Alberto Benegas Lynch: "Menem fue un modelo de antiliberalismo"
El economista considera que los años noventa estuvieron lejos de ser un reinado del libremercado y cree que lo más importante es tender puentes con la izquierda para discutir ideas que terminen beneficiando a la gente y no perjudicándola
En el principio -o el final- era el verbo "devaluar". Según señala el Diccionario de la Real Academia Española, su sentido es único: rebajar el valor de una moneda, depreciarla. Pero la Argentina de los últimos años, culminando con la crisis de 2001 y las posteriores medidas económicas de Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov, es rica en lenguaje figurado. La devaluación alcanzó toda clase de terrenos, incluido el de los conceptos.
El término liberalismo -o su encarnación noventista: el neoliberalismo- fue uno de ellos. Hoy parece haber caído (al menos en el uso que hacen de él los discursos partidarios y políticos) en un desprestigio inversamente proporcional a la frecuencia empalagosa con que se lo usufructuaba durante, al menos, el primer período menemista.
El economista Alberto Benegas Lynch (h) es un liberal clásico. En su opinión, uno de los malentendidos fundamentales deriva de la creencia de haber vivido durante la década pasada en una suerte de excelso paradigma liberal. "Lo importante, cuando uno usa ese término, es determinar primero qué significa liberal. La mejor definición es la de respeto irrestricto por el proyecto de vida de otros. Vale decir, que sólo se use la fuerza de carácter defensivo, nunca agresivo, que el aparato estatal intervenga sólo cuando hay lesión de derechos de terceros. No para decirle a la gente cómo tiene que manejar su vida y su patrimonio. Creo que en general todos los interlocutores, así dicho, coincidirían en que respetan al prójimo. Sin embargo, cuando empezamos a concretar políticas en materia educativa, fiscal o monetaria resulta que hay una falta de respeto permanente, un intento de dirigir vidas y patrimonios."
-¿Qué autocrítica puede hacer el liberalismo de la década de los noventa?
-Hay que ponerse en los zapatos de los que critican lo que se ha dado en llamar el neoliberalismo (algo inexistente porque ningún intelectual serio se llama a sí mismo neoliberal; es un simple tiro por elevación al liberalismo). He leído muchos trabajos sobre el tema y los modelos que manejan esas críticas son Salinas de Gortari en México, Fujimori en Perú y Menem en la Argentina. Pero si analizamos lo que ocurrió durante el "menemato" en la Argentina encontramos impunidad, destrucción de la división de poderes, reformas constitucionales para reelegirse, aumento de la deuda, del déficit y del gasto. Muchos dicen entonces: si es eso, el liberalismo es una cloaca y quiero cualquier otra cosa. Y tienen razón. Sólo que el blanco, en los tres casos, es un blanco errado. Son tres modelos de antiliberalismo.
-Para ceñirnos a Menem: no sólo aplicó unas cuantas recetas liberales, sino que fue apoyado por un partido, la Ucedé, que se definía como liberal. ¿No hubo entonces una suerte de regocijo complaciente?
-Absolutamente. Una vez escribí un artículo, "La manía de la autopsia"; vale decir, no criticar en el momento sino cuando algo es cadáver. Mucha de la gente que critica a aquel gobierno se hacía la distraída o apoyaba incondicionalmente rodeada por mucho tilingaje. Muchos decían que era un ejemplo de sociedad abierta cuando se privatizaba o se pasaban, en muchos casos, monopolios estatales a monopolios privados, había corrupción e impunidad, se desvirtuaban lo institucional y la ética. Respecto de los partidos, creo que lo importante es que hagan auditoría al sistema republicano. En el caso que usted señala se saltó el cerco, un partido se unió, refundió en el partido gobernante y se autoexterminó. Me parece que también es importante y es una preocupación enorme del liberal ver cómo en aquel período el equipo gobernante estaba rodeado de seudoempresarios, de barones feudales, de cazadores de privilegios, de prebendarios que buscaban mercados cautivos, exenciones fiscales, protecciones arancelarias y todo tipo de privilegios que son el antimercado y el antiliberalismo.
-Si es así, ¿no se recostó demasiado el liberalismo en un puro economicismo?
-El liberalismo no se puede escindir. Tampoco la libertad: no tiene sentido partirla en tajos. O hay libertad o no hay. Es un concepto, si se quiere, que explora muy diversas avenidas, pero básicamente no está circunscripto a un área. Cuando alguien dice "soy liberal en lo político, pero no en lo económico", en realidad está diciendo: puedo participar en el cuarto oscuro, pero cuando salgo voy a ser considerado un deficiente que no puede elegir, pensar ni disponer de lo suyo en muy diversos ámbitos de la vida. Respecto del llamado economicismo, es cierto que hay algunos trabajos que se han circunscripto a cuestiones demasiado económicas. No hay que limitarse a ese simple análisis, pero tampoco se lo puede excluir porque es en ese terreno donde hay mayores malentendidos, específicamente en la llamada cuestión social y laboral, lo que se ha dado en llamar conquistas sociales, que terminan explotando miserablemente y perjudicando a los que más necesitan. Por eso a veces se ha puesto excesivo énfasis en esto, pero a mí me parece que tiene que abarcar todas las áreas de la vida sin separarlo. Ahora, si un liberal dice que le preocupa más la evolución de la base monetaria que las libertades civiles no sabe de qué está hablando, cuál es la tradición liberal.
-¿Cómo dejar de lado entonces esa impresión de que lo único importante es la economía?
-Hay un fenómeno que me parece muy interesante y es lo que ocurre del lado de las izquierdas. El origen de la palabra izquierda, como es sabido, viene de los que se sentaban a la izquierda del rey. Se oponían a la monarquía absoluta y, a lo largo del tiempo, alguna de sus vertientes pedía permanentemente el aparato de la fuerza para hacer distintas actividades que implicaban lesión de derechos de terceros. Sin embargo, los socialistas tienen una enorme devoción por la libertad y las autonomías individuales. A mi criterio lo que falta es una explicación suficientemente didáctica para que esa preocupación hacia los desprotegidos no se haga a través de políticas que, en la mayor parte de los casos, tienden a perjudicar aún más a esa gente. Lo que se necesita, me parece, es que se profundice en el análisis económico. Y lo curioso es que cuando se habla de esto, mucha gente, especialmente artistas o miembros de algunas iglesias, terminan pasando este mensaje: no me va a decir usted que tengo que estudiar la oferta de la ley y la demanda, esas cosas pedestres y subalternas... yo estoy con intereses más nobles y dignos. Pero justamente cuando se ponen a hablar de estos temas se producen lagunas y problemas muy serios. El tender ese puente y tratar de mostrar cuál es la forma de ayudar a la gente que menos tiene, que no es con políticas estatistas, socializantes, yo creo que eso acerca mucho las posiciones. De hecho, muchos de los grandes economistas comenzaron sus carreras siendo socialistas. Hicieron ese proceso de cambio debido a análisis económicos.
-Leszek Kolakowski decía que hoy, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, una persona puede declararse conservador, liberal y de izquierda sin que suene necesariamente contradictorio. ¿Cree que hay algo de verdad en eso?
-A veces las etiquetas no ayudan. A mí me parece que lo importante es tener una visión antiideológica, entendiendo ideología no como el conjunto de ideas, como dice el diccionario, ni la falsa conciencia de clase, de la que habla Marx, sino como algo cerrado, inexpugnable, que es imposible penetrar. Para usar lenguaje popperiano, el conocimiento es un proceso de corroboraciones que son siempre provisorias y uno tiene que estar abierto a las refutaciones. En Kolakowski, que viene del marxismo, yo noto esto. Hay personajes como él, de gran interés y fertilidad, que en aspectos muy esenciales tienen puntos en común con la tradición liberal. Un punto que él analiza es el concepto de igualdad y democracia como procedimiento mecánico para que mayorías y minorías actúen en distintos ámbitos de la vida política. Detrás de eso, el eje central es la obligación de los gobernantes de garantizar y respetar los derechos de los gobernados. Muchos de estos puentes son útiles porque, al fin de cuentas, la opinión pública está influida por ideas.
-¿Ve que al Gobierno le interese que surja ese debate de ideas?
-No creo que sea misión del Gobierno el abrir debates de ideas. El político eficaz tiene que tener olfato para conjeturar cuáles son las inclinaciones de la opinión pública. Yo creo que el profesor y el político tienen roles opuestos. Un profesor que entra a una clase y hace un estudio de marketing para ver qué quieren oír sus alumnos está perdido. Y si un político se dice que va a hacer lo que se le da gana está perdido como político.
-Ese debate no deja de ser un proceso lento y complejo.
-Por supuesto. Mi autor favorito no es Mao-Tsé Tung, como puede imaginarse, pero él decía que "la marcha más larga empieza con el primer paso". Cuanto antes empiece, mejor. Es cierto que hay exitismo. Se dice: "esto es muy teórico, muy a largo plazo"... Yo creo que el trabajo de la educación, las ideas, los debates han producido resultados. Por eso se habla de la era de Marx, de la era de Keynes. No porque los políticos los hayan leído, sino porque han sido influidos por el debate de ideas que despertaron.
-A fines del año pasado el Congreso estableció un Día del Pensamiento nacional, en homenaje a Arturo Jauretche. ¿Se puede considerar que en ese debate de ideas existe algo como un pensamiento estrictamente nacional?
-No conozco el caso, me entero por usted. La idea de un pensamiento nacional confieso que me da cierto resquemor, no deja de tener cierto tufillo xenófobo, porque el pensamiento no es nacional ni del norte ni del sur. Es fértil lo que se dice o no. La cultura no es un concepto alambrado. Es un concepto abierto y tiene que contrastarse con distintas concepciones.
-Pero, en su opinión, ¿lo nacional puede ser un componente central de un pensamiento?
-Si se quieren comprender los Estados Unidos de mediados del siglo XIX, el libro más recomendable es La democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Vale decir, un autor francés. Ahora, ¿es un pensamiento nacional, estadounidense, europeo? Es pensamiento. No descalificaría a un autor brasileño o turco que estudiara tal o cual tema de la Argentina. Las expresiones como pensamiento nacional me dan un poco de alergia. Lo liberal es el espíritu cosmopolita, la apertura de fronteras, la irrelevancia de la estatura, la religión o la raza para nombrar un concepto prejuicioso. Thomas Orwell, profesor de Stanford, decía que una idea como el racismo permitió que Hitler mandara rapar y tatuar a los judíos porque, justamente, no se diferenciaban en nada de los demás. Las cuestiones nacionalistas siempre me han parecido un peligro.
El perfil
Académico
Alberto Benegas Lynch (h) nació en 1940. Se doctoró en Economía y Ciencias de Dirección. Es profesor de doctorado de la UBA y de la UCA y preside la sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias.
Libros
Es autor de 12 libros, que incluyen prólogos de los premios Nobel Friedrich Von Hayek y James Buchanan, del ex secretario del Tesoro del gobierno de los EE.UU., William E. Simon, y de Jean-François Revel.