Actuar y no llorar sobre la leche derramada
Cuando faltan dos semanas para el inicio de la COP26, la 26ª Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático, los representantes de las principales naciones del mundo deberán decidir el futuro del planeta que, literalmente, pende de un hilo. Tendrán sobre la mesa el reciente informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por su nombre en inglés) cuyo contenido no podría ser más grave. El informe corto, unas 50 páginas consensuadas con los representantes de los gobiernos, es considerado una versión moderada de la información dura que está en el informe técnico. Incluso esa versión es difícil de asimilar por las nefastas consecuencias del un cambio ya en parte inevitable. Es importante captar el espíritu del informe que se hizo visible en la conferencia de prensa ofrecida en forma remota, hace un par de meses.
Sabiamente se expresa en términos que resumo así: no todo está perdido, lo que también quiere decir que todo lo que se ha perdido desde que se desoyeran los informes pasados y se incumplieran los compromisos anteriores de reducción de emisiones de efecto invernadero, ya está perdido. Tras 30 años de advertencias sobre las consecuencias desastrosas sobre el clima, no hay más tiempo, no ya para evitar, sino para moderar razonablemente el cambio climático. La temperatura promedio del planeta ya subió 1,1 ºC desde el comienzo del siglo XX y considerando las medidas que las naciones serían capaces de tomar ahora en tan corto tiempo es más que probable que un incremento de 2º C sea inevitable. La considero aun una hipótesis optimista. Optimista en términos de lo peor, pero calamitosa en términos de las consecuencias en daños materiales, económicos y humanos que a esta altura ya son inevitables. Mandando un mensaje indirecto pero contundente, el Atlas interactivo que proporciona el IPCC permite elegir entre +2,+3 y +4ºC de incremento para ejemplificar sus consecuencias. (https://interactive-atlas.ipcc.ch)
Eso significa que los efectos del cambio climático ya son irreversibles en muchos terrenos. Por ejemplo, el nivel del mar seguirá subiendo por los próximos 1500 años por lo menos. Eso quiere decir: como poco 50 cm más para 2100 si se bajan a cero rápidamente las emisiones de CO2, pero 1 metro con menores reducciones y, en un peor escenario, 2 metros. Los jóvenes de hoy verán desaparecer costas y paisajes que nosotros considerábamos permanentes, que están en nuestros recuerdos y álbumes de fotos. Incluso desaparecerán ciudades y, en algunos casos, países enteros y vastas geografías, como Groenlandia, que está perdiendo sus hielos al igual que el Ártico. Estamos hablando de millones de kilómetros cuadrados. Aun antes de que eso se haga perceptible para todos, la intensificación de los extremos producidos por las mareas y tormentas producirá destrucción devastadora incluso en costas hasta hoy consideradas seguras, algo que ya ha comenzado a suceder.
Pero todas estas cuestiones son aproximadamente progresivas y pueden proyectarse como curvas que permitieron a los expertos presentar diferentes escenarios según las metas de reducción de emisiones que seamos capaces de alcanzar. Hay otros eventos, sin embargo, que son tanto menos previsibles. Son los que se desatan cuando se superan los puntos de quiebre cuyo efecto produce, a su vez, más emisiones aún difíciles de medir y predecir. El informe considera ya irreversible el descongelamiento del permafrost, terrenos eternamente congelados en Siberia que contienen grandes cantidades de gases de efecto invernadero que se liberarían en la atmósfera.
Como la mayor temperatura de la atmósfera le permite retener más agua, ese efecto se está manifestando en diversas regiones en la forma de mayores sequías con desastrosos efectos sobre la agricultura, pero también mayores lluvias repentinas que producen inundaciones donde antes no habían ocurrido. Los eventos extremos del clima también se manifiestan en olas de calor que producen incendios de dimensiones continentales, como los ocurridos en Australia el año pasado y este año en Rusia, Canadá, EEUU y Europa (Grecia, Turquía, Italia y España enfrentan récords de temperaturas e incendios) Como es obvio, estos incendios de millones de hectáreas que también arrasan pueblos enteros con sus casas e instalaciones, liberan grandes cantidades de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Estos eventos de clima extremo afectan todos los sistemas humanos. La sequía ha neutralizado el poder de generación eléctrica de la presa Hoover, la más grande de EEUU, que ha perdido un tercio de su reserva sin esperanza de recuperarla en los próximos años y la falta de agua afecta el riego y el agua para consumo humano en varios estados. El río Paraná sufrió la peor bajante jamás recordada (desde Misiones se pudo cruzar caminando al Paraguay) afectando gravemente la generación de Yaciretá. Mientras no se halla otra solución, esas mermas son compensadas con generación eléctrica térmica que genera aun más emisiones de combustibles fósiles.
Como se trata de un informe hecho por científicos, analizando más de 1400 trabajos de acreditado rigor científico, el informe no se expresa en términos absolutos sino en términos de probabilidades: improbable, poco probable, probable, muy probable, casi seguro. Lo que deja lugar para esperar lo menos malo pero, lamentablemente también, para esperar lo peor. Los llamados eventos poco probables pero de alto impacto incluyen la eventual paralización de la corrientes marinas, como la Corriente Atlántica Meridional que ya evidencia un proceso de lentificación.
En el primer caso, el informe deja claro que lo menos malo es suficientemente malo como para hacer ahora todos los esfuerzos posibles en reducción de emisiones de efecto invernadero (en líneas generales llegar a cero emisiones en 2050). El segundo caso ha sido sabiamente desdramatizado por intermedio de la probabilidad, mostrando el esfuerzo de los científicos por no producir un efecto Titanic (cuando la orquesta se pone a tocar asumiendo que todo está perdido). Tampoco el efecto “leche derramada”, lamentándonos por algo que ya no podemos revertir. El mensaje es claro: debemos empezar a achicar porque no hay otro barco. El informe es un desesperado llamado a la acción inmediata.
Nuestra generación dejará la peor herencia jamás dejada a las siguientes generaciones, el cambio climático. ¿Qué la produjo? Las máquinas térmicas que funcionan con combustibles fósiles, los automóviles y los aviones, las usinas a carbón, gas y petróleo que sacian el voraz consumo que mueve nuestras sociedades. Por eso el principal objetivo es la descarbonización, dejar de ser dependientes de los combustibles fósiles. ¿Cómo hacerlo? Reduciendo consumos innecesarios, encontrando fuentes renovables de energía y nuevas tecnologías para utilizarlas. ¿Cuando? Ahora mismo, no hay tiempo que perder, dice claramente el informe del IPCC.
Esa es la misión que deben afrontar sin dilación quienes se reúnan en Glasgow en la Cop26. Las naciones del G20 producen el 80% de las emisiones. De ellas depende el resultado de acciones rápidas, drásticas y concretas. La Argentina está entre esas 20 naciones que más emiten, aunque por el momento no tenemos ningún plan para la descarbonización de nuestra economía ni hemos podido escuchar nada al respecto en la campaña electoral.
Profesor en la Universidad de Palermo; integra la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente