Adolescentes y otras criaturas ambiguas en el circuito de arte de Retiro
En dos galerías vecinas se exhiben fotos de Adriana Lestido y Juan Travnik y un bestiario creado por la mano diestra de la escultora cordobesa Lorena Guzmán
Son galerías vecinas en el barrio de Retiro, en el remozado circuito de arte organizado alrededor de la calle Arroyo. Ente una y otra hay apenas unos metros. En Rolf Art, se exhiben fotos de dos grandes amigos, unidos por una temática en común; en Vasari, un conjunto de esculturas zoomorfas de una artista argentina que vive desde hace poco tiempo en Florencia.
Rolf Art se mudó hace un año a la calle Esmeralda. Desde el comienzo, con una impactante muestra de obras de Liliana Maresca capturó la atención del ambiente artístico. Una vidriera atractiva, el amplio espacio iluminado y los trabajos con curadores invitados son algunos atributos de Rolf. Este año ya se presentó una muestra de dos amigos fotógrafos que nunca antes habían expuesto juntos: Marcos López y Facundo de Zuviría expusieron durante un mes sus puntos de vista sobre la ciudad de Buenos Aires.
Semblantes de una adolescencia autóctona
Ahora el dúo de amigos está compuesto por Adriana Lestido y Juan Travnik, dos de los exponentes más notables de la fotografía-ensayo de la Argentina. El leitmotiv de la muestra es la primavera como metáfora de una etapa de la vida que suele dejar huellas imborrables: la adolescencia. En La maldita primavera, varias imágenes de series monográficas de Lestido (Mujeres presas, Madres e hijas, Hospital Infanto Juvenil, entre otras) y un deslumbrante conjunto de retratos de Travnik tomados durante las décadas de 1980 y 1990 se unen en un relato visual de introspección y audacia.
Los adolescentes del dúo de amigos fotógrafos pueden ser intrépidos, sensuales, desafiantes, melancólicos y tenaces; hay adolescentes madres, otros que fuman en una institución de salud pública, niños casi adolescentes y adolescentes en tránsito a la juventud. Las fotos de Travnik, casi todas tomadas en estudio, y las de Lestido, que registran a los personajes en espacios íntimos y públicos, se complementan de manera mágica. Juntas funcionan como un talismán para afrontar malos augurios.
Se eligieron también dos curadores para la muestra: Patricia Rizzo y Gabriel Díaz. Adolescente en los años documentados por Travnik y Lestido, Rizzo escribió en el texto que acompaña la exposición: “Vinculados a través de una amistad añosa, más allá de las razones y la experiencias y con sus diferencias, han hecho un sello distintivo del planteamiento de fusionar la estética con una orientación documental, aun a veces sin una consciente intencionalidad”. Con el tiempo, las imágenes de Lestido y Travnik adquirieron ese estatuto doble -clásicas y modernas- al que sólo algunas obras del arte de la luz pueden aspirar.
Hasta el 24/11
Bestiario sin fronteras
En simultáneo, en Vasari, un bestiario despoblado de figuras humanas deja que la imaginación vuele. Hay varios pájaros en las obras de Lorena Guzmán: algunos anidan en el cráneo de un médico del siglo XIV, otros se alimentan de órganos de sapos y un ave inmensa planea en la sala de la galería con su presa. “Siempre me pregunto si el arte tiene un sentido más allá de la vanidad del artista que piensa que porque a uno le interesa algo eso puede interesar a los demás”, dice la artista, de visita en Buenos Aires para la inauguración de Una china nella scarpa.
La frase híbrida del título de la muestra (mitad en español, mitad en italiano) alude a los dos lugares donde trabaja la artista: Madrid y Florencia. ¿Qué es el arte sino la piedra en el zapato de artistas, de pueblos y culturas? Guzmán se declara fan de la obra de Juan Carlos Distéfano. “Me gustan los artistas argentinos que no parecen que son de acá y cuya obra puede provenir sólo de la imaginación”, reflexiona. Y brinda, además, una clave para mirar sus esculturas dentro de un contexto sin fronteras.
Desde que vive en Florencia, hace más de un año, la obra de Guzmán mutó del blanco lustroso de sus criaturas a un dorado con pliegues sombríos. Las esculturas de resina epoxi ahora aparecen “vestidas” con polvo de bronce y adquieren un semblante mitológico. No en vano Guzmán trabaja para una muestra individual, en 2018, en la galería madrileña Fernando Pradilla sobre varios cantos de la Odisea. “Me interesan los que no son tan conocidos y que tienen menor impacto figurativo”, adelanta. Para esa ocasión, Guzmán trabajará directamente sus obras en bronce y compartirá el taller de fundición en el que se incubarán las obras, en la Italia de Giorgio Vasari, con el escultor colombiano Fernando Botero.
A Buenos Aires, Guzmán llegó acompañada de una tribu animal: pangolines que se transforman en piñas (y viceversa), bandadas de pájaros, perros chihuahua que protegen umbrales. Una de las esculturas, El monstruo de Buenos Aires, replica en el lenguaje de la artista un testimonio de un viajero por tierras de Sudamérica en épocas remotas. Mitad cabra, mitad caballo, con un solo ojo y cara de niño, el animal imaginario de Guzmán integra una colección de seres maravillosos que no deja de crecer.
Hasta el 17/11