Aires de sainete en varios conventillos
Vean ustedes qué suculenta menesunda nos ofrece don Macri hijo, con la inestimable colaboración de don Macri padre. Aprecien ustedes qué opíparos batifondos libran entre sí los políticos que comparten el escabeche opositor. ¿Paladearon ya las crocantes monsergas que a diario hornea el canciller barrabrava Héctor Timerman, también timonel de la clase Twitter? Y, por favor, no se priven de saborear la rica butifarra de coimas que sirven en la embajada paralela de Venezuela, bajo el ojo avizor del chef Hugo Chávez?
Pregunta sibilina que viene al caso: ¿alguien osaría dudar de que los bien sazonados sainetes que urde la política acaparan tanta audiencia como la sarta de vulgaridades que propalan Marcelo Tinelli, la Mole Moli y Ricky Fort?
Algo es evidente: la política y el sacro imperio de la gansada -léase, la televisión- cultivan la riña artera, con parecidos libretos. Sus protagonistas fatigan ambientes de conventillo, recrean sórdidos sainetes y se exhiben como comadres del bajo fondo, semejantes a las que imaginaron Máximo Gorki en la Rusia zarista y Alberto Vacarezza en la Argentina descamisada. La escenografía fue siempre la misma: trapos sucios ventilados con escaso pudor.
Aquí y ahora, los del inquilinato oficialista trazan un cuadro costumbrista que pregona fantasías y exalta la maravillosa aptitud gubernamental para conducir los destinos patrios con absoluta pericia. Pero, ¡ojo!, en esas cocinas suelen mecharse gordos estofados, poco gratos al paladar republicano. La receta es muy simple: hay que agitar el menjunje populista, condimentar con agudas discrepancias y reducir a puré a cuanto destituyente asome la cresta.
En la vereda de enfrente, otro conventillo aloja a una oposición que se opone a sí misma. Vean si no: Hermes Binner, Carlos Reutemann y Elisa Carrió son de digestión lenta; Ricardo Alfonsín, Julio Cobos y Francisco de Narváez se asumen revueltos en un Gramajo que acaso les provoque gastritis; Eduardo Duhalde acaba de abrir el enésimo maxiquiosco peronista, con amplio surtido de tentempiés; el Senado es, de nuevo, una sartén de chicharrón crepitante en la que se fríen voluntades de especie diversa, luego salpimentadas al gusto.
Ya es cosa habitual que la política no da pie con bola, y que sus capitostes gusten intercambiar vituperios, desfogar frustraciones y salir con los tapones de punta, unos contra otros. Por supuesto, son vecinos de conventillos muy semejantes, a cual más propenso a incentivar el tole tole. Pero, en serio, nadie vaya a escandalizarse: el año próximo, con las elecciones presidenciales y los desaguisados que habrá de aparejar, todo será todavía un poco peor. © LA NACION