincia más importante del país y tiene las bancadas más numerosas tanto en Diputados como en Senadores. A eso también hay que ponerle fin.