Acción urgente para Venezuela
La crisis en Venezuela se ha desbordado. El número de muertos y el grado de violación de los derechos humanos son cada día más alarmantes. La democracia prácticamente ha desaparecido y es probable que termine de sucumbir con el intento de reforma constitucional. El cuadro de acontecimientos deja poco margen para el optimismo. Esa misma razón obliga hoy más que nunca a que América latina aúne esfuerzos diplomáticos para evitar que la violencia termine de dominar un panorama de perspectivas críticas. La acción diplomática para establecer canales de comunicación con el gobierno venezolano resulta urgente, como ha señalado reiteradamente la canciller argentina.
América latina y el Caribe tienen la responsabilidad primordial de promover y facilitar espacios de confianza para que los venezolanos encuentren el camino del entendimiento y el respeto. Los antecedentes de la acción de ex presidentes (Acuerdo de Convivencia Democrática) e incluso los importantes esfuerzos de mediación de la Santa Sede pueden servir de referencia para acordar eventualmente una renovada hoja de ruta que intente calmar ánimos, producir acercamientos, explorar fórmulas de diálogo y evitar derramamientos de sangre. La intransigencia venezolana no es argumento para la inacción.
Lamentablemente, la OEA no parece estar en condiciones de ser hoy el vehículo más efectivo para transitar por ese camino. El secretario general del organismo quemó naves antes de la batalla diplomática, limitando gravemente su papel en la crisis. Es desilusionante que sea así, por cuanto el secretario general debería haber sido, conforme a los propósitos de la Carta de la OEA y de la Carta Democrática Interamericana, el puente diplomático creíble entre el Consejo Permanente de la OEA y el gobierno venezolano. Esa posibilidad quedó afectada por declaraciones públicas anticipadas que disminuyen la capacidad diplomática de la OEA en su conjunto.
Es de esperar que la reunión de cancilleres supere la impasse. De lo contrario se debería abrir la vía a otras instancias regionales. Tanto la Celac como la Unasur podrían ser ámbitos para explorar alternativas creativas e instalar una concertación multilateral que contribuya a generar canales de diálogo, primero con el gobierno venezolano y después entre las partes enfrentadas en la crisis. Los ejemplos del Grupo de los 8, Contadora y el Grupo Río deberían estimular la imaginación.
La grave situación venezolana exige perseverancia diplomática. América latina y el Caribe deben insistir para que Venezuela regrese a un clima de restauración y convivencia democrática. La mediación diplomática regional debería ser el instrumento aun cuando el gobierno de Nicolás Maduro siga rechazando de plano esa posibilidad. Otras alternativas, incluso el mayor aislamiento internacional de Venezuela, sólo empeorarían el grave cuadro humanitario que se enfrenta y podrían dar lugar a un mayor espiral de violencia y angustias.
Es de esperar que todos los países de la región y el Caribe muestren estar a la altura de las dramáticas circunstancias que atraviesa Venezuela. La Argentina ha venido remarcando esa necesidad. Es hora para la acción y la mesura diplomática. Es hora de enfoques paso a paso, de medida por medida, como expresaba William Shakespeare en la comedia de conflicto del Primer Folio.
Ex canciller de la Nación