Aferrarse a la vida a pesar de la muerte
En la versión escénica de la última novela que escribió Manuel Puig, Cae la noche tropical, el afecto es el tema que sobrevuela toda la obra. Y en torno a este hondo sentimiento, ronda la muerte, pero no vista como amenaza o resignación, sino como antítesis de la vida a la que se aferran sus protagonistas, dos hermanas octogenarias, argentinas, que viven lejos de su patria.
Puig reflejó como pocos el habla popular, la idiosincrasia de la gente de los puebles chicos –como su General Villegas natal–, donde los lugareños solían matear en la vereda, haciendo del chisme una actividad impostergable. En esta novela, la historia transcurre en Río de Janeiro, en la década del 80, pero el tratamiento es de pago chico, porque el paisaje importa menos que los sentimientos que se exponen.
Los personajes de la novela saltan brillantemente de las páginas al escenario del Teatro San Martín. Leonor Manso e Ingrid Pelicori son dos hermanas que se niegan a darse por vencidas, y Fernanda Orazi una joven vecina cuya historia las llena de vida, con la dirección de Pablo Messiez.
La vejez es abordada, en palabras de Manuel Puig, como "la edad épica por excelencia; todo tiene que ser consultado con la muerte". Sucede que cuando el desenlace de la vida se aproxima, los afectos (a las personas o a las cosas entrañables que forman parte de lo cotidiano) asumen un valor preponderante. Nidia (Manso) y Luci (Pelicori) se cuentan sus tristezas, se acompañan, se contienen, ya sea en el crepúsculo de un día cualquiera o en el ocaso de sus propias vidas. En las palabras encuentran sentido para seguir en el mundo. La vida está ahí, depende de si la veamos o no. Y de cómo la narramos, porque al contar la vida, la hacemos palpable, la tocamos como a cualquiera de los objetos rutinarios que nos acompañan y que nos identifican. Son claves esas plantas voluptuosas que tanto en la novela como en la adaptación adquieren un rol casi protagónico.
El trabajo de Leonor Manso e Ingrid Pelicori es descollante, desbordante de expresividad. Sus personajes transmiten amor. Se contagian esperanza en medio de la soledad. Pero sucede un quiebre, como en toda gran obra, cuando el hijo de Luci le pide a su madre que viaje a Suiza a vivir con él. Luci, entonces, deja de lado lo que la hace feliz (sus plantas, su casa, el clima de Le Blon), renuncia a la vida elegida y parte, dejando sola a su hermana. Como Penélope, Nidia la espera sin saber que nunca volverá. Se queda cuidando sus plantas, se aferra al vínculo con esa vecina fecunda en historias, se empecina en continuar, cada día, con su estilo de vida, el cual la ayudó a transformar dolor en felicidad. Ella también es presionada por sus hijos, pero resiste en el lugar donde se siente viva.
Leonor Manso expresa la misma sensibilidad que cuando personificó, en la década del 90, a la entrañable Yoli en Made in Lanús. Puede establecerse una analogía entre ambos personajes. Es memorable aquel diálogo que mantenía con su marido, interpretado por Patricio Contreras, que veía frustrado su anhelo de probar suerte en el exterior. Entonces, bañada en lágrimas, Yoli le grita, no para despertarlo de un sueño, sino para que recuerde que su sueño es este: "¡Porque acá vos sos El Negro! ¡El Negro sos! Y allá… ¿Qué vas a ser? ¿Qué?". Con idéntica convicción, con el mismo sentimiento incuestionable, Leonor Manso vuelve a emocionar.
Siempre hay una luz ante la adversidad, ante la oscuridad, ante la tristeza, ante la muerte. Cae la noche tropical. Pero lo que nunca cae es la ilusión de una nueva oportunidad para ser feliz.