Adiós a Norberto Bobbio
Con la muerte de Norberto Bobbio, la semana pasada, el mundo del pensamiento ligado a la acción ciudadana ha sufrido una pérdida irreparable. Este sabio turinés, nacido en 1909, era tal vez el último de los grandes testigos del siglo XX, la centuria en cuyo trayecto europeo se confundieron la guerra, el desafío totalitario y el renacimiento de las libertades constitucionales. En tanto heredero de la tradición renacentista e ilustrada, Bobbio construyó en el curso de su larga vida su propio renacimiento.
Esta obra ciclópea no hubiese sido posible (su inmensa bibliografía se ocupa prácticamente de todos los temas atinentes a la filosofía política y a la ciencia política) en ausencia de una personalidad comprometida, al mismo tiempo, con el debate ciudadano y la meditación silenciosa de quien enseña e investiga. Itinerario fascinante: de la plaza pública (fue candidato a diputado en la inmediata posguerra) a la universidad, del artículo periodístico al tratado científico, del ensayo de actualidad a ocupar una banca en el Senado, en 1984, por designación presidencial. Y todo ello sin abdicar jamás de la lógica inherente a cada menester. Muy pocos alcanzaron estas alturas.
Pero además en Bobbio latía otra virtud preciosa. Si Nietzsche decía que el ser humano está arrastrado por la sed de reconocimiento, a Bobbio lo impulsaba una inagotable sed de tolerancia hacia el contrario que se expresa con razones y en paz. Su azaroso viaje entre ideas opuestas, más que una confrontación, fue un diálogo transido por el conflicto y siempre abierto hacia la comprensión de otros pensamientos.
Acaso esta disposición del espíritu ponga de nuevo en evidencia la concepción que tenía Bobbio de la democracia. Para este navegante de las corrientes liberales y socialistas, la democracia es, antes que nada, un conjunto de reglas de procedimiento para limitar el poder y asegurar el ejercicio pacífico de la soberanía del pueblo mediante la competencia electoral entre partidos. Aún así, la democracia también arrastra en su decurso un conjunto de "promesas incumplidas" que marcan distancia entre lo que es y lo que se espera de ella.
Merced a esta perspectiva, la historia de la democracia se convierte en la historia de la incorporación de un contingente cada vez más numeroso de seres humanos a los beneficios de la libertad, de la justicia y de la igualdad. Parece sencillo enunciarlo. No es tan sencillo, en cambio, trazar el contorno de estos valores para darles sentido y continuidad. Por eso, Bobbio seguía a menudo el rastro de Kant, aduciendo que la teoría política sin historia queda vacía y la historia sin teoría está ciega.
El pasado y el presente inscritos en su circunstancia vital no le dieron respiro; la teoría política que interpretaba aquellas peripecias fue armando por su parte, a lo largo de los años, una summa de pensamiento imposible de abarcar en un breve ensayo. Para muestra de sus ideas en acto, una anécdota. No conocía a Bobbio personalmente hasta que me crucé con él en un pasillo de la Facultad de Derecho durante su visita a la Argentina en 1986. Mientras hablábamos brevemente de nuestra democracia recién inaugurada, se coló en la conversación un personaje de voz engolada que, dirigiéndose a Bobbio, anunció que debíamos establecer, de una vez por todas, una democracia sin impurezas. Con ánimo de echar algún matiz sobre tanta contundencia, añadí que esperaba que lo hiciésemos, según decía Guglielmo Ferrero, mediante una historia constructiva. La mirada de viejo búho de Bobbio se iluminó: "Eco, la storia!"; la democracia debe durar y para ello, "bisogna dialogare sempre".
Invitación al diálogo con el telón de fondo de unos principios inmersos en una cauta visión de la historia. Mi primera lectura de Bobbio data de 1962 (un estudio crítico de 1959 acerca del derecho natural publicado por el Institut International de Philosophie Politique). Allí subrayé entonces estas reflexiones:
"Por supuesto, estas críticas no quieren despojar al derecho natural de su función histórica, ni suprimir la exigencia que el mismo expresa, es decir, la exigencia de no aceptar como valores últimos aquellos impuestos por la fuerza de la clase política en el poder. Quisiera que quedase bien claro que las dudas expresadas aquí no se refieren ni a la existencia de valores morales superiores a las leyes positivas, ni a su contenido, sino únicamente a su motivación".
De estos presupuestos se desprende una concepción en torno de los derechos humanos que, más que pretender hallar el fundamento absoluto de los mismos, busca delinear -como escribió en otro estudio presentado al mismo Instituto un lustro después- "distintos fundamentos posibles". Esta empresa no tendría para Bobbio relevancia alguna si no fuese acompañada "del estudio de las condiciones, los medios y las situaciones en que este o aquel derecho pueda realizarse". En una palabra: "el problema de los derechos del hombre no puede ser disociado de los problemas históricos, sociales, económicos, psicológicos inherentes a su realización: el problema de los fines -concluye Bobbio- es el de los medios". Inteligentes conceptos que no deberían caer en saco roto, sobre todo en la Argentina.
El estudio encarnado de los derechos -de lo que estos deberían ser y de lo que efectivamente son- le trajo a Bobbio satisfacciones y desencantos. Cuarenta y dos años más tarde, en De senectute , tuve la oportunidad de leer, en clave de relato autobiográfico, cómo esos principios pasaban por el cedazo de su propia historia.
"Lo único que creo haber entendido, aunque no era preciso ser un lince, es que la historia, por muchas razones que los historiadores conocen perfectamente pero que no siempre tienen en cuenta, es imprevisible. No hay nada más instructivo que comparar las previsiones, grandes y pequeñas, que se leen en las obras de famosos historiadores cuando se alejan del simple relato de los hechos desnudos, con lo que realmente ha ocurrido [...]. A menudo realizo ese control sobre mí mismo: es muy instructivo y, considerados los resultados del cotejo, mortificante. Huelga decir que el resultado es casi siempre desastroso."
No hay duda de que la historia se complace en desmentir nuestras intenciones. Pero ello no nos excusa de practicar el deber de la coherencia ni tampoco el deber del diálogo y la tolerancia. Bobbio plantó esas banderas en el campo de la izquierda socialista, como lo hizo en Italia Luigi Einaudi, su maestro universitario, en el terreno de la derecha liberal. La moral laica de Bobbio fue así un ejercicio de pacífica persuasión tan alejada del dogmatismo como del relativismo. Sería bueno seguir meditando y actuando bajo su sombra.
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