De no creer. Alarma en Rusia: el mail que cambió la historia
Antes de sentarme a escribir me preguntaba qué tienen en común la trepada del dólar, el escándalo de Boca en San Pablo y el sentido mail en el que Cecilia Nicolini les dice a los rusos que si no nos mandan las vacunas los vamos a poner en penitencia. Lo que tienen en común es que lograron desplazar el gran tema de estos días: los penes de madera. Es una lástima (una pena, debería decir): por fin una campaña electoral se iba a centrar en los temas que le interesan a la gente. Ya me imaginaba sesudos debates sobre esta simpática protuberancia vegetal, sobre las bondades didácticas, y artísticas, del viril dispositivo. Para el Gobierno es un bajón: prefiere mil veces hablar de salud sexual que de la pandemia, de los más de 100.000 muertos y de que acaba de descubrir que Putin, el amigo de Alberto, no resultó ser un tipo tan confiable.
“Los amigos se conocen en los momentos difíciles”, le agradeció el mes pasado Alberto al presidente ruso, que asintió con la misma inclinación de cabeza que hace cuando decide la suerte de dirigentes opositores. El profesor, un estratega, cumplía el papel de policía bueno, mientras que a la acumuladora de millas Nicolini le toca ser la mala; malísima: me impresionó con cuánta fiereza se anima a decir en el mail “corto mano corto fierro, si no nos mandan la segunda dosis se van al infierno”. Tan modosita, tan diplomática en sus misiones a Moscú, a Londres, a México, a Cuba (pobre, La Habana después de haber estado en Londres), cuando tiene que cantar las 40, canta 50. Porque Pagni, al publicar la primicia, omitió párrafos muy sensibles de la carta. En uno de los tramos más intimidantes advierte que Ignacio Copani ya tiene escrito el estribillo de su próximo hit: “Traigan la Sputnik, ya les pagamos la Sputnik, no nos mientan más con la Sputnik”. Cecilia los amenaza incluso con frenar el envío de dos millones de penes de madera.
En Moscú, el mail provocó una verdadera hecatombe. Putin preguntó quién era Nicolini. La KGB está googleando a Alberto. En el laboratorio Gamaleya se interesaron por saber dónde quedaba la Argentina. Es cierto que siguen sin mandarnos vacunas, pero ordenaron buscar presos políticos de campos de aislamiento en Siberia para ponerlos a trabajar en la línea de producción. ¿Será fiable lo que salga de ahí? ¿Conviene apurarlos tanto? ¿Postergará el Kremlin la salud de los rusos en beneficio de la salud electoral del kirchnerismo? Se ha abierto, desde una perspectiva geopolítica, un panorama inquietante. La tercera amenaza argentina, romper el contrato y arrojarnos a los brazos de Pfizer, pone en riesgo el equilibrio global de la industria farmacéutica, la más poderosa después del narcotráfico, las armas y el imperio hotelero de Cristina. Cruje de tensión el eje Washington-Moscú, y hasta se habla de la segunda Guerra Fría, nada más apropiado tratándose de una disputa por vacunas congeladas. Y todo porque al profesor se le ocurrió pedirle a Ceci que pusiera a parir a los rusos.
"“Si Cafierito va a calentar una silla –dice Cristina–, es preferible que lo haga en el Congreso”"
De todos modos, lejos de amilanarse, en la Casa Rosada ya piensan en los próximos pasos. Mandarán otro mail, redactado por los de Carta Abierta (también recién llegados de Siberia), y enviarán una nueva misión a Moscú bajo el mando de Boudou, ahora que está libre y sin tobillera; irá en busca de la segunda dosis y, sobre todo, de un sustento. Otra delegación, encabezada por Carla Vizzotti, partirá a Estados Unidos, aunque sea para hacerse una foto que movilice a Putin. No se descarta un tuit de apoyo de Máximo, de corte más pragmático que ideológico: dirá que Néstor siempre ahorró en dólares, nunca en rublos.
Una pena, les decía, que este affaire nos desvíe la atención. Yo quería concentrarme ahora en el comienzo de la campaña. La foto del sencillo lanzamiento de Santilli en La Plata me enterneció, y más al enterarme de que para encontrar la ciudad tuvo que usar Waze. Las crónicas repararon en las ausencias de Macri y de María Eugenia; pero Macri sigue varado en Europa –no quiero imaginarme las penurias que estará pasando– y Mariú, satisfecha con el bolonqui que armó al mudarse a la Capital, por cábala no quiere volver a pisar la provincia. Hoy conoceremos la lista del Gobierno en ese distrito. Me estoy mordiendo los labios de ansiedad: ¿Tolosa Paz? ¿Cafierito? ¿Un tapado, tapada o tapade? A propósito del lenguaje inclusivo, un meme pregunta si tendrán coraje –en realidad no dice coraje, pero no me animo: ya llené de protuberancias la columna– de llamarlo Frente de Todes. Yo creo que sí se animan; después de las elecciones.
La porfía por Cafierito es, acaso, la más apasionante de todas. Cristina dice que para calentar una silla es preferible que lo haga en el Congreso, donde hay muchas. Alberto lo quiere retener para que no le pongan tan cerca a un delegado de Cristina; considera que ese papel ya lo está cumpliendo muy bien él.
Toty Flores contó que en su barrio, en La Matanza, vio a una persona que llevaba su estufa eléctrica para canjearla por comida: “O se moría de frío o se moría de hambre”. Toty, te queremos mucho, dedicás tu vida a ayudar a los más necesitados, pero no caigas en el mismo error. No nos distraigas de las cosas importantes.