A usted no lo voy a votar
A ver si me entiende, señor candidato: no se haga ilusiones. Vaya sabiendo que de ninguna manera voy a cometer la tontería de votar por usted si cuanto antes no me explica, con lujo de detalles, qué clase de iniciativas llevaría adelante en caso de que en octubre o en noviembre la ciudadanía le otorgara, en diciembre, la sartén por el mango.
¿Soy claro? Basta ya de poéticos enunciados. Le estoy pidiendo que me especifique cuál es el plan de acción que, supongo, tiene in pectore y promete cumplir si en estos comicios las urnas le sonríen. Le cuento, amigo candidato: si usted transitara la senectud, como un servidor, sabría que antiguamente, en vísperas de elecciones, los partidos políticos daban a difusión un vademécum de propuestas a la que sus candidatos responderían si la ciudadanía los privilegiaba con su voto. A ese documento se lo denominaba plataforma electoral. Pero, debo machacar, eso era antiguamente.
En la actualidad no existen los partidos políticos, reemplazados por "espacios" de ocasión, oportunistas y más o menos acomodaticios. Por consiguiente también desaparecieron aquellas plataformas, reemplazadas hoy por un denso cotorreo publicitario y por sucintos y bastante vaporosos mensajes periodísticos a cargo de los propios candidatos o de sus satélites. Habitualmente, tales mensajes, aunque declamados con fervor, someten al votante al riesgo de caer en las fauces de una glotona jauría de signos de pregunta.
Visto y considerando, quiero que usted sea menos retórico y más preciso.
¿Por qué no me cuenta cuáles serían sus prioridades de gestión en esos fundamentales cien primeros días de calentar el mal llamado sillón de Rivadavia? Quiero que me diga, sin repetir y sin soplar, de qué recursos ha de valerse para desentrañar los múltiples y a veces infames problemas que acongojan al país, entre ellos el del narcotráfico, el de la inseguridad y el de la inflación.
¿Usted extremaría la influencia que impone su cargo para que el delito de corrupción sea de por vida imprescriptible? Conviene que lo sea, para que nuestra variopinta élite de tramposos ilegalmente enriquecidos se vea impedida de eludir a la Justicia. (Y, por supuesto, estoy aludiendo a una Justicia negada al cajoneo, legítima en serio y no militante, para nada parecida a la que hoy tramita el caso Nisman.)
He reflexionado un rato largo y no me parece bien que sean Dios y la Patria quienes demanden a tanto malandra que incumplió su deber, que nos estafó y profanó su cargo. Pretendo ser yo en persona quien demande con mi voto a esos canallas, y para eso necesito que usted, amigo candidato, me explique de qué manera le devolveremos honradez y transparencia al poder.
Como estoy decidido a ser previsor para así curarme en salud, puede decirle chau a mi voto si cuanto antes no me puntualiza cómo pondrá freno a tan bochornosa adulteración de estadísticas, y cuánto habrá que esperar para que vuelvan al Indec los técnicos probos que expulsó el barrabrava Guillermo Moreno. Sabemos que la manía de adulterar cifras y tergiversar la realidad ha dado pábulo a fábulas que los voceros del oficialismo propagaron -y siguen propagando- a viva voz y con cara de piedra. La de pretender que casi no hay pobreza en el país resultó la fábula más fantasiosa, la que mejor pinta la catadura de estos fulanos.
Señor candidato, no le ofrendaré mi confianza a ningún improvisado prestidigitador de estadísticas, ni tampoco a ningún mentiroso con atril, creído de que soy medio marmota, fácil de engatusar.
La pobreza existe y a su conjuro, en esta década ganada, las villas miseria no han parado de crecer y multiplicarse, con la agravante de que a la par han crecido la marginalidad, la desnutrición infantil y la deserción escolar, y también, por si fuera poco, la adicción al paco y el clientelismo político.
No le regalaré mi voto a nadie que, antes del 25 de octubre, no dé a la luz pública su programa de tareas para que esos flagelos que hoy prosperan desaparezcan del escenario nacional y popular.
Vea, debería anunciar que, apenas el nuevo gobierno empiece a funcionar, entrará en vigor un contrato moral destinado a dignificar la condición humana y, de paso, la autoestima de millones de personas condenadas a la precariedad y el hacinamiento, sumidas en la degradación mediante planes de limosna y cantos de sirena.
Como sabrá, la recuperación de una democracia bien entendida -que no es ésta- exige muchas otras contundentes medidas oficiales, si aspiramos a que el país recupere su esencia republicana, representativa y federal. El diálogo fecundo y la discrepancia respetuosa, en vez de la actual tracalada de huecos monólogos encadenados, deben constituir primordiales rasgos fisonómicos del gobierno que vendrá.
Parece auspicioso, señor candidato, que el país del nuevo gobierno requiera consensos. Ese requisito sólo se cumplirá si su principal caja de resonancias, el Congreso, deja de ser una abrigada madriguera de obsecuentes, con abundancia de pelafustanes incapaces de quitarles una coma a los proyectos que provienen de la Casa Rosada (por temor a resultar execrados por el rayo del verticalismo).
Si me permite, sería bueno que el futuro Poder Legislativo diera impulso a una iniciativa: la de una enmienda constitucional destinada a impedir o restringir la reelección de gobernantes, legisladores, magistrados e intendentes, para así achicar la descomunal ristra de sujetos asidos de manera vitalicia a la teta del presupuesto nacional.
Naturalmente, la reforma debería comprender a los primeros magistrados, para así acabar con el delirio de los presidentes insaciables, aquerenciados en el poder, que pasean y disfrutan en familia de una existencia regalada, que se permiten una frivolidad lujosa con dineros a los que yo contribuyo. Por favor, basta ya de presidentes que, de puro anestesiados, se sueñan eternos.
En síntesis, amigo candidato, empiece por cumplir el compromiso tácito de dar cuenta minuciosa de lo que piensa hacer, de la misión que espera cumplir en caso de que se le adjudique una banda presidencial cruzándole el pecho.
Le recuerdo una picardía que se atribuye a Carlos Menem, en tiempos en que prometía un salariazo y no defraudar a nadie: "Si yo decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie".
Quien transite la senectud, como un servidor, entenderá por qué quiero ser previsor y curarme en salud. Mi voto es sagrado y no lo voy a rifar.