Ah, pero Milei
La venta de humo que permite a Massa disimular el fracaso de su gestión económica, declararse ajeno al gobierno de Alberto, esconder a Cristina y conservar sus chances de ser el próximo presidente argentino es notable, pero no es original. Tiene su complemento en la simétrica capacidad de muchos analistas para hablar de política por horas sin mencionar un solo dato estadístico ni un hecho de la realidad. Lo he llamado betisarlismo, en honor a la mejor exponente de la escuela y mejor analista de discurso del país, pero lo ha invadido todo: desde las redes sociales hasta los whatsapps, los paneles televisivos y los artículos de opinión. Fulanito dijo. Menganito le contestó. Zutanito lo salió a cruzar. Una Radiolandia del siglo XXI, bien nacional y popular.
¿La realidad? Bien, gracias. La realidad transcurre por carriles paralelos en los que la conexión entre palabras y hechos se diluye entre discursos y contradiscursos, y la relación entre causas y consecuencias desaparece. Por eso, los argentinos amamos las causas y deploramos las consecuencias. Por eso llevamos ochenta años entregándoles el país a los muchachos de la patria justa, libre y soberana y cada vez tenemos menos patria, menos justicia y menos libertad. Soberanía tenemos. Soberanía energética. Lo que no tenemos es nafta. Qué se le va a hacer…
Pensaba en esto mientras releía a los intelectuales que llamaron a votar por Massa “para defender la democracia”. Su argumento es intachable: no se puede confiar en quien defendió la venta libre de armas, órganos y bebés; en quien piensa gobernar mediante referéndums y propuso acabar con la educación pública y el Conicet. Mejor hacerlo por otro “presidente de la ciudadanía, no de un partido, que cree en la deliberación democrática y que bajo la advocación de Alfonsín recupera la tradición de Sarmiento y Alberdi”, como dijo Alejandro Katz de Alberto pocos días después de su asunción. ¡Otra oportunidad! ¡Otra oportunidad! Total, ¿qué nos cuesta? Somos el programa de Silvio Soldán.
Votemos otra vez al peronismo “para defender la democracia”, que peligra bajo la amenaza Milei. La realidad, ¿qué importa? ¿Qué importan veinte años de destrucción de las instituciones a manos de delincuentes, las amenazas a los medios, la cooptación de la Justicia, las persecuciones a la oposición? ¿Qué importa si durante el veintenio K no se pudo tener trabajo en el Estado si no se proclamaba la fe kirchnerista? ¿Qué importan Nisman, el pacto con Irán, la puerta abierta a Putin, la base china, los 130.000 muertos en medio del vacunatorio vip, las festicholas en Olivos y los negociados con las vacunas? ¿Qué importa que se hayan cometido las peores violaciones de los derechos humanos durante la cuarentena? ¿Qué importan el tren de Once, el yate de Insaurralde, la chanchería de Emerenciano Sena, la SIDE paralela de Rossi y Tailhade y la corrupción, tan inocultable que hasta una Corte Suprema y unos juzgados de Comodoro Py en los que casi todos fueron designados por gobiernos peronistas les parecen lawfare? ¿Qué importa que hayan recuperado el control del Senado y con Massa presidente puedan votar cientos de cargos en la Justicia que les aseguren impunidad por otros veinte años y que tengan mayoría para modificar la ley electoral y nadie pueda sacarlos más? ¿Qué importan las lecciones del conurbano y las provincias del norte, donde peor gobernaron y con más eficacia establecieron una hegemonía inexpugnable? Milei dijo caca. ¡Qué barbaridad!
¿Qué importa que la “amenaza Milei” se limite a declaraciones que no tienen posibilidad de hacerse reales porque no existe un Congreso en condiciones de sancionarlas? ¿Qué importa que La Libertad Avanza carezca de una estructura capaz de llevarlas adelante? Ah, pero Milei. Votemos al quinto gobierno peronista K “para defender la democracia”. Existiendo el relato, ¿qué importa la realidad? Y si no, votemos en blanco, como Poncio Pilatos. Hasta allí, el discurso. Ahora, la realidad: es imposible que quienes han votado Massa voten ahora Milei, o viceversa. Esta elección la definen quienes votaron otros candidatos y, para superar el 50%, Milei (30%) necesita la casi totalidad del voto a Bullrich (24%). Si no lo logra, el presidente será Massa. Ya está. Desde luego, todo el mundo tiene derecho a votar como quiera y el voto en blanco es legítimo. Pero la libertad implica responsabilidad, y el que vota en blanco, como todos, es responsable de las consecuencias. Para calcularlas, en el país de la memoria hagamos un poco de historia. Arranquemos de dónde comenzaron estos primeros veinte años de destrucción.
Corría 2001 y De la Rúa se debatía entre dos abismos: salir de la convertibilidad que apoyaba el 80% de los argentinos o sostenerla, prolongando la recesión que criticaba el 80% de argentinos. El suyo había sido un mal gobierno, y enfrente estaba el peronismo, que te vota lo que venga porque en 1948 Evita le regaló una muñeca a la tía Filomena. En octubre hubo legislativas y cuatro millones y medio votaron en blanco o impugnaron. Las fetas de salame y las fotos de Clemente sumaron más que los votos de la Alianza, el peronismo ganó, los peronistas olieron sangre y, al otro día de las elecciones, el compañero Duhalde llamó al abordaje: “La gente tiene la sensación de que el presidente no llega a 2003″, dijo. Después, el peronismo hizo peronismo: organizó la versión original de las 14 toneladas de piedras, derrocó a De la Rúa, Duhalde ajustó sangrientamente, vino el viento de cola, se quedaron con el poder dos décadas, la Argentina perdió la mayor oportunidad de su historia y a los genios del voto nulo no se les movió ni un pelo. Aguante Clemente y aguante la feta de salame. Allí están dando consejos, hoy.
¿Un balance? En aquel terrible 2001 del “argentinazo contra el hambre” la pobreza era del 38% con la soja a menos de 200 dólares. Hoy, con la soja a más del doble, la pobreza es del 40%. Y sería más del 50% sin los planes, que no había en aquel terrible 2001 en que no había inflación y el salario promedio rondaba los 1500 dólares. Hoy, la inflación corre al 372% anual, el salario promedio es de 331 dólares y los que viven de planes son cinco millones. De infraestructura, salud, justicia y educación, ni hablar. En estos veinte años, todos los países latinoamericanos dieron grandes pasos adelante; menos dos, que retrocedieron espantosamente: la Argentina y Venezuela. Ah, pero De la Rúa. Ah, pero Milei. Ah, pero yo no te voto el mal menor. Viva el abrazo de Balbín a Perón, que lo había metido preso. Viva sacar a Alfonsín “escupiendo sangre” en 1989. Pero insultos, no.
Concluyo. Si fuera por los discursos, habría que votar a Massa. Promete justicia social (pero en un año aumentó en 1,6 millones los pobres). Defiende la Argentina productiva (pero no tenemos nafta ni insumos quirúrgicos porque se gasta los pocos dólares en el mercado financiero). Quiere ser el presidente que termine con la inflación (pero la triplicó en un año). Promete racionalidad (pero se patinó 3% del PBI en el “plan platita”). Iba a meter presa a Cristina (pero es su garantía de impunidad). Sigan ustedes. Total, ya se escuchan de nuevo los hits de 2019. Massa no es kirchnerista. Massa es moderado. Massa la va a jubilar a Cristina, que se va a dedicar a tejer escarpines. Lo que pasó con Alberto no puede volver a sucedernos. Lo que pasó con estos cuatro gobiernos peronistas K no es real. Ah, pero Milei. Votá a Massa o abstenete. Patria justa, libre y soberana. ¡Otra oportunidad!