Al enemigo, ni justicia: Milei y el socialismo
Desde los tiempos de campaña, Javier Milei ha sostenido una posición ideológica inflexible y demoledora de todo el espectro centroizquierda, en lo económico y en lo político. Los rojos, los zurdos, los comunistas o los socialistas son chorros, ratas, fracasados o pedófilos. Libertario económico pero conservador político, su encendido discurso anticasta que lo llevó a la presidencia y lo sostiene se amalgama con un saludable pragmatismo, que prioriza las conveniencias políticas por sobre el purismo ideológico. Las certezas teóricas impolutas son incompatibles con el difícil arte de la decisión política que exige astucia en la negociación y gestión del desacuerdo: tacto, olfato y gusto público. El acercamiento a China es un ejemplo de la primacía de la conveniencia por sobre el purismo teórico (“no hacemos tratos con comunistas”, dixit).
Cierto es que se definió como ácrata para luego suavizarse como minarquista, pero la aversión al Estado no es solo de libertarios, sino también de anarquistas. Nozick y su defensa del Estado ínfimo como “vigilante nocturno” que protege con mercenarios, y el acratismo radical de Bakunin y Proudhon que proclamaron “ni Dios, ni patrón, ni Estado” no son extremos del espectro político. Los libertarios podrían sentirse incómodos con esta rareza. La fobia al Estado es la bandera común de individualistas defensores de derechos básicos e inviolables y de colectivistas extremos, detractores de toda autoridad. El mismo Marx, para quien el Estado es el instrumento de dominación de la burguesía e inexorablemente destinado a desaparecer, pronostica un final feliz para la humanidad socializada: sin propiedad (que es un robo) y sin Estado (la maquinaria que perpetúa un régimen de propiedad). Los individualistas creen que la suma de las felicidades individuales es, sin más, el interés público, mientras que el colectivismo subsume a los individuos (sus derechos, sus intereses) en un colectivo orgánico. A ambos, sin embargo, los hermana la férrea resistencia al Estado.
La socialdemocracia de Europa central se desprendió del marxismo y se adaptó a la realidad de los hechos. A fines del XIX, no solo los obreros sin destrezas sino también los asalariados y profesionales se afiliaban a los partidos de izquierda. Renunciaron a las distopías violentas y prefirieron actuar dentro del sistema en lugar de explotarlo, con la obtención del derecho al voto y ocupando escaños en el Parlamento. En 1959 la socialdemocracia abandonó sus raíces teóricas marxistas y abrevó en la filosofía clásica, el humanismo y la ética cristiana. En Suecia, se mantuvo en el poder durante casi cuarenta años hasta 1976, para dar lugar a un período conservador y a una saludable alternancia.
El partido laborista inglés, de regreso al poder tras catorce años, y la prestigiosa London School of Economics, donde enseñó Friedrich von Hayek, caro a Javier Milei, proceden del fabianismo socialista. La Fabian Society, fundada por Sidney y Beatrice Webb “para el mejoramiento de la sociedad”, fue la matriz del socialismo inglés. Porque el laborismo inglés no tiene raíces marxistas, sino que surgió del poder de los Trade Unions y del Cartismo, el primer movimiento obrero masivo. En 1838, redactaron el People’s Charter, que peticionó derechos políticos (no sociales) ante la Cámara de los Comunes.
Milei prefiere la mafia al Estado argentino. “La mafia tiene códigos y compite”, mientras que el Estado es una plataforma de dominación de la casta oligárquica y partidaria que se enriquece y perpetúa a expensas del contribuyente, e indemne de la rendición de cuentas (un recaudo de las instituciones libres griegas desde Clístenes, en 508 a.C.). También ha dicho que la tragedia argentina “no es económica, ni política sino moral”. Si la madre de todas las batallas es moral, el encono libertario podría moderarse con las democracias del “modelo nórdico”, encomiables por su moralidad pública y capitalistas al 100%.
En Camboriú en julio de este año, Milei dijo: “Vamos a salir de la miseria, les guste o no a los socialistas”. Pero el modelo socialista noruego ha logrado combinar una sociedad altamente igualitaria con el bienestar generalizado. Con una clase media prevalente y extendida, y una sola cámara en el Parlamento desde 2007, el régimen noruego se precia de ser popular e igualitario. Los estudios de los sociólogos Rune Sakslind y Ove Skarpenes consignan que la mayoría de los ciudadanos (de clase media alta) está conforme, no solo con su sueldo sino también con su contribución al fisco. La “singularidad noruega” no descansa en sus treinta y tres plataformas petrolíferas y su “Fondo petrolero”, que les permite vivir de sus regalías y proteger la economía. Antes de ser ricos eran virtuosos. Su herencia cultural promovió la transparencia pública y la ausencia de corrupción. La combinación de igualdad y Welfare State descansa en dos repertorios morales: “el buen samaritano”, de raíz cristiana luterana, y “el ciudadano socialmente responsable”, que deriva de la conciencia de un “contrato social” entre el individuo y el Estado. Los ciudadanos confían unos en otros.
No podemos importar la “singularidad noruega” a nuestras latitudes. No solo por peculiaridades culturales e históricas, sino porque hemos permitido que nuestro repertorio moral y la confianza mutua se erosionen exponencialmente durante décadas. Reconocer el virtuosismo público del socialismo nórdico que ha sabido combinar igualdad y bienestar permitiría diferenciar un régimen corrupto y oligárquico que se dice socialista, de los socialismos efectivamente exitosos.
Javier Milei podría dejar atrás la lógica del amigo-enemigo, que denuesta sistemáticamente al que piensa distinto, y adoptar la del competidor político y el adversario en la discusión. Tonificar su cintura política, un maridaje de timing, comunicación y retórica, podría resultar una estrategia óptima en su cruzada contra la corrupción endémica, además de las fuerzas del cielo.
Doctora en Ciencias Políticas, licenciada en Filosofía