Alberto Fernández, un “huésped” aislado en Olivos
“Estoy aislado en la casa de huéspedes, como loco malo, no vienen ni los perros a verme, estoy acá solo”, bromeó el presidente Alberto Fernández, en una entrevista radial a pocas horas de conocerse que dio positivo de Covid.
Si bien la comunicación llevó tranquilidad a la población respecto a su salud -por suerte se encuentra bien- es polémico que el Presidente comunique por Twitter situaciones que deberían ser atendidas como asuntos de estado, su salud lo es.
Al margen de la comunicación, en esa entrevista, con un juego de palabras jocoso, Alberto Fernández dejó abierta una metáfora que podría ser tomada como una descripción de su realidad política: aislado, viviendo en la casa de huéspedes en la Quinta de Olivos.
Es que Alberto es eso, un presidente “huésped” del kirchnerismo, un polo de poder político liderado por Cristina Kirchner que hace casi dos años lo fue a buscar y lo ungió como candidato a la presidencia cuando nadie lo visibilizaba como una opción y ni siquiera era medido en encuestas. La apuesta salió bien, unió al peronismo y logró el ansiado triunfo electoral.
Lo que nunca pudo lograr Alberto fue construir poder propio y liderar el espacio o una parte de este. Al contrario, de a poco, y cada vez que necesitaron hacerlo, quienes lo hospedaron en el kirchnerismo le marcaron la cancha, le mostraron la hoja de ruta y señalaron el camino. Así fue cómo los intereses de Cristina frente a su situación judicial y su agenda política prevalecieron en cada decisión trascendental de gobierno generando una situación política inusual en un sistema presidencialista como el nuestro: que los propios vacíen de poder al presidente. Un juego peligroso, porque esa debilidad es algo fácilmente perceptible tanto en la oposición como para los grupos de poder y, por supuesto, para la tropa propia.
La peor noticia es que está sucediendo esto en un momento donde más se necesita de un liderazgo firme, de un presidente con espaldas anchas para tomar decisiones difíciles.
La situación frente a la pandemia es el mejor ejemplo para entender este escenario. En el Gobierno saben que sí cómo muchos especialistas pronostican y la situación sanitaria se agrava, necesitarán convencer a la oposición de generar un diálogo que abra un paraguas para ubicar debajo a las decisiones políticas que se deberían acordar y adoptar. Muchas de las medidas que se estudian son ingratas, pero quizás necesarias en la lucha contra la pandemia, como nuevas restricciones de tránsito comunitario que, sin dudas, afectarían negativamente el humor social y podrían generar rechazo. Este paquete podría incluir hasta la postergación o anulación de las PASO. Un tema que genera rispidez en ambos sectores, porque no convence a muchos, pero a la vez beneficia a otros, abriendo profundos debates internos.
Muchas de las medidas que se estudian son ingratas, pero quizás necesarias en la lucha contra la pandemia.
El problema es que el kirchnerismo duro lo dejó expuesto tantas veces en cuestiones de gestión, como los cambios de gabinete que se saldaron siempre para el mismo lado, que hoy Alberto Fernández sufre una especie de aislamiento político producto de ese juego perverso de debilitar a quien debería liderar y no acatar, pero también, y esto tampoco se debe soslayar, por el deterioro de su palabra. Hasta los más dialoguistas, como los gobernadores opositores, dudan en concertar con el Gobierno. No le creen sus buenas intenciones.
De aquel: “El presidente es el comandante en esta batalla contra el Covid”, que supo decir el diputado Mario Negri en el comienzo de la cuarentena en marzo del año pasado al: “No le podés creer a Alberto, mirá cómo le fue a Larreta que fue el que mejor le jugó”, haciendo referencia al recorte de fondos, sin aviso previo, ya asignados y presupuestados en el Gobierno de la Ciudad, que tanto se escucha hoy entre los principales dirigentes de Juntos por el Cambio, pasaron muchas cosas que lesionaron la confianza con los que se busca acordar.
Un simple repaso de ese desgaste en la relación nos lleva al incomprensible apoyo del gobierno nacional a la Formosa de Insfrán, cuna moderna de violaciones a los derechos humanos, a la relación con la dictadura venezolana, o la decisión de cerrar agenda a temas importantes por la pandemia pero que nunca afectaron los avances sobre la justicia. También pasaron las filminas dudosas, las comparaciones odiosas con otros países, la permanente diatriba contra al gobierno de Macri, los errores y horrores que se ventilaron en la fracasada compra de vacunas, la falta de explicaciones y de transparencia en estos procesos como lo sucedido con Pfizer, hasta culminar en uno de los escándalos más inmorales que recordará la política argentina como es el Vacunatorio Vip.
Pero lo más grave no es que la dirigencia política opositora dude en entablar un diálogo acuerdista por falta de confianza en el gobierno, lo peligroso es su falta de credibilidad, que cada vez es más notoria en sectores sociales que incluso apoyaron a los Fernández para llevarlos nuevamente al poder.
Este es el gran problema que atraviesa el gobierno de cara a una sociedad que cuando necesita de un liderazgo que interprete sus urgencias colectivas, esas demandas de cuidado acompañadas con decisiones que sostengan el balance justo entre lo sanitario y lo económico con medidas cumplibles, se encuentra con un Presidente que ya no genera consensos y que es advertido como “huésped” de un poder como el kirchnerismo que por solo remitir señales hacia los intereses de la “Jefa”, no lo supo cuidar y lo desvistió de autoridad en reiteradas ocasiones.
Pero también, tolerando esos modos y sin rebelarse, en 16 meses de gobierno Alberto Fernández construyó su propio aislamiento, puesto en evidencia hoy, justamente cuando más se lo necesita.