Acuerdos de fondo, la única receta
Hay una pregunta que sobrevuela las recurrentes apelaciones a superar la grieta que se escuchan desde algunos segmentos políticos: ¿estamos meramente disputando poder o estamos debatiendo cuál es el mejor modelo de desarrollo económico y social para la recuperación de la Argentina?
Aproximarnos a una respuesta es vital. El coronel Aureliano Buendía, célebre personaje de la novela Cien años de soledad, cayó en la cuenta de que la mera confrontación por el poder guiaba el trasfondo de la historia, al constatar que el armisticio que debía poner fin a la guerra dejaba inalterado el escenario que fundamentó una lucha de décadas.
Hablar de grieta apenas simplifica cuestiones complejas asentadas en la evolución de nuestra propia historia. Recordemos ante todo que los argentinos fuimos capaces de encontrar consensos en asuntos esenciales que establecieron un marco ordenador para la convivencia social y para fijar un horizonte como nación. Pero aquellos acuerdos fundacionales fueron sucedidos por reiterados desencuentros, que adoptaron formatos diferentes según el devenir político y económico. ¿Esos antagonismos surgieron de la sociedad o fueron alentados por la clase dirigente? La dirigencia tiene una deuda evidente en esta materia. No solo la dirigencia política, también la gremial, empresarial o social. Consiste en no haber logrado coincidir en un diagnóstico elemental sobre nuestros problemas seculares y por lo tanto no haber intentado acuerdos sostenibles para superarlos.
Nuestro problema irresuelto es la falta de desarrollo. Otros países han dejado atrás ese desafío y hoy han naturalizado sus diferencias políticas, que no llegan a cuestionar los denominadores comunes que los han fortalecido como naciones pujantes y protagonistas en el ámbito global. Desde luego que para avanzar en un umbral de consensos habrá que establecer focos de referencia que no sean relativizados según la conveniencia o la oportunidad política. Ellos son: resguardo del orden institucional que fija la Constitución; funcionamiento pleno del Estado de Derecho; independencia de la Justicia; respeto por las minorías políticas; fortalecimiento del federalismo y la libertad de prensa, y defensa de la propiedad privada y los derechos sociales, entre los más notorios.
Esta enumeración es básica. Pero igual de relevante es una cuestión clave para el presente y para el futuro. ¿Cómo superamos nuestro subdesarrollo recurrente y garantizamos un escenario duradero de crecimiento económico y equidad social?
Hay un tema central que tiene que ver con la insuficiencia de la inversión. La Argentina arrastra décadas de descapitalización que condiciona la creación de riqueza y, por ende, la posibilidad de resolver los problemas sociales. Se ha apelado una y otra vez a la alternativa de estimular el consumo como política redistributiva, pero el cortoplacismo de esta estrategia provoca que una vez agotado el ciclo los conflictos recrudezcan. Nuestro PBI per cápita cae desde hace diez años. Hoy nuestro ingreso por habitante es más de un 10% inferior al que había hace diez años. Y si miramos cuánto creció la Argentina en los últimos 45 años encontraremos que apenas acumuló un 26% en ese período, lo cual equivale a una tasa anual de 0,5%. En otras palabras, de los últimos 45 años en la Argentina, 20 fueron recesivos. Hay que esforzarse para encontrar países con tan pobre desempeño.
¿Y qué pasa con la inversión? Ha sido extremadamente baja en las últimas décadas. En el año de pandemia directamente se desplomó. Desde el 14% del PBI que representaba en 2019 hemos descendido a un 9,5% del PBI, según los datos del último trimestre de 2020. No podemos naturalizar esta decadencia.
También es necesario acordar una política internacional clara y en función de los intereses nacionales, que no se deje conducir por el prisma de alineamientos basados en la ideología. Pero no avanzaremos en estas cuestiones si elegimos atizar los antagonismos y decidimos que solo se podrá escalar políticamente si construimos enemigos a los que hay que eliminar.
Existe otro camino, más trabajoso y que suele demandar concesiones. El presidente Macri gobernó cuatro años en minoría en ambas cámaras y con solo cinco distritos de su signo político sobre 24 provincias. Pese a ello pudo cerrar un ciclo institucional entregando en tiempo y forma el poder a quien ganó la elección en 2019. Más allá de las dificultades, que las asumimos, el país avanzó en una agenda de modernizaciones en diversos sectores con un pleno respeto a las autonomías provinciales y a los otros poderes del Estado.
La llamada grieta de hoy no se supera con voluntarismo. Y menos aún con pactos que mantengan el statu quo y los privilegios de uno y otro sector. Una grieta así “cerrada” conducirá a una nueva frustración. Es necesaria una acción concreta de la dirigencia argentina para explorar acuerdos que trasciendan la coyuntura y avancen en los aspectos estructurales que han sedimentado nuestros continuos retrocesos.
Allí está el desafío: ser capaces de encontrar los caminos para movilizar nuestros recursos, integrar productiva y socialmente a la Argentina, promover un desarrollo federal y con inclusión social y asegurar que todo ello será sostenible en el tiempo. ß
Senador Nacional Frente Pro