Acelerado y caótico relato con actores
Sobre FARÁNDULA, de Marta Sanz
En ese transversal, inabarcable universo de las adaptaciones y los viajes de ida y vuelta entre cine y literatura, hay un capítulo tan radical como fascinante: Birdman, la película de Alejandro González Iñárritu, que contaba la historia de Riggan Thomson, un decadente actor de Hollywood que pretende dejar atrás su emblemático papel como superhéroe para cambiar de rumbo y encarar la adaptación teatral de un relato de Raymond Carver. Con una combinación de inteligencia y libertad desbordante, aquel film, que ganó el Oscar a mejor película de 2014, aun con todas sus particularidades, defectos y límites, lograba no sólo conmover sino también alcanzar algo esencial del universo de Carver.
Una intención parecida es la de Farándula, la última novela de la filóloga española Marta Sanz, ganadora del 33° Premio Herralde de Novela, aunque el resultado quizá sea el opuesto. Si bien comienza de manera más que promisoria, con una secuencia repleta de gags, descripciones alucinadas de la Puerta del Sol en la época de “los indignados” –que recuerdan el apoteósico comienzo de Superman III–, la novela termina naufragando demasiado rápido y en aguas no muy profundas.
Farándula es de esos libros cuya sinopsis y carta de presentación resulta mucho más gratificante que su lectura: un compendio de referencias cinematográficas y teatrales que van desde Robert De Niro y Christian Bale hasta Kubrick se ensambla con una serie de actores enfrascados en torno a una versión teatral de Eva al desnudo, el film de Mankiewicz. La actriz Valeria Falcón, que se encuentra arañando el final de su carrera y cada jueves visita a la gloria del teatro, Ana Urrutia, retirada hace tiempo de los escenarios y que vive entre la precariedad de su casa y las secuelas que le dejó un ACV; la ambiciosa Natalia de Miguel, que encarna la paradoja de muchos aficionados a la actuación dispuestos “a hacer cualquier cosa con tal de trepar y poder hacer eso que se supone les gusta”, más una serie de actores secundarios que se imponen a su manera, como la pareja de Mariana y Adolfo que parecen de vuelta de todo, o el propio Daniel Valls, actor consagrado pero sin fuego que, por momentos, es muy consciente de que su éxito es producto del azar.
Aunque con un potencial que parece desaprovechado (el libro tiene problemas en varios niveles, como cuando la autora confunde la liaison en francés con la separación forzada de sílabas, lo cual es lo contrario), algo en Farándula recuerda a esas películas sosas que dejan un mal gusto de boca por ceñirse demasiado al libro que intentan recrear: es como si en el afán de imitar los recursos visuales y rítmicos de una película o una serie de televisión, la novela terminara descuidando las armas literarias, que son, en definitiva, lo crucial en un libro.
La novela parece cargarse de una tremenda exigencia propia de estos días: intentar a toda costa que el lector no se aburra aun cuando en pos de ese objetivo se olvide el propósito mismo de la escritura, como comenta el personaje de Valeria sobre una de las películas que acaba de ver: “No llegó a entender bien lo que el director
guionista/autor había querido expresar: la desolación, la soledad, la violencia del entorno que empapa al ser humano, la maldad”.
Farándula constituye, en efecto, una historia polifónica, acelerada y caótica sobre esa constante que termina saliendo siempre a la luz: la miseria humana en todo su esplendor. La miseria del que envidia por ignorancia, la del temeroso que sospecha que no tiene méritos para permanecer en el lugar que ocupa y la del que está dispuesto a hacer todo para alcanzar un objetivo que ni siquiera está del todo claro. La intención era más que loable y la trayectoria literaria de la autora parecía prometer más de lo que, pese a haber obtenido un premio como el Herralde, finalmente consiguió.
FARÁNDULA
Por Marta Sanz
Anagrama
231 páginas
$ 275