Al rescate de la palabra
No es descabellado afirmar que la inhumanidad política del siglo pasado y del que acaba de comenzar han afectado el lenguaje de manera radical. Hoy se aplauden y se defienden escritores cuyo lenguaje raquítico no sólo empobrece la literatura, sino que afecta la comunicación. En no pocos concursos literarios se premian aquellas historias que se entienden desde el principio hasta el final, como si en el arte y en la literatura fuera necesario que no quedara ningún cabo suelto. No sería fácil para Jorge Luis Borges o Juan José Saer ganar un concurso literario con las premisas actuales. Frente a "Las ruinas circulares" alguien diría que no se comprende cómo un hombre puede soñar a otro hombre, y ante la caminata de Ángel Leto, el protagonista de Glosa, no faltaría quien se preguntara por su utilidad.
Las cuestiones del arte son también las cuestiones de la vida. Se puede dividir todo en blanco y negro y cooperar con el empobrecimiento de la realidad, o buscar los matices desde una perspectiva abierta y plural. La característica más evidente de un hecho estético es su ambigüedad. Es en las zonas de indeterminación de los textos donde nacen los sentidos de las obras y se producen los significados.
Terrenal, la obra de Mauricio Kartun que se presenta en el Teatro del Pueblo, es un ejemplo de la potencia de la lengua en función dramática. Porque antes de que el realismo se convirtiera en género dominante, los personajes teatrales nunca hablaron con la lengua cotidiana. Pruebe alguien seducir a una mujer con las palabras que Romeo le dice a Julieta y seguro que lo tomarán por loco. Sin embargo, Romeo habla de amor. En nuestro idioma, ni Lope de Vega ni Calderón escribían con la lengua que empleaban en la taberna cuando se encontraban con amigos.
Mauricio Kartun, dramaturgo excepcional, trabajador incansable del teatro independiente, construye en Terrenal un lenguaje que nos resulta extraño y familiar al mismo tiempo. Se trata de un lenguaje poético. Una lengua que recoge materiales del teatro gauchesco combinados con refranes y giros sorprendentes nacidos de la poesía de algunos de nuestros grandes creadores. Desde ese lugar, nos interpela a través de un texto que recoge el relato bíblico de Caín y Abel, y lo acerca a una espera que evoca la de Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Caín, en la obra de Kartun, es aquel que prioriza el interés económico por encima de cualquier otro valor. Es el que acumula riquezas y después tiene que construir sistemas para protegerlas. Abel es un pastor de ovejas; representa la inocencia. Si Caín mata a Abel no es sólo porque Dios, en este caso Tatita, lo bendice, sino porque representa un modo de vida intolerable para él. No es lo que piensa José Saramago, que en Caín, precisamente, escribe: "Qué diablos de Dios es éste que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín". Miradas distintas, yuxtapuestas algunas, pero todas nacidas de la riqueza del idioma.
"¡La música! -dice Tatita en Terrenal-. Yo solo escribo las músicas, pelele. Notas para hacer bailar. ¡Pulsos! ¡Latidos! ¿Para qué mierda sirve la letra? Para distraer del baile. Para ensuciar las notas con acentos mal puestos. Yo música pura. La música del universo. Yo concierto. Las letras las encajan los monos." Como en Salomé de Chacra, la obra anterior de Kartun, el lenguaje poético es lo central. Pero se trata de una lengua que se convierte en texto en el cuerpo de los actores. Sin el admirable aporte de Claudio Martínez Bel, Claudio Da Passano y Claudio Rissi no podríamos hablar de este logro teatral. Kartun es también un gran director de escena. Sus obras siempre inauguran un mundo. Recordemos a Chau Misterix, La Madonita, Ala de criados o El niño argentino. Mauricio Kartun es un animal de teatro. No hay otra manera mejor de definirlo.
Ahora bien, si Caín representa al inventor de los pesos y las medidas, como sostiene el autor citando al historiador Flavio Josefo, y si en el exilio se dedica a acumular riquezas y construir ciudades amuralladas para vivir adentro con los suyos y protegerse de los de afuera, tenemos que concluir que Caín sigue siendo un contemporáneo fácilmente reconocible. Imágenes del pasado iluminadas en un instante por el propio presente viven en las grandes obras y se despliegan frente a los espectadores.
En el teatro y en la literatura, el lenguaje da cuenta de algo del orden de la verdad, cosa que no ocurre con frecuencia en la vida diaria. A través de sus construcciones, la lengua poética muestra que la verdad se vislumbra en la ficción. ¿O acaso la palabra devaluada de la mayoría de los políticos en el mundo significa algo?
Días atrás el escritor español Enrique Vila-Matas, hablando de Kassel no invita a la lógica, su último libro, me decía que él proponía que los políticos les dejaran las palabras a los poetas. George Steiner, con su enorme sabiduría, sostiene: "Mientras no podamos devolver a las palabras en nuestros periódicos, en nuestras leyes y en nuestros actos políticos algún grado de claridad y de seriedad en su significado, más irán nuestras vidas acercándose al caos". De ahí que sea una tarea urgente la de rescatar la palabra del murmullo. Lo que se escucha en los pasillos, lo que se oye en los programas de televisión, lo que sólo llega a nuestros oídos como un decir lejano, no sólo nos empobrece como seres humanos, es también un golpe a ese universo de ficciones verdaderas que supieron construir a lo largo de la historia de la humanidad artistas y poetas enamorados de las palabras.
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