Ahora Massa es también una carga para Macri
Hasta hace un par de semanas, algunos dirigentes macristas estaban convencidos de que Sergio Massa sería su mejor aliado para frenar el crecimiento de Daniel Scioli e impedirle al gobernador bonaerense alcanzar el soñado 45% de votos en la primera vuelta electoral. Sin abandonar esa tesitura, hoy también están persuadidos de que Massa se está convirtiendo en un problema para Mauricio Macri.
Es cierto que, según las últimas encuestas de opinión pública, Scioli se halla estancado en niveles de intención de voto similares al 38,7% cosechado en las primarias de agosto. Y no menos cierto es que la presencia de Massa puede limitar algo el avance del sciolismo. Pero el dato de los últimos días es que la resistencia que opone el massismo a la polarización Scioli-Macri estaría perjudicando, al menos por ahora, la capacidad del jefe de gobierno porteño para crecer muy por encima del 30% que sumó en las PASO junto con Ernesto Sanz y Elisa Carrió. Por eso en el oficialismo se entusiasman con la posibilidad de que, aun cuando no llegue al 45%, Scioli pueda evitar el ballottage obteniendo el 25 de octubre al menos el 40% y más de diez puntos de ventaja sobre Macri.
En otras palabras, difícilmente Massa pueda desplazar a Macri del segundo puesto, pero sí recortar algo su caudal electoral y permitir que Scioli pueda soñar con imponerse por 42 a 31 o 41 a 30. Un resultado tan exiguo que, tras el escándalo tucumano, despertaría toda clase de sospechas.
El virtual pacto de no agresión y de eventual entendimiento de cara a un ballottage que parecía unir a Macri y Massa, lejos de convertirse en un idilio, está sucumbiendo ante un proceso de tensión entre ambos candidatos. Los cuestionamientos al primer aspirante a diputado por el macrismo en la provincia de Buenos Aires, Fernando Niembro, fueron el disparador. Especialmente, los vertidos por el postulante a gobernador del massismo, Felipe Solá, quien, tras acusar al conocido comentarista deportivo de hacerse pasar por perito del Gran Buenos Aires, sugirió que, si los principales dirigentes del Pro no pueden explicar los millonarios contratos entre una empresa de Niembro y el gobierno porteño, "se dejen de joder con la palabra corrupción".
La principal respuesta corrió por cuenta de Elisa Carrió, quien, tras denunciar que "el Gobierno quiere subir a Massa y bajar a Macri", sostuvo que el ex intendente de Tigre "era socio de Boudou y puede ser el nuevo Kirchner".
Una eventual alianza táctica entre Macri y Massa podría seguir frente a una hipotética segunda vuelta electoral, pero difícilmente de cara a los comicios de octubre. Massa busca trasladar el aumento de su imagen positiva, derivada de una campaña más propositiva, a la intención de voto, buscando seducir a sectores de clase media no peronistas, hoy más afines al macrismo o al radicalismo; Macri, en tanto, tratará en las próximas semanas de hacer valer su segundo puesto en las PASO, instando al voto útil frente al kirchnerismo.
En este mar revuelto, no es improbable que el pescador más beneficiado sea el candidato del Gobierno. Los votos que pueda perder Macri ante la sospecha de un negocio poco transparente difícilmente puedan ir hacia un oficialismo incapaz de aclarar tantos escándalos de corrupción, pero sí a otros candidatos opositores, que terminarían siendo funcionales a incrementar la distancia entre Scioli y Macri. Si hay algo que el kirchnerismo sabe bien, es que una elección puede ganarse tanto a partir del crecimiento propio como de la división de los adversarios.
Aun así, los problemas de Scioli no son pocos. El mayor de ellos lo representa Aníbal Fernández. Si hoy hubiera elecciones de gobernador bonaerense exclusivamente, no hay dudas entre ningún encuestador de que la ganadora sería María Eugenia Vidal. La novedad de las últimas encuestas no es que la candidata macrista aventaje en intención de voto a Fernández por unos cuatro puntos. Lo más relevante se vincula con el techo electoral de los postulantes. Mientras que el 48,8% de los ciudadanos bonaerenses afirma que podría llegar a votar a Vidal contra el 42,3% que no la votaría, apenas el 33,3% asegura que podría apoyar al actual jefe de Gabinete de Cristina Kirchner contra el 62,4% que jamás lo votaría, de acuerdo con la consultora Management & Fit.
La gran duda reside en el nivel de corte de boletas en un distrito como el bonaerense, donde habrá que elegir entre siete categorías de candidatos dentro de una boleta sábana. Si efectivamente Scioli retuviera en su provincia el 40% de votos que obtuvo en las PASO, para que Fernández consiga menos del 30% de los sufragios, como presumen las encuestas, más de uno de cada cuatro votantes de Scioli debería cortar boleta. Un porcentaje de cortes que parece difícil que se produzca. Otra duda es si el espanto que causa Fernández en parte del electorado no derivará en un efecto negativo para el propio candidato presidencial del FPV.
No es casual que, entre los principales ejes que Macri acaba de definir para el próximo tramo de la campaña electoral, figure el combate al narcotráfico (los otros dos son la pobreza cero y la unión de los argentinos). La idea de asociar a Aníbal Fernández con la droga aparece en un primer plano.
Si hay algo que el gobierno de Cristina Kirchner no puede justificar, es la liviandad con que ha tratado el mayor flagelo de la última década y su desidia para enfrentarlo. El jefe de Gabinete se cansó de decir que la Argentina continúa siendo apenas un país de tránsito. Tuvo que contradecirlo hasta el papa Francisco para que el Gobierno se estremeciera. "La Argentina, hace 25 años, era un lugar de paso de la droga. Pero hoy en día se consume y, aunque no tengo la certeza, creo que también se fabrica", subrayó el Sumo Pontífice, quien advirtió sobre una "mexicanización".
Innumerables investigaciones y testimonios dan cuenta del crecimiento del narcotráfico en el país. El nivel de consumo per cápita de cocaína y marihuana se duplicó a lo largo de la última década. Rosario, con 24 homicidios cada 100.000 habitantes, ha superado las tasas de Bogotá (14,4), México D.F. (13) y San Pablo (12). Entretanto, la proporción de argentinos que perciben que en su barrio se venden drogas creció en los últimos cuatro años un 50%, de acuerdo con un informe de la UCA.
Todos estos datos contrastan con la pasividad, la indiferencia y la eventual complicidad de las autoridades ante un mal que ha avanzado sin tregua sobre toda la sociedad, y cuyas redes delictivas han visto crecer su influencia en la vida política. No escapa a dirigentes de distintos partidos que algunos narcotraficantes se han convertido en referentes sociales para los habitantes de las villas de emergencia más acosadas por la droga, a tal punto que en ciertos casos están reemplazando no sólo a los tradicionales punteros políticos, sino también a los viejos financistas que viven de la usura. Hoy los narcotraficantes proveen a los pobladores de estas humildes barriadas crédito algo más barato a cambio de un control social que potencia sus oscuros negocios.
Tal vez por eso, el sacerdote Juan Carlos Molina, hasta hace poco titular de la Sedronar, haya descripto al narcotraficante colombiano Pablo Escobar como una suerte de Robin Hood, en un acto fallido propio de la insensibilidad del gobierno kirchnerista para advertir que con el narcotráfico no sólo peligra la salud de los argentinos, sino también la de las propias instituciones de la República.
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