Adicta a la nicotina
Detesto el olor a cigarrillo dentro de las casas, el que queda impregnado en las manos de los fumadores, en el pelo o la ropa. También me parecen desagradables las personas con los dientes amarillos de alquitrán, o aquellas que hablan con voz ronca y tosen flema a causa del tabaco. Sin embargo, fumo.
Fumo 10 cigarrillos por día. Prendo el primero mientras preparo el mate antes de empezar a trabajar. Otro antes y después de almorzar, uno con el café, mientras cuelgo la ropa, antes de salir, en la parada del colectivo, en el auto. Fumo antes de ponerme a cocinar, después de cenar, mientras tomo un té y antes de irme a acostar. Fumo antes, durante y después de cada cosa que hago porque soy adicta a la nicotina. Si no prendo un cigarrillo cada dos horas, comienzo a sentir taquicardia y una ansiedad incontrolable que no me permite pensar en otra cosa que no sea fumarme un cigarrillo. El problema es que hace un tiempo que quiero dejar y no puedo. La sola idea de pasar un día sin la compañía de un cigarrillo me quita las ganas de hacer cualquier cosa y siento una terrible desazón.
Empecé a fumar a los 13 años. Un día, mis amigas se animaron a comprar un paquete de Le Mans suaves largos y me convencieron de probarlo. Era el modo que teníamos para demostrarle al mundo que no éramos ningunas santas, sino todo lo contrario. Éramos chicas sexys y rebeles, que nos emborrachábamos cada sábado bebiendo petacas sabor durazno, que no teníamos miedo a comprar porro y que, además, fumábamos Le Mans suaves largos dentro del baño del colegio. Con el tiempo la petaca de durazno me empezó a dar arcadas y dejé de consumir marihuana casi sin darme cuenta. En cambio, hace 22 años que no paso un solo día sin fumar un cigarrillo.
El año pasado lo intenté comprando tabaco suelto. Pensé que el hecho de tener que armarme cada cigarrillo me llevaría tanto tiempo que me cansaría y de a poco dejaría de fumar. Pero no funcionó. Aprendí a armarlos rápido y en cualquier circunstancia: caminando, haciendo equilibrio dentro del tren o manejando.
Ahora me compré un cigarrillo electrónico. Me salió 200 pesos y, el líquido, 150. Me pareció barato en comparación con los 35 pesos que gasto por día en un paquete de 10. Pero ese mismo día, camino a mi casa, decidí comprarme tres cigarrillos sueltos por las dudas. Apenas llegué me fumé el primero y dejé los otros en caso de desesperación. A los 15 minutos me fumé el segundo y hasta que no me quedé sin cigarrillos no saqué el electrónico del packaging. Luego pasé la tarde aferrada a esa lapicera con gusto a Camel hasta que se quedó sin batería y, sin dudarlo, volví al kiosco a comprar tres cigarrillos más. Al otro día, sábado, salí, tomé fernet y le fumé todo el paquete de Marlboro a mi amigo. El domingo a la mañana compré facturas y un paquete de 10. Me dije, el lunes dejo.
Y el lunes no dejé.