Alberto, el hombre que defraudó a todos
La derrota electoral expone la fragilidad del Presidente en medio de una coalición resquebrajada
- 6 minutos de lectura'
La derrota del oficialismo en las PASO agudizó el clima de incomodidad que ya se vivía dentro del Frente de Todos y generó un debate interno sobre el rumbo a seguir, con estridentes pases de facturas, sugerencias y críticas, pero, además, porque dejaron de estar ocultas algunas verdades que el poder suele, y puede, disimular y esconder.
Una de esas verdades que salen a la luz está relacionada con el presente de la figura del presidente Alberto Fernández, un hombre que en menos de dos años defraudó a casi todos.
En principio defraudó al kirchnerismo que lo erigió como presidente pero que hoy lo sostiene con su voto cautivo, porque el magro resultado del domingo, cercano al 30%, demuestra que solo el kirchnerismo duro, que perdona todos los errores y hace la vista gorda en otras situaciones difíciles de tolerar para el resto del electorado, como son aquellas ligadas a los delitos de corrupción, lo acompañó. Alberto, el moderado que sumaba votos de los peronistas descontentos con el autoritarismo de La Cámpora, el que atrajo y forjó la unidad del peronismo en 2019, perdió 4.8 millones de votos en solo dos años y ya no le suma ningún caudal al estable piso electoral que responde a Cristina.
Pero Alberto también defraudó a sus aliados, los gobernadores peronistas, que se sumaron a su promesa electoral: “Vamos a ser los gobernadores y yo a la hora de gobernar”, proclamaba el entonces candidato Fernández en la campaña. Esos mismos gobernadores, victoriosos en esa contienda, hoy reclaman el mismo trato que tuvo el gobernador Axel Kicillof, en cuanto al reparto de fondos nacionales. Un ministro ligado a un gobernador, que perdió estrepitosamente en las PASO, lo grafica así: “A Kicillof le enviaban fondos antes de que los pidiera; a nosotros nos hacían transpirar militancia. La estrategia del gobierno era ganar cómodo la provincia de Buenos Aires; bueno, perdimos todos. ¿Ahora qué nos van a pedir?”, sentenció.
Los sectores más radicalizados ya mostraban fastidio desde mucho antes de las elecciones. Para ellos Alberto no fue lo suficientemente duro en los temas “que reclama el pueblo”. Ahí existe de parte de este sector una interpretación de la realidad muy “sui generis” al hablar de reclamos populares como la reforma judicial, la nacionalización de la banca o la aplicación plena de la Ley de Medios como demandas mayoritarias o necesarias para mejorar la calidad de vida de la sociedad. La dirigente Alicia Castro posteó en su cuenta de Twitter una serie de reclamos hacia el gobierno luego de la magra performance electoral. Allí decía, por ejemplo, que el gobierno debía ir por “la nacionalización del comercio exterior” y que “el fin de la concesión de la Hidrovía Paraná es un clamor popular”. Si bien es muy difícil escuchar a un vecino del barrio clamar por la Hidrovía, es la agenda que ese sector quiere imponer y que Fernández aún no correspondió.
Alicia Castro posteó en su cuenta de Twitter una serie de reclamos hacia el gobierno luego de la magra performance electoral. Allí decía, por ejemplo, que el gobierno debía ir por “la nacionalización del comercio exterior” y que “el fin de la concesión de la Hidrovía Paraná es un clamor popular”
Los sectores populares independientes, que se sumaron seducidos por sus promesas de campaña, como el “regreso del asado”, que irónicamente el descontento generalizado cambió por el “regreso de la polenta”, o “el 20% de aumento a los jubilados con plata de las Leliq”, que se transformó en un ajuste fenomenal al sector pasivo, también se sienten desilusionados, y como nada de eso sucedió, apareció el Alberto del relato incomprobable, que si bien suele dar letra a los propios, donde alcanza a ser tolerado y hasta aceptado, no movió la aguja del convencimiento a quienes se habían sumado acompañando con su voto en busca de algo distinto.
Pero quizás el Alberto que más defraudó fue el que manejó la pandemia, enamorado de su cuarentena innecesariamente larga que no sirvió para alivianar los efectos del virus que ya nos tiene con casi 114 mil muertes y que, además, tuvo efectos catastróficos en la economía, el trabajo y la educación con más de un millón de chicos abandonando la escuela. Ese Alberto intentó siempre disfrazar el fracaso con comparaciones exitosas fácilmente incomprobables, con un manejo oscilante y peligroso en la adquisición de vacunas, tan mala fue la gestión en esa área que generó que se ralentizara tanto el primer semestre la vacunación masiva que hoy se podrían hacer proyecciones sobre la cantidad de muertes y contagios que pudieron evitarse, todo esto salpicado por el inmoral vacunatorio vip que el profesor de derecho simplificó como un “no delito” y el escándalo de la foto de la fiesta de cumpleaños de su pareja. Imposible no recordar al Presidente tratando de idiotas a quienes desacataran la norma que él mismo había sancionado, para luego verlo comportarse de la misma manera que aquellos que denostó soberbiamente.
No son días sencillos para el Presidente y para el país. A este gobierno le quedan más de dos años de mandato y pocos recursos para cambiar el rumbo de su gestión. A lo largo de la historia mundial se reconoce a muchos líderes que tuvieron que administrar situaciones más complejas que la que vivimos actualmente, y pudieron salir adelante gracias a su capacidad de liderazgo y credibilidad. Alberto Fernández está en problemas. Pocos en el oficialismo confían en que pueda apelar a su palabra demasiado devaluada y cuya confianza rifó demasiado rápido como instrumento de salvación. Para colmo, los socios políticos que aún le quedan, como Sergio Massa, quizás el político menos creíble del mapa local, y alguno de sus amigos gobernadores, no están en condiciones de garantizarle caminos sencillos hacia la gobernabilidad.
Con Alberto están desencantados los empresarios y los dirigentes de organizaciones sociales, los trabajadores y los desempleados. El enojo es mayor porque muchos de ellos votaron y militaron su causa. Hoy el camino de la reconstrucción de su gobierno parece demasiado empedrado para transitarlo sin sobresaltos.
Solo le queda una llave: Cristina. Justamente su sector le hizo saber en las últimas horas al Presidente su disconformidad renunciando en coro, dejando en evidencia la debilidad de su figura y lo que podría ser un gobierno sin ellos. Con el correr de los días sabremos si se trata de una retirada patriótica o de una maniobra para el desembarco total y sin condiciones en el gobierno del delegado de la jefa.
Porque cómo decía Lenin “a veces se trata de dar un paso atrás, para dar dos adelante”.