Ahora sí, el fracaso es bien visible
Nada le augura a Milei éxito ni en octubre ni, más difícil, en un eventual gobierno; lo único claro es lo que se irá para siempre: la idea de que la Argentina se arregla sola y sin esfuerzo
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La única novedad que tuvieron esta semana las reuniones con que el Gobierno vuelve a intentar convencer a los empresarios de bajar precios fue que ahora incluyen al jefe de la Aduana, Guillermo Michel, y al de la AFIP, Carlos Castagneto. Un salto discreto institucional. Se acabó evidentemente, luego de años de esfuerzos infecundos, el tiempo de los secretarios de Comercio: el Poder Ejecutivo aprieta ahora con otras herramientas y el que no cumpla deberá exponerse a riesgos que van desde las demoras para acceder al dólar oficial para importar hasta inspecciones de cualquier tipo.
La amenaza ya no se insinúa. El propio ministro de Economía la hizo explícita el miércoles en TN: “A aquellas empresas que no quieran entrar en Precios Justos y abusen les vamos a aplicar todo el peso de la ley”. ¿Quién y en qué circunstancias decide qué es delito en materia de precios en la Argentina? Ni siquiera Macri pudo derogar la ley de abastecimiento. “Estoy como en el final de la época de Moreno: ya ni voy a esas reuniones”, protestó un empresario que ayer decidió mandar en su lugar a un gerente.
El Gobierno dio el primer paso al respecto el lunes, en medio de la primera corrida cambiaria después de la derrota electoral y la devaluación. Convocó por la noche a las cadenas de supermercados y les pidió que no trasladaran los aumentos que les estaban llegando de parte de los proveedores y que, en algunos casos, llegaban al 30%. Además de Michel y Castagneto, estaban el viceministro Gabriel Rubinstein y el secretario de Comercio, Matías Tombolini. La exigencia fue que no convalidaran más del 5% y, a cambio, se les ofrecería un alivio fiscal. Los supermercados contestaron que estaban en condiciones de aceptar solo si se convencía de lo mismo a sus proveedores, y hacia ellos fue entonces el Gobierno a partir del día siguiente, con reuniones que, a diferencia de lo habitual, hizo de manera individual con cada empresa. Como para evitar estrategias y respuestas conjuntas. Anoche, a última hora, el Ministerio de Economía anunció que ya tenía el aval de supermercados y mayoristas.
Los proveedores todavía dudan. No quisieran enemistarse con el Poder Ejecutivo, pero creen que ese 5% está muy lejos de lo que subieron los costos. Algunos industriales proponen hacer un esfuerzo hasta no menos de un 7,5%, pero siempre y cuando los supermercados absorban una parte, alrededor de dos puntos. Todo muy intrincado y hasta precario, porque también está sujeto a lo que pase con la economía en el futuro. Pero es el único modo en que, suponen algunos ejecutivos, Michel, Castagneto y cía. les darán autorizaciones para importar. ¿Están esos dólares o son extorsiones en el aire? En las empresas ya desisten de preguntar. Mejor no confrontar.
Dependerá por lo pronto de que Massa no desbarranque. O que al menos atenúe el pánico poselectoral. Algo que podría ocurrir si, por ejemplo, llegara el giro del FMI. El ministro viaja a Washington la semana próxima. Hasta ahora todo está en un limbo. El argumento de los funcionarios es que el propio organismo multilateral pidió que se posterguen las autorizaciones para el dólar oficial. Incluso las de 180 días de plazo, que deberá pagar el próximo gobierno. La restricción externa pone a prueba la paciencia y, como siempre, abre algún atajo: hay importadores que han empezado a depositar la mercadería en zonas francas, áreas exentas de impuestos en las que, si consiguen el formulario ZFI, acceden a divisas automáticamente. Un buen lugar para acumular carga a la espera de mejores condiciones. La Argentina tiene 9 zonas francas y varias de ellas, como la de La Plata, están abarrotadas, ya sin lugar.
“El plan llegar no llegó”, posteó el lunes en Twitter el economista Gabriel Caamaño no bien se enteró de que el Banco Central devaluaba. El trasfondo de la crisis excede sin embargo a la administración Massa: la Argentina parece estar frente al agotamiento de un sistema que, sin flujos por la imposibilidad de tomar deuda, funcionó mientras hubo stocks. “La sequía”, explica el ministro. Que el fin de ciclo le haya tocado a él, gran interlocutor del establishment económico, es además sintomático: como el desastre es estructural, tampoco se arregla con acuerdos corporativos. Aunque su instinto de lobista y la falta de opciones lo empujen siempre en esa dirección. Es lo que Massa ha hecho siempre.
El Gobierno vuelve a depender de lo que acuerde con las grandes compañías, lejos del mensaje del candidato en favor de las pymes. Massa lo admitió el miércoles, luego de anticipar que diría algo políticamente incorrecto: dijo que las cadenas de supermercados habían aceptado no subir los precios, pero que, lamentablemente, los “comercios de barrio” y “los chinos”, no.
Otra vez el costo de ser candidato y ministro al mismo tiempo. Con fragilidad cambiaria, una palabra fuera de lugar puede arruinar en un instante la campaña o la gestión. Esta semana, por ejemplo, advirtió que Milei tenía pensado aplicar un plan Bonex si llegaba el poder. ¿Era necesario otro sobresalto para los ahorristas? Le faltó pronosticar, como Guido Di Tella en el final de Alfonsín, que el próximo gobierno tendría un dólar “recontraalto”. Aquella proyección del excanciller menemista convenció entonces a las cerealeras de no liquidar divisas hasta la asunción del riojano. El riesgo de Massa es serruchar la rama del árbol que lo sostiene.
Lo que viene es incierto por donde se lo mire. No solo porque los resultados del domingo muestran tres tercios con posibilidades, sino porque quien parece estar más cerca de ganar no tiene garantizado consenso para las reformas que propone. “Dispositivo de compromiso”, lo llama Emilio Ocampo, que asesora a Milei en la dolarización. Es la razón de la corrida pese al triunfo de un candidato promercado. El líder de La Libertad Avanza tiene además que sortear algunas dificultades hasta octubre. A diferencia de Massa, él no es un hombre del establishment, y esa característica lo pondrá a prueba en cuestiones que sus contrincantes tienen resueltas. La fiscalización, por ejemplo. ¿Será lo mismo cuando, en octubre, los gobernadores que no se jugaban nada en las primarias pongan en juego lugares en las listas de diputados o senadores? ¿Cómo controlará los votos en distritos en los que no tiene siquiera candidatos? La otra incógnita podría ser quién le financia la campaña.
Es cierto que el caudal de votos que obtuvo le da un rol protagónico, algo nada despreciable para cualquier interlocutor. Anteayer, en un almuerzo en el Duhau, referentes de la Asociación Empresaria Argentina como Paolo Rocca, Federico Braun, Alberto Grimoldi, Cristiano Rattazzi y Pierpaolo Barbieri se plantearon seriamente la posibilidad de empezar a tender vínculos con él. Juan Nápoli, del Banco de Valores, candidato a diputado del espacio en la provincia de Buenos Aires, recibió esta semana pedidos similares de bancos o fondos de inversión con sede en Nueva York. Haber ganado ubica siempre al líder en el centro de la escena. Milei lo entendió el mismo domingo a la noche, cuando decidió iniciar su discurso antes de que Macri hubiera terminado el suyo en el búnker de Juntos por el Cambio y, así, se llevó las cámaras. ¿Casualidad? “Acá está todo pensado”, sonrieron cerca de Milei. Otro disgusto para Macri, a quien le llevará tiempo dejar de reprocharle el resultado de las primarias a Rodríguez Larreta.
Pero son fotos del domingo pasado. Nada le augura a Milei éxito ni en octubre ni, más difícil, en un eventual gobierno. Hasta ahora, lo único claro es lo que posiblemente, más allá de quién gane, se irá para siempre: la idea de que la Argentina se arregla sola y sin esfuerzo. Una fantasía que dejó al país sin moneda.