¿A quién le importan los chicos? La infancia invisible
“Dale, tomá, llevate el pan. Y acá tenés una platita para vos y otra para tu hermano”, dice la doctora Ana Lía Otaño, médica pediatra, en plena siesta chaqueña. En un hotel elegante del centro de Resistencia, donde la entrevisto, la escena es veloz: dos nenes esmirriados llegan a la confitería, la doctora los llama y antes de que puedan decirle nada, ella ya les deja en las manos el contenido entero de la panera. Cuando se van, me explica: “¿Sabés por qué hago esto? Porque muchos de mis pacientitos en el hospital pediátrico comían así: de lo que les daba la gente. Ojo, yo sé que hay gente que no les da porque dice que los explotan. Pero a mí me consta que muchas de estas criaturas dependen de eso poquito que uno pueda darles. Entonces, ¿cómo no les voy a dar?”
La doctora Otaño tiene una de esas caras limpias y sonrientes que son como un oasis en el desierto emocional del hospital público. Hace ocho años, como representante del Ministerio de Salud en su provincia, Chaco, encabezó una comisión multidisciplinaria que investigó los contaminantes del agua y, en particular, el posible impacto de estos sobre la salud de los más pequeños. Los resultados de ese estudio (elaborado en base a cifras oficiales) todavía espantan. “Descubrimos que en sólo diez años las malformaciones congénitas se habían multiplicado por cuatro y el cáncer pediátrico, por tres”, revela.
Sin embargo, ella (ahora jubilada y nombrada en 2015 Mujer del Año en su provincia) admite que ni siquiera tres décadas mirando la miseria a los ojos han logrado acostumbrarla a las bandadas de chicos silvestres buscando qué comer. Y no son pocos, ni son el triste privilegio de su provincia. De hecho, según datos recientes del Centro para la Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), si en el último trimestre del año pasado la pobreza golpeaba a tres de cada diez argentinos, el porcentaje subía si se ponía el foco en los chicos. En efecto, en la franja de chicos de hasta 4 años, casi la mitad (43,8%) era pobre. Pero si la mirada se extendía hasta los 14 años, el espanto también se disparaba: 47,9% de ellos vivía –vive– en la pobreza.
Las cifras de Unicef para todo el país en el mismo trimestre, conocidas esta semana, van en el mismo sentido: hay 5,6 millones de chicos pobres en la Argentina.
Aunque tal vez, dicho así, no se comprenda cabalmente de qué estamos hablando. Porque escondidos detrás de una palabra tan sobria, están estos nenes con el pelo descolorido de la comida salteada y la mirada de ése al que viven echándolo hasta de la calle. De esto, precisamente, se habla cuando se dice “infantilización de la pobreza”: de pobres cada vez más chicos. O, si se prefiere, de chicos cada vez más pobres.
Según datos aportados por Infancia en Deuda (un colectivo integrado por 25 organizaciones de la sociedad civil preocupados por estos temas, entre los cuales se cuentan Unicef, Aldeas Infantiles, Haciendo camino, ACIJ y varias entidades más), a la pobreza hay que sumarle el hacinamiento en el que vive el 42,4% de los menores de nuestro país. Una cifra que –en provincias como Formosa– trepa al 58,8 por ciento.
De hecho, el colectivo Infancia en deuda surge cuando un grupo de entidades vinculadas a temas de infancia verifica que, por ejemplo, a once años de sancionada la ley, la figura de defensor de la niñez seguía sin ocuparse. Que en la Argentina, cada diez minutos, una adolescente se convierte en madre. Que uno de cada cuatro chicos que comienza la secundaria no aprueba el año. Que uno de cada cuatro nenes en edad de ir al jardín no lo hace. Que casi la mitad de los chicos son castigados físicamente por sus padres. Que, sin importar de qué sector social estemos hablando, ser chico en la Argentina es algo peligroso. Y que a nadie, a través de las décadas y de las sucesivas gestiones, ha entendido que en esto se nos juega no sólo el futuro, sino también el presente.
Más allá de lo atroz de las cifras, lo que no deja sin embargo de sorprender es que sean organizaciones de la sociedad civil y no el Estado quienes provean datos e instalen la discusión de temas que, como éste, parecen no despeinar a nadie. “Los que estamos trabajando en terreno y en contacto directo con niños y niñas cuyos derechos han sido vulnerados sabemos que no hay tiempo que perder. Para nosotros, como sociedad, la situación de los chicos tendría que ser algo no negociable, sobre todo porque los tiempos de los chicos claramente no son los del Estado”, marca Alejandra Perinetti, directora de la ONG Aldeas Infantiles, hasta donde los chicos llegan escapando de la violencia o del abuso sexual en sus hogares.
Justamente por eso, el principal objetivo de Infancia en deuda “es asegurar el cumplimiento de la ley 26.061 –promulgada en 2005– que, además de crear el cargo del defensor del niño, incluye entre otros puntos la realización de una encuesta nacional nutricional que informe sobre la situación actual de la niñez; la implementación de una política coordinada e integral para cumplir con los derechos de la primera infancia, y la asignación del presupuesto necesario para garantizar las necesidades de todas las niñas y los niños de nuestro país”, se lee en un documento de la organización.
Según Florence Bauer, directora de Unicef Argentina, “el defensor de la niñez es una figura fundamental, prevista por la ley desde hace diez años y aún sin concretar. Debe monitorear las políticas públicas para la infancia, alertar al gobierno y al país sobre problemas que estén dándose en relación a la niñez e impulsar acciones sobre esos temas y, por último, representar a los niños, niñas y adolescentes. Debe cumplir esos tres roles y por eso es tan importante que el proceso de elección que lo designe sea totalmente transparente. Esperamos que sea nombrado este año”.
Especialmente porque aún en 2017 el país sigue sin tener datos nacionales y actualizados de salud y nutrición en la niñez; la última encuesta de este tipo se realizó en 2005. Y si bien estaba estipulado que ese relevamiento volviese a ser realizado cada diez años, esto no sucedió y se siguen tomando decisiones en base a datos que tienen un atraso de doce años. Pero, ¿qué eficacia puede esperarse de una política pública diseñada en base a lo que refleja el espejo retrovisor?
De lo que no importa
Los chicos, dice el lugar común, son la inocencia, la verdad y hasta el futuro. Para seis millones de menores en nuestro país, sin embargo, las tres cosas brillan por su ausencia. Al mismo tiempo, resulta también alarmante ver cómo conviven chicos y adolescentes desnutridos con otros amenazados por la obesidad infantil y toda una gama de patologías asociadas al sedentarismo y al consumo frenético de comestibles llenos de sabores y colores, pero vacíos de cualquier otra cosa. La semana pasada, de hecho, y organizada por la Organización Panamericana de la Salud (OPDS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), se llevó a cabo en Buenos Aires un encuentro de dos días sobre obesidad infantil.
“La Argentina tiene la segunda tasa más alta de sobrepeso en menores de 5 años de América latina y el Caribe, con un 9,9%", según el Panorama de Seguridad Alimentaria y Nutricional elaborado por OPS, OMS y la FAO. El mismo estudio refiere a un análisis hecho sobre la publicidad de alimentos en televisión dirigidos a niños y niñas en ocho países de América latina, que detectó que en la Argentina el 48% de los alimentos publicitados tenía un bajo valor nutricional, y que el 69% de los encuestados consumió estos productos posteriormente”, precisa el informe de Unicef Argentina sobre esas jornadas.
Evidentemente, el problema de la niñez olvidada por el Estado no es privativo de determinado sector social ni se limita a chicos que pasan hambre. En este aspecto también la designación de un defensor de la niñez se hace urgente, ya que esa figura es la que puede accionar denunciando no sólo el avance del hambre y la pobreza sino también la creciente artificialización de eso que comen millones de chicos y adolescentes sin distinción de clase social. Y también, en el caso de la violencia, que tiene entre los chicos a sus principales víctimas y en más de un sentido.
“Según el Ministerio de Justicia, el 57% de las víctimas de violencia tiene menos de 18 años. La línea 102 de la Ciudad de Buenos Aires recibe cuatro llamados por día con denuncias de violencia contra la niñez”, resume al respecto un documento del colectivo Infancia en deuda.
“El caso de la justicia penal juvenil también es un buen ejemplo de desprotección. En la Argentina, los adultos tienen mejor acceso a la Justicia que los menores. Aquí hay condenados a cadena perpetua siendo menores de edad”, grafica Juan Facundo Hernández, abogado y socio fundador del colectivo Derechos de la Infancia y de la Adolescencia. “Por supuesto que cuando un menor viola la ley el Estado debe actuar, pero el encierro de por vida no puede ser la única respuesta. Y de hecho, por eso el Estado argentino fue cuestionado internacionalmente”, precisa.
La Argentina fue también denunciada por no cumplir con la Convención de los Derechos del Niño ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), a raíz de la situación de los millones de chicos que viven en pueblos agrícolas y expuestos a fumigaciones sistemáticas. Estas, como verificó el grupo de investigación Genética y Mutagénesis Ambiental (GeMA), conducido por la doctora Delia Aiassa, de la Universidad Nacional de Río Cuarto, exhibían daño en su material genético, con todo lo que eso podría implicar para su salud futura.
Infelices los niños
Cuidados en la primera infancia. Hogares-refugio. Contención. Los discursos sobre la niñez se dan, cada tanto, un baño de novedades y de un tiempo a esta parte la novedad parecería ser el “cuidado”, entendiendo por eso el estímulo, la protección y la vigilancia amorosa de los niños en sus primeros años. Como no se cansa de recordar el doctor Abel Albino, de la ONG Cooperativa para la Nutricion Infantil (Conin), el cerebro crece a una velocidad asombrosa y el “cableado” cerebral se expande y se complejiza. O no. Si el chico no cuenta con una alimentación y un entorno adecuados para sacar el máximo provecho de esa ventana de oportunidad, la respuesta será “no”. Pero, además, el doctor Albino distingue desde siempre hambre de desnutrición. “Combatir el hambre es muy sencillo, se arregla con un sándwich; combatir la desnutrición es mucho más arduo, porque hay que hacer un abordaje integral de la problemática social que da origen a la extrema pobreza”, precisaba en una entrevista concedida a Border Periodismo.
En este contexto de olvido, no sólo sistemático sino también histórico, tal vez uno de los indicadores que mejor rinde cuenta de la desidia estatal frente al tema sea la subejecución del presupuesto asignado para resolver las cuestiones más urgentes. En este sentido, los datos de la Secretaría Nacional de la Niñez, Adolescencia y Familia son por demás reveladores: si en 2016 un tercio del presupuesto asignado quedó sin ejecutarse, en los cinco primeros meses de este año sólo se ha ejecutado 13,4%. ¿Y por qué importa esto? Porque, como precisa otro documento del colectivo, “dentro de las acciones que implementa dicha Secretaría, la mayor demora en la ejecución presupuestaria se observa en las acciones tendientes a la «Promoción y asistencia a los centros de desarrollo infantil comunitarios», cuya ejecución a la fecha de cierre del presente informe, es de un 2,92%”. En otras palabras, allí en donde todos insisten en que hay que poner el foco y la acción es justamente un área en donde la indolencia es mayor.
Pero, para quien mire con un poco más de detenimiento, el abandono de la infancia y de la adolescencia argentinas saltan a la vista en cada paso. En la verdadera carrera de obstáculos que debe enfrentar todo ciudadano que quiera hacer una denuncia por violencia contra menores. En el desdén de las autoridades de turno por hacer de la Educación Sexual Integral una práctica escolar más. En el profundo desconocimiento del grueso de las autoridades sanitarias sobre los determinantes ambientales de la salud en niños y adolescentes. Porque si efectivamente –como anota la doctora Aiassa en un artículo en la revista Archivos de Pediatría–, “el estatus sanitario de una sociedad puede ser juzgado en base a la salud de sus niños”, el de la Argentina está en serios problemas. Y, mientras el tiempo vuela, las autoridades siguen llegando tarde a la única cita para la que no hay excusas.