Actuar antes de que sea demasiado tarde
La iglesia, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, y el convento, que lleva el nombre de Santo Domingo, fundador de la Orden de los Predicadores en el siglo XIII, están situados en la zona donde alumbró Santa Fe de la Veracruz, dando continuidad, con las mismas familias de vecinos y en las mismas locaciones, a la historia que había comenzado 80 años antes, el 15 de noviembre de 1573. Ese día Juan de Garay fundó la ciudad de Santa Fe a orillas del río de los Quiloazas.
Realizada la transmuta urbana al sitio actual entre 1651 y 1660, la flamante retícula reproducirá la planta del sitio originario; y los cuadrados de las manzanas se dividirán por dos, cuatro u ocho solares para acoger a los descendientes de los vecinos originarios, y a gentes sumadas a la aventura de desarrollar una ciudad en un medio de señaladas carencias y dificultades de diverso tipo.
Entre los espacios distribuidos a los vecinos y reservados para plaza mayor, calles, edificios públicos y religiosos, se otorgará uno a la iglesia y convento de Santo Domingo, en similar lugar al que ocupaba en Santa Fe, ahora denominada la Vieja, donde quedarán los cimientos y las tumbas del primitivo templo de la orden.
En la ciudad trasladada, los dominicos concluirán la construcción de su nueva iglesia hacia 1670, hace más de 350 años. En su última versión edilicia se alza a una cuadra de la actual Plaza 25 de Mayo, por entonces plaza de armas o plaza mayor, casi en el vórtice de la ciudad entonces naciente.
Es un sitio de manifiesta jerarquía simbólica; y la construcción, según proyecto del reconocido arquitecto italiano Juan Bautista Arnaldi, le hace honor a ese espacio. Es el último de seis templos edificados por la orden; dos en Santa Fe la Vieja; cuatro en Santa Fe de la Veracruz. Y, sin duda, el más importante de todos.
La obra se llevó a cabo entre 1892 y 1905, y en los años siguientes, hasta 1912, se reconstruyó el claustro principal del convento, incluida la celda en la que Manuel Belgrano durmió varias noches, en una pausa de su expedición militar al Paraguay en 1810. Allí no solo recibió el compromiso de ayuda económica por parte de Gregoria Pérez Larramendi de Denis y Francisco Antonio Candioti, dos prominentes santafesinos con grandes estancias en Entre Ríos –próximo destino de Belgrano en su marcha al norte–, sino la adhesión del sargento Estanislao López, futuro gobernador de Santa Fe, quien lo acompañará en su propósito, y en 1811 caerá prisionero en la batalla de Paraguarí.
Las capas de historia se acumulan, una sobre otra, en el complejo religioso de los dominicos, empinado como hito histórico-cultural y factor identitario para los santafesinos y el país. Por eso fue declarado dos veces monumento histórico nacional; primero, a través del decreto 2236/1946 (preservación de sepulcros históricos); luego, mediante el decreto 388/1982 (el templo, el atrio y la reja). En ambos casos con la previa intervención de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos.
Hoy, la iglesia y el convento, que muestran a la luz del día graves deterioros, corren el riesgo cierto de ser abandonados por la orden dominica, según expresa manifestación de las autoridades de la provincia argentina de los Predicadores, anuncio que enciende las alertas entre los santafesinos; en algunos, por razones estrictamente religiosas; en otros, por fundados temores respecto de una irreparable pérdida patrimonial. Para unos y otros, no basta con hacer un anuncio y ejecutarlo sin más. De hecho, no pueden borrarse de un plumazo más de 400 años de convivencia entre la orden y la población local. Ni dejar a la deriva bienes que forman parte del patrimonio tangible e intangible de la ciudad, la provincia y la Nación, expresamente reconocido por esta última en los decretos oportunamente emitidos.
En el cementerio de la iglesia descansan los restos de muchos santafesinos; entre ellos, los de cuatro gobernadores: Francisco Antonio Candioti (1815), el primero de la lista histórica; Domingo Cullen (1838), Urbano de Iriondo (1851), y Domingo Crespo (1851-1854), anfitrión del Congreso General Constituyente de 1853, que sancionó nuestro primer texto constitucional, el que echó los cimientos de la Organización Nacional.
El edificio de la iglesia, de líneas neoclásicas y una maravillosa cúpula, tiene un enorme valor en sí mismo; y contiene elementos tales como los frescos de Cingolani y Marinaro, vitrales, imágenes religiosas, entre las que se destaca un Jesús Nazareno proveniente de Santa Fe la Vieja; confesionarios del siglo XVIII tallados en cedro paraguayo, una extraordinaria araña de madera, realizada por un gran ebanista, que cuelga sobre el presbiterio, entre tantas piezas valiosas. Es lo que queda de un patrimonio histórico y artístico-cultural acumulado a lo largo de los siglos, y gravemente disminuido en la segunda mitad del siglo XX, cuando las necesidades económicas primaron sobre consideraciones de mayor alcance. Desde hace largos años, el Museo Isaac Fernández Blanco de Buenos Aires y el Museo Julio Marc de Rosario lucen en sus salas algunas de las principales imágenes religiosas que formaron parte del haber de la iglesia y el convento.
Por estas razones, entre tantas otras que escapan al acotado espacio de un diario, es que Santa Fe levanta su reclamo ante el anuncio de la orden, y pide que la Comisión Nacional de Monumentos Históricos, en consonancia con los decretos nacionales emitidos décadas atrás, tome la participación que por ley le corresponde para evitar determinaciones inconsultas que pueden causar daños irreparables.
Exdirector del diario El Litoral de Santa Fe, miembro correspondiente de la Academia Nacional de Periodismo, miembro de número de la Junta Provincial de Estudios Históricos (Santa Fe)