Agarrá la pala vos
“Decime: el acto de Milei, ¿en qué ayudó a un jubilado qué gana 200.000 pesos?” La pregunta se la hizo un conocido periodista al diputado Bertie Benegas Lynch, quien se estaba refiriendo de manera elogiosa a la presentación Milei-style del libro del Presidente en el Luna Park. El tema carecería de interés si no fuera por el sentido común que revela y los supuestos que denota, que comparten, lamentablemente, millones de argentinos.
El primero es el de que la función del Gobierno es “ayudar” a los ciudadanos. “Hay que solucionarle los problemas a la gente”, como he escuchado decir a los míos. El segundo es que para “ayudar a la gente” se necesita hacer cosas concretas, y no discursos. Agarrá la pala, Bertie; debería haber dicho el periodista, porque ese era el texto oculto de su pregunta. Agarren la pala, muchachos. Agarrá la pala, Milei. Déjense de macanear. No. No era C5N. Fue en uno de los programas menos críticos al Gobierno y que habitualmente coincide con su rumbo general, y el comentario no fue hecho en tono de crítica furibunda sino de corrección amistosa. Lo que hace que el problema sea mayor, y no menor.
La idea de que el gobierno debe solucionarle los problemas a la gente es, probablemente, una de las causas de la decadencia de la Argentina; un país que funcionaba razonablemente bien hasta que a los muchachos se les ocurrió esta idea genial. ¿No conseguís trabajo? Te inventamos uno en el Estado. ¿No te da para entrar en el Estado? Sale un subsidio a la desocupación disfrazado de Plan Trabajar. ¿Aun así no te alcanza para comprarte un electrodoméstico? Ya mismo te mandamos un lavarropas, artefacto especialmente útil en campaña electoral. Llevamos décadas por este camino (¿dos?, ¿ocho?) y no parece haber funcionado: los pobres y los indigentes son cada vez más. Lo que casi nunca aplicamos y funciona en casi todos lados es exactamente lo contrario: no considerar al ciudadano un inválido, dependiente pasivo de los favores estatales, sino un sujeto activo capaz de generar riqueza. Para lo cual no necesita subsidios clientelistas, empleos inventados, ni lavarropas regalados, sino un estado presente donde debe estarlo: garantizando una economía sin inflación y proveyendo seguridad y justicia, y salud y educación de calidad.
No hay que solucionarle los problemas a la gente ni es posible que un acto presidencial lo haga. Hay que crear un marco que le permita a la gente solucionar sus propios problemas. Arreglar la macro para que pueda funcionar la micro. Enseñar a pescar en lugar de regalar pescado, como decía mi papá.
El segundo supuesto de la pregunta “¿en qué ayudó el acto de Milei a un jubilado?” es la idea de que hay que agarrar la pala, esto es: hacer cosas concretas y dejarse de versear. Lo que cuentan son las cosas materiales, que pueden tocarse y palparse, y no los libros, los discursos y las ideas, abstracciones inmateriales que solo sirven para hacernos perder el tiempo y alejarnos de la cuestión central. Millones y millones de argentinos, incluyendo muchos partidarios del Gobierno, apoyan esta idea insensata que deniega el poder y la importancia de las ideas. Además de contradictoria, es una idea desatinada porque invierte el diagnóstico del drama argentino, un país donde si lo que contaran fueran las cosas materiales, sería una potencia mundial. Y lo fue, si vamos a decirlo todo, cuando la economía se basaba en cosas materiales: grandes extensiones de tierra fértil, varias cabezas de ganado per cápita, minerales, gas y petróleo, un mar enorme, largos ríos y enormes bosques. Nada del orden de lo material le falta a este país y acá estamos, con un 60% de los chicos en situación de pobreza y con la economía estancada hace más de una década, y sin poder arrancar.
No es el hardware sino el software lo que está fallando, compañeros. No el territorio, sino nosotros. No las cosas materiales sino las ideas. No el disco rígido sino el programa que lo controla. Nos fallan las nociones, los conceptos; nos fallan las instituciones, que no están hechas de la piedra y el cemento de las oficinas en las que funcionan sino de representaciones inmateriales que se agitan en alguna parte de nuestra corteza cerebral. Lo que ha llevado al país a esta catástrofe no es la falta de palas con las cuales hacer pozos sino el conjunto de abstracciones cada vez más decisivo para la producción de riqueza y la organización de la sociedad.
La Argentina es un país donde lo material abunda pero está gobernado por pésimas ideas. Exactamente lo contrario a la Europa que se levantó después de la Segunda Guerra Mundial, que estaba materialmente destruida pero tenía las ideas correctas para levantarse rápidamente: un sistema económico basado en el capitalismo y un sistema político basado en la democracia, menos nacionalismo berreta y más apertura al mundo e integración regional. Creer que esta catástrofe se arregla agarrando la pala es no haber entendido nada. Y pensar que “no ayuda a los jubilados” un presidente que presenta un libro que, bueno o malo, preciso o errado, discute las ideas económicas que nos han traído aquí, es hacer populismo, y del barato. Es hacer peronismo, para decirlo sin ambages. Porque si la forma de promover el bienestar de los argentinos fuera la de ayudarlos de manera directa, inmediata y material, habría que resucitar a la Fundación Evita y salir a repartir bicicletas, pan dulce y sidra, pelotas de fútbol y máquinas de coser. Precisamente lo que viene haciendo el peronismo desde hace décadas, con resultados que no hace falta explicar.
Concluyo. Los que creen que agarrar la pala es la fórmula del progreso individual y social tienen una enorme oportunidad: la de agarrar la pala y hacerse ricos. Como diría Cristina: ¡Agarrá la pala vos, hermano! No vas a tener competencia porque casi todos se dieron cuenta de que la forma de producir riqueza en el siglo XXI no es la misma de los tiempos de Ramsés. De la economía del músculo a la del cerebro. Del trabajo físico repetitivo a la imaginación, el conocimiento y la creatividad. Además, como bien vio Pavese, lavorare stanca. Agarrar la pala no le gusta a nadie, y está bien. Esfuerzo, sí. Pavadas, no. Si lo hicimos por siglos fue porque no teníamos más remedio. Como parece que no tenemos más remedio que seguir escuchando paparruchadas repetidas sin solución de continuidad por quienes viven, paradójicamente, del oficio de hablar, hablar y hablar. Contradicciones del panelismo que supimos conseguir en el país de lo nacional y popular.