Albee o la ética del propio deseo
En su visita a la Argentina, el gran filósofo francés Alain Badiou, citando a Sócrates, sostuvo: "Quien no empieza por el amor no sabrá nunca lo que es la filosofía". Y agregó que en el amor se experimenta la verdad de la diferencia. ¿Pero de qué diferencia hablamos cuando un hombre se enamora de una cabra? Eso ocurre, precisamente, en La cabra o ¿Quién es Sylvia?, obra del dramaturgo norteamericano Edward Albee, el autor de Historia del Zoo y ¿Quién le teme a Virginia Woolf? Para Julio Chávez, un actor excepcional, no hay metáfora. La cabra es la cabra y lo insoportable es que un hombre pueda enamorarse de una cabra. Para el espectador no es así. El título de la obra de Albee ya ofrece una pista: ¿quién es Sylvia? Charlie, el protagonista, llama Sylvia al animal de sus desvelos amorosos. Le da un nombre de mujer, como si buscara atemperar el impacto de su deseo.
En la lograda puesta en escena del mismo Chávez, Julia, la mujer de Charlie –excelente trabajo de Viviana Saccone–, le arroja a su marido todo lo que tiene a su alcance. El escenario del teatro Tabarís se convierte en un campo de batalla. El personaje no sabe que el amor siempre es un escándalo. Desconoce que el amor detiene la circulación de las cosas. Acierta George Sand cuando afirma: "No hay criatura humana que pueda dar órdenes al amor".
Es evidente que Albee no habla de un hombre que se enamora de una cabra; se refiere, más bien, a un hombre que se enamora y tiene la valentía de decirlo. La cabra es una excusa para referirse a la singularidad del amor. El enamorado no piensa de manera convencional. Sus pensamientos tejen otras redes. Esas redes no siempre son las mejores. La literatura abunda en ejemplos de amores contrariados. En el capítulo XIV del Quijote, Crisóstomo, enamorado de Marcela, se suicida por la indiferencia de ella. Pero el enamorado no necesariamente contempla los deseos de su amada. La obra de Albee habla del impulso amoroso, más que del amor. Pone al descubierto ese primer momento de locura apasionada, de suspensión del mundo real y de espera que se hace interminable. La espera tiene que ver con la mirada del otro. El enamorado sueña con que el otro le corresponda. Es cierto que Julia, como cualquier mujer, hubiese preferido, dentro de su drama, que al menos su marido se enamorara de alguien de su misma especie.
Pero la cabra es lo que una sociedad disciplinada no soporta de la figura del enamorado. El enamorado parece atacado por una extraña peste. El entorno lo mira con desconfianza y las reacciones que provoca pueden ir del rechazo a la envidia. Un cuerpo enamorado es siempre un cuerpo distinto. Es un cuerpo deseante. Las sociedades más represivas siempre intentaron condicionar al amor. Pero el vínculo imaginario que supone ese sentimiento ha demostrado tener más potencia. Cuando Sófocles escribe "amor invencible al combate" alude a ese momento donde el hombre es capaz de traspasar los muros más altos para alcanzar el objeto amado. Y el objeto amado no es lo que los otros quieren. Es el producto de la ética del propio deseo. La cabra de Charlie es lo que el espectador quiere que sea. Y podemos preguntarnos, ¿quién no ha tenido una cabra en su vida? Y hasta podemos afirmar que sin lo que la cabra significa no hay una vida verdadera.
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