Afrontar la pandemia de la ansiedad y el desasosiego
Los meses pasan y seguimos sin ver la luz al final del túnel. El panorama se complejiza al mirar la evolución del virus en el hemisferio norte y sospechar un spoiler del invierno por estas latitudes. Las vacunas llegan con cuentagotas. Los interrogantes se multiplican y las certezas escasean. Nos sobrevuela el temor de regresar a extremos como los padecidos en 2020.
Sin embargo, el escenario dista de ser el mismo. Nosotros ya no somos los mismos. En nuestra interacción con el Covid y sus circunstancias, fuimos metamorfoseados. El miedo inicial ante lo inédito nos llevó a confinarnos, presumiendo que la tormenta escamparía pronto. Pero las semanas se sucedieron y a la expansión del contagio se sumó la incertidumbre de no poder proyectarnos, planificar, tejer una ilusión de mañana.
Estamos exhaustos. No queda una hendidura por donde se cuele la posibilidad de volver atrás. En un intento épico por no retroceder, diseñamos procesos de cuidado para cada actividad, exagerando las reglas y tornándolas de imposible cumplimiento. Bajo esa lógica, protocolizamos todo. Están también los otros, los que prefieren ignorar las normas marcando una actitud de rebeldía adolescente o de oposición infantil con fundamento en teorías conspirativas de dudosa razonabilidad. Y quienes han bajado definitivamente la guardia, deponiendo las pautas mínimas de prevención.
Entonces, ¿qué tenemos por delante? Una visión prospectiva nos coloca frente a un tercer estado que tampoco es una nueva normalidad. Porque nos sabemos lejos de la otra orilla, impedidos de superar la pandemia. Aún nos toca tutelar el caos, gestionar la crisis, administrar la imprecisión, en un contexto que nos exige incrementar la velocidad de reacción y cultivar capacidades como la flexibilidad, la tolerancia, el manejo del estrés y la disposición para realizar ajustes de manera constante.
¿Qué pasa puertas adentro, en la intimidad de las familias? Son diversos los retos que se presentan. Ancianidad y niñez parecen ser los segmentos etarios más castigados, mientras que la generación intermedia está llamada a mantener un artificioso equilibrio e idear alternativas de continuidad en este tensionado esquema.
La otra pandemia nos acecha. La pandemia de la ansiedad, el desasosiego, la soledad y la falta de horizontes. La pandemia del hastío, la abstinencia, las penurias económicas y la sensación de que no hay salida. Como los conciudadanos de La peste de Albert Camus, empezamos a tomar conciencia de la situación en un ambiente modificado y nos preguntamos si el cambio está en la atmósfera o en los corazones.
Lo cierto es que los límites se difuminan cada día que pasa en un entorno de demandas sociales inestables, que no son ni más ni menos que parte del desconcierto generalizado que nos atraviesa. Porque, aunque apelemos a la experiencia y procuremos sembrar analogías, evocando otras epidemias que la humanidad sorteó, la narrativa del presente tiene un desenlace abierto.
No se trata solo de un virus transmisible y letal, es mucho más que eso. De ahí que para seguir adelante necesitemos comprometer lo mejor de nosotros. Revincularnos con lo esencial de la propia existencia, dialogar con nuestro pasado y explorar nuestro acontecer biográfico, fortalecer nuestros afectos y reafirmar nuestra identidad. Para conectar por fin con ese porvenir viable al que todos aspiramos.
Familióloga, especialista en educación, y directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral