Ajedrez de venganza: la psicopatía como arma política
El psicópata jamás asume su responsabilidad; la culpa siempre es de algún otro. Ama el poder; la idolatría es su droga. Usa a las personas para conseguir más dosis de poder y las convierte en cosas para su propio beneficio. Carece de empatía. Se victimiza. No aprende de sus errores (no los registra). Miente como un artista. Es, en gran medida, un artista ególatra y narcisista. Manipula la realidad a su gusto. Arrastra hacia la oscuridad a quienes lo rodean. Tiene códigos propios: conoce las reglas, pero no le importa saltearlas si eso lo beneficia: el fin justifica los medios. No suelta el poder; tampoco lo delega, aunque finja hacerlo. Simula que cambia, si esa táctica le resulta útil, pero no cambia nunca. El psiquiatra Hugo Marietán, experto en psicopatía, los llama "soles negros" porque siempre tienen un universo sumiso girando a su alrededor.
La decisión de estrangular financieramente a la ciudad y lastimar a Larreta –un obstáculo en los sueños de hegemonía–; el inconstitucional avance cristinista para imponer al procurador y garantizarse la impunidad, y la apropiación del funeral de Maradona y de su mito han sido jugadas maestras del kirchnerismo en el uso de la psicopatía como arma política
La decisión de estrangular financieramente a la ciudad y lastimar a Larreta –un obstáculo en los sueños de hegemonía–; el inconstitucional avance cristinista para imponer al procurador y garantizarse la impunidad, y la apropiación del funeral de Maradona y de su mito han sido jugadas maestras del kirchnerismo en el uso de la psicopatía como arma política.
Ante semejante despliegue de poder, Larreta había respondido hasta ahora con una estrategia dudosa: poner la otra mejilla. "Nos quieren poner de rodillas", recalculó un poco anoche, en la conferencia de prensa que ofreció en respuesta al nuevo tarascón. A Santilli se le desató una descompostura estomacal con febrícula, después de la indigerible pelea con Sabina Frederic, que lo culpó por las fallas en la seguridad del caótico velatorio maradoniano que ella debía controlar.
Hasta último momento, Larreta había confiado cándidamente en las charlas que venía teniendo con Juan Schiaretti, que le aseguraba que no apoyaría la poda a los porteños. Tomaba como un buen augurio la negativa del cordobés a firmar las solicitadas que la Casa Rosada había armado para avanzar contra la ciudad. La noticia de que los cuatro diputados schiarettistas habían apoyado finalmente la ley del kirchnerismo –incluida la mujer del gobernador, Alejandra Vigo– lo tomó increíblemente por sorpresa. "Él cree que puede llegar esquivando como Nicolino Locche, pero ahora se asomó al país real y tiene que demostrar si quiere o puede cruzar guantes", evaluó, con acidez, una de las principales espadas de Juntos por el Cambio.
¿Por qué le falló Schiaretti, como era previsible? Por la misma y exitosa fórmula de una maquinaria voraz: látigo y chequera. Córdoba está endeudada por unos 230.000 millones de pesos (su deuda es en dólares) y tiene un vencimiento cercano. La caja jubilatoria provincial está asfixiada, con un déficit de más de 20.000 millones para el año que viene. Schiaretti necesita desesperadamente que Alberto Fernández lo auxilie y teme, con razón, que si no vota en consonancia con los deseos de la verdadera jefa política de la coalición oficialista, Nación le tabique esas transferencias.
Lo mismo le pasó a Santilli en las negociaciones con su familia de origen, el peronismo, que lo volvió a traicionar. El caso de la neuquina Alma Sapag merece un destacado. Los líderes porteños aseguraban que la tenían de su lado. Ella juró y perjuró que no colaboraría en la crucifixión de Larreta, pero en la madruga del martes cambió de parecer. "Lo lamento, pero los voy a tener que traicionar", le escribió a un diputado aliado de los porteños.
Como una Elizabeth Harmon en versión oscura (la heroína de Gambito de dama), Cristina despliega su ajedrez de la venganza contra una ciudad que siempre la rechazó y un candidato que podría arruinar sus caprichos, jamás archivados, de ir por todo: ¿Cómo no odiar a CABA? Desde que la hidratación de los helechos porteños se le ha convertido en un TOC, sus seguidores no hacen más que satisfacerla. La secundaron todos sus hijos, el biológico y los políticos. Primero fue Wado de Pedro, que disparó por Twitter contra la Policía de la Ciudad; lo siguió Horacio Pietragalla, que denunció penalmente a Larreta y Santilli. El senador Francisco Durañona contribuyó al hilo de Wado en la red del pajarito: "Qué grave error la autonomía de la ciudad", se lamentó. La economista Fernanda Vallejos subió la apuesta: "Imperdonable, pero no irreversible" y Máximo le puso el moño. "Beneficiar a la ciudad más rica es una metáfora perfecta del macrismo", sentenció.
En medio de estas estocadas, lo surreal es que los intelectuales albertistas debatan sobre qué hacer con el odio (ajeno, por supuesto). Parece que la psicopatía como arma política también encuentra aliados en el territorio simbólico de las ideas.