Alberto Fernández: tres años de gobierno sin nada para celebrar
“Les garantizo que me voy a poner al frente de todos, sin exclusión, para que en diciembre de 2023 el presidente que asuma, la presidenta que asuma sea uno de nosotros; y me voy a poner al frente para ordenar la fuerza política, que a todos incluya, donde todos seamos necesarios”, dijo el presidente Alberto Fernández esta semana en un acto en Casa Rosada, al recordar los tres años de su gestión. Son muy pocos los que acompañan al presidente en esta intención, la mayoría, sobre todo los intendentes del conurbano, están más preocupados en convencer a Cristina Kirchner para que revea su idea de no ser candidata el año próximo o en encontrar una figura que encabece una boleta sábana que impulse sus reelecciones. Alberto Fernández está demasiado lejos de ofrecer esa garantía.
Mientras el poder político, que nunca abandonó las manos de Cristina, se abocó todo este tiempo a buscar su impunidad por las causas de corrupción, hoy está siendo utilizado dentro de la nueva estrategia diseñada como producto y resultado de su primera condena y que tiene como eje central la victimización de la vicepresidenta, que se acaba de inventar una suerte de proscripción intentando equipararla con la que sufrió el peronismo a mitad de la década de los 50. El kirchnerismo siempre actuó así, se alejó de la estética y los íconos del peronismo en las buenas y volvió a acercarse en las malas. De eso se habla también entre algunos gobernadores del PJ, que comienzan a preguntarse por un mañana que, sin la jefa al frente, aparece como demasiado confuso y poco ventajoso.
Podríamos resumir estos tres años de gestión del gobierno del Frente de Todos como un rotundo fracaso caracterizado por el pésimo manejo de la pandemia del Covid-19, que nos dejó 130 mil muertes, una compra tardía de vacunas con puntos oscuros que aún el gobierno debería aclarar tanto por los contratos como por las definiciones que se adoptaron para elegir proveedores, una pandemia a la que siempre se corrió de atrás, desde la compra de test hasta en las incomprensibles decisiones restrictivas que sólo empeoraron las cosas. Obviamente sin olvidar el vergonzoso e inmoral vacunatorio vip ni las fiestas de Olivos, que expusieron lo más bajo de los valores morales de quienes participaron o encubrieron ambos delitos, y sin soslayar las violaciones a los derechos humanos cometidas por las fuerzas de seguridad provinciales en el control de las restricciones al tránsito comunitario. Existen informes en organismos de DDHH y realizados por diputados opositores que dan cuenta de más de 200 violaciones flagrantes a los derechos humanos y civiles, Formosa es un claro ejemplo, que van desde asesinatos, muertes dudosas, detenciones arbitrarias y torturas por las que el gobierno nacional jamás se interesó en aclarar.
Incluso el acuerdo con el FMI, que permitió al país no ingresar al default, un acuerdo que tardó demasiado y donde se pusieron demasiadas expectativas que finalmente no se consiguieron, como la baja de las sobre tasas o los propios tiempos de pagos, se terminó concretando por el apoyo que en el Congreso proporcionó la oposición, porque fue parte del mismo oficialismo el que rehuyó la responsabilidad de gobernar tomando medidas que no se comparten pero que resultan necesarias. Hay que saber ponerle el cuerpo al poder, esa estudiantina testimonial de la que abusó el kirchnerismo criticando el mismo gobierno que integran, mientras sigue manejando las cajas más importantes, merecería un capítulo entero en cualquier manual de hipocresía política.
A esto hay que agregarle la tragedia educativa en la que ya estábamos metidos pero que, con sus decisiones de cerrar las escuelas por un año y medio, y en algunos distritos casi dos, hicieron que la situación se agravara a un punto tan bajo del que nos costará mucho tiempo retornar.
Pero sin dudas, el 100% de inflación anual y el 43% de pobreza es un claro resultado de que este modelo populista solo expulsa ciudadanos del sistema formal de la economía. En el conurbano, donde reside el electorado que marca la diferencia en favor del oficialismo, más de la mitad de los chicos son pobres, la economía informal es el motor de la subsistencia de baja calidad de la mayoría de sus habitantes que, además, viven traumatizados por el flagelo de la inseguridad.
El clientelismo político y la dádiva estatal es el recupero de votos que sostiene un gobierno que carece de ideas de progreso y desarrollo que debería tener un país con tantas riquezas naturales. Esto no es nuevo, ni exclusiva responsabilidad de este gobierno, pero el crecimiento de las organizaciones sociales con ayuda estatal que representan o son la voz de la marginación social y la pobreza, por sobre el incremento de afiliados a sindicatos que representan -con todos los errores y puntos oscuros de la vida sindical argentina- al trabajador registrado con posibilidades de acceder al sector con chances de movilidad social ascendente, es un claro ejemplo de hacia dónde apunta este modelo que ya está por demás agotado. Ya no habrá recursos para sostener esa bola de nieve de planes sociales que, consumidos por la inflación, ni siquiera encarnan la posibilidad de una vida digna para sus beneficiarios y solo son una herramienta política para el fortalecimiento de estas organizaciones que en su mayoría trabajan como motor principal de la máquina electoral del kirchnerismo.
El año próximo es electoral, allí veremos estas prácticas hundidas en lo más profundo de la necesidad de la gente, y este será uno de los peores legados que nos dejan estos tres años de gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Juntos lograron torcer una lógica histórica del partido que los llevó al poder. El peronismo, que siempre se vanaglorió de representar el trabajo y la justicia social hoy, con dos décadas y cuatro gobiernos kirchneristas, tristemente pasó a ser el intermediario entre la pobreza y la caridad estatal.
El fracaso no es sólo económico y social, también es moral. No existe una identificación política sincera cuando se toma de rehén a la pobreza, porque la lealtad bajo coacción solo sirve para encubrir el verdadero propósito que esconden todas las formas de sometimiento.