Aciertos o desaciertos en busca de la exactitud
La palabra exacta (le mot juste) que buscaba Gustave Flaubert, ¿hay algo más difícil de encontrar? Y esto ocurre tanto en el lenguaje académico como en el cotidiano o el muy coloquial. Basta tener entre las manos un diccionario de sinónimos y antónimos para comprobar con desilusión que la exactitud es, para cualquier lengua, una tarea digna de Sísifo.
Qué diremos entonces de las traducciones. Los lectores de esta columna saben que resulta muchas veces imposible ponerse de acuerdo, más ahora en el español de los más de 500 millones de hispanohablantes. En los últimos días dos textos llegaron hasta la mesa de trabajo de quien esto escribe sobre prácticamente el mismo tema. Uno, un mail de la lectora Cristina H. Rolleri, que, con el título de "Sobre las palabras", escribió: "Siempre, siempre, se trata de las palabras. Pero, en este caso, de las traducciones traidoras o poco analizadas. Los españoles, especialmente catalanes, han tomado como suya buena parte del mercado de la traducción y usan expresiones castizas o las que ellos así consideran que son, que nada tienen que ver con el escenario o el idioma que usarían los personajes del autor. Simplemente, nadie las usa fuera de España.
"Me han sorprendido especialmente las de las obras de John Banville, donde se utilizan expresiones impensables en irlandeses de los años sesenta. Por ejemplo; se lee (cito) «estar de rodríguez», que significa que la señora se ha ido de vacaciones con los niños y que el marido se convierte en viudo de invierno y queda suelto en plaza para divertirse. De hecho, en España se habla de los rodríguez como una especie estival en celo permanente, con sus bares, moteles, discotecas y otros entornos naturales propios. Pero ¿por qué rodríguez? Al parecer, la expresión tuvo su origen en El cálido verano del señor Rodríguez (1965), una película más bien ñoña donde José Luis López Vázquez encarnaba a un marido que soñaba con tener alguna aventura extraconyugal (en El País, 2014)".
El mail de Rolleri continúa con ejemplos igualmente interesantes y concluye: "El lector que quiere leer una buena traducción va perdiendo el sentido de lo que se dice, o bien tiene que adivinarlo en el contexto... ¡o bien buscará un diccionario de localismos ibéricos!"
Coincidió con este mail la aparición del artículo "Libros clásicos que cambian de título cuando se vuelven a publicar" en el blog que escribe el agente literario Guillermo Schavelzon (http://bit.ly/1THbgfC). Schavelzon, que ha sido editor antes de dedicarse a representar a los escritores, conoce bien el mundo editorial y sus estrategias, y nos actualiza, precisamente, sobre nuevas traducciones: "Escuchaba a un editor que explicaba cómo, ahora que la venta de libros en España ha caído un 40% y América latina con su crecimiento está cubriendo ese déficit, algunas editoriales comienzan a cuidar las traducciones de libros con gran potencial de venta, para que sean comprensibles en todos los castellanos, e incluso a hacer diferentes versiones para España, México o Argentina, los tres grandes mercados (...) La tendencia a no invertir en traducciones de calidad es una economía mal entendida, ya que la historia de la edición nos muestra cómo las buenas traducciones no tienen fronteras. Una editorial que pretenda llegar a los 500 millones de hispanohablantes de todo el mundo necesitará contar con excelentes traductores, a los que sin duda habrá que pagarles un poco más".
Este tema continuará, como en las series de cine con personajes de cómics o historietas (en español, hace años, les decíamos así).
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