Agamben y la epidemia como política
A comienzos del Covid-19, el filósofo italiano Giorgio Agamben recibió una avalancha de críticas por un texto breve: "La invención de una epidemia" (publicado en Il Manifesto el 26 de febrero). En él culpaba a las autoridades de su país y a los medios de difundir un clima de pánico que habilitaba un auténtico estado de excepción. No solo consideraba la medida desproporcionada: también dudaba de la real gravedad del fenómeno.
El texto figura, sin el cambio de una coma, en La epidemia como política, volumen que recopila dieciocho textos y entrevistas que el filósofo dio a conocer (hay algún inédito) desde aquella fecha. Aunque matiza alguno de sus puntos, en esencia reconfirma las teorías desplegadas en los nueve libros de Homo Sacer: que la biopolítica, aquel influyente término acuñado en pocas líneas por Michel Foucault y que Agamben ayudó a desarrollar, viene modelando la política desde los comienzos de la modernidad. En estos meses, redondeó otra definición, la de "bioseguridad": "El dispositivo de gobierno que resulta de la conjunción entre la nueva religión de la salud y el poder estatal con su estado de excepción".
Para Agamben, se trata del dispositivo de control más eficaz que ha conocido la historia de Occidente: "La experiencia ha demostrado que cuando lo que está en cuestión es una amenaza a la salud, los seres humanos parecen estar dispuestos a aceptar las limitaciones de la libertad que no habían soñado que podrían tolerar, ni durante las dos guerras mundiales ni bajo las dictaduras totalitarias". El estado de excepción es, para el italiano, la aporía fundante de todo el sistema político. Tal vez convenga subrayar que Agamben, pensador central de las últimas décadas, no es un viejo gruñón reaccionario, sino una figura de la izquierda intelectual que, a diferencia de tantos, se negó a asentir o hacer mutis por el foro.
Resulta imposible resumir sus ideas en un puñado de líneas (La epidemia como política va al núcleo del asunto y sirve muy bien a modo de introducción), pero sí puede recordarse la distinción para él central que los griegos hacían entre vida biológica (zoé, la "vida desnuda") y la vida política (bíos). Esa oposición es (y no el amigo-enemigo de Carl Schmitt) el par conceptual fundamental que, en su compleja confusión y derivaciones, modeló la política de nuestras sociedades.
La pregunta de Agamben hoy es: ¿en qué punto estamos? (de nuestra supuesta lógica democrática, se podría agregar). "Tanto se han acostumbrado las personas a vivir en condiciones de crisis y emergencias perpetuas -anota en marzo de este año- que no parecen darse cuenta de que su vida se ha reducido a una condición puramente biológica y ha perdido no solo toda dimensión social y política, sino hasta humana y afectiva".
El eufemismo "distanciamiento social" es, en su óptica, el laboratorio donde se prepara el principio que organizará la sociedad a futuro. El hiperindividualismo que parece prometer una vida hecha de conexión digital daría como resultado lo contrario: una masa dispersa y pasiva, basada en una prohibición.
Agamben señala que, como en el pasado, los filósofos deberían entrar en conflicto con la religión (la de hoy es la ciencia) y define al miedo como el reverso de la voluntad de poder nietzscheana: una voluntad de impotencia ante la cosa que da temor.
Una cita de Montaigne funciona como programa posible: "Meditar sobre la muerte es meditar sobre la libertad. Quien ha aprendido a morir ha desaprendido a servir. Saber morir nos libera de toda sumisión y de toda coerción". Agamben no usa la palabra, pero está tácita: vivimos tiempos de miedo, pero también de cobardía. Una crítica que se le ha hecho al filósofo italiano en estos últimos meses es que sus interpretaciones están ancladas en paradigmas del siglo pasado. Pero ¿puede decirse algo así de un pensamiento que hizo de la genealogía conceptual un método? Su desoxidante mirada ultracrítica propone, en todo caso, una combinación ineludible de lucidez y valentía.