A profesiones vencidas, un país vencido
Los males del país se suelen achacar a los políticos, pero habría que ampliar el foco hacia los profesionales que, al perder el sentido de su vocación y misión, afectan bienes públicos esenciales como la educación y la justicia
Ya agota que los políticos sean el chivo expiatorio de todos los males. Uno de los tics más entrenados de nuestro ADN es la habilidad de sacarnos la culpa de lo que nos pasa. ¡Somos limpios rodeados de sucios!
Nuestra mirada destructiva sobre la política tiene argumentos, pero exageramos. Quiero proponer un nuevo culpable en la lista. Este nuevo acusado vuela bajo, pero está en todos lados. Pido que miremos hacia las profesiones. No hay escándalo en que no estén involucradas, ni foto de la corrupción donde no aparezcan como protagonistas.
¿No son acaso las profesiones las columnas vertebrales de una sociedad eficiente y organizada? Eso es verdad, siempre que no estén vencidas, quebradas, por un "realismo" profesional que las lanza hacia rutinas de mediocridad generalizada. Muchas profesiones están así porque perdieron por el camino la fuerza de la vocación.
La vocación es lo que hace que la misión de una profesión pueda cumplirse. Por ejemplo, la misión de la salud para los médicos, la justicia para los abogados o la verdad para los periodistas.
¿Qué es una profesión vencida? Es aquella en la que sus miembros están convencidos de que no pueden cumplir esa misión profesional. Con esa actitud, el profesional incorpora la mala praxis como parte de su rutina. Cuando esta actitud se generaliza, estamos en problemas.
Me arriesgo a decir que están vencidos amplios sectores de, por lo menos, las siguientes profesiones: la policía, la docencia primaria y secundaria pública, el periodismo, los empleados y funcionarios de la administración pública, y los empleados judiciales. Estos son algunos campos profesionales con la mística cascoteada por causas innumerables. Existe la vocación en muchos de quienes la ejercen, pero sienten y saben que van contra la corriente en su grupo profesional. Se saben minoría.
Esos ideales vencidos afectan bienes públicos esenciales como la educación pública, la seguridad, la justicia, la eficiencia del Estado o la calidad del debate y la información pública.
La precarización de la vocación no necesariamente supone la del ingreso. Hay personas con su ideal profesional vencido que ganan mucho dinero, y hay otros que conservan la llama de su vocación aunque ganen muy poco. Los vencidos se convencen a sí mismos sobre las razones de su derrota. Y, sin quererlo, se integran a un tsunami de mediocridad que lleva a la mala praxis constante. Esta mala praxis no consiste en difamar desde el periodismo, o en incumplir los programas de las clases en una escuela, o en convertirse en un empleado judicial o policía coimero. La mala praxis estructural es no ofrecer todo para hacer lo mejor posible su trabajo. Es bajar el techo, y llevar su servicio público al piso. Solo en pocos casos la mala praxis es flagrante.
En la aviación eso se llama la teoría de los accidentes normales, que son los que se producen a medida que se va degradando la cultura operativa diaria. Whisky Romeo Zulú, de Enrique Piñeyro, sobre la tragedia de 1999 en la que se estrelló un avión de LAPA, es esa teoría hecha película.
Mi objeto de estudio académico es el periodismo, y escucho en muchas ciudades a periodistas con un discurso derrotista: tienen mucha información y pueden publicar poco; sienten que el ideal que los llevó a una redacción quedó atrapado en el corralito de la publicidad oficial o de los intereses caprichosos del dueño de su medio; o, simplemente, se convencen de que la dificultad de hacer un periodismo sustentable pone a la profesión en suspenso. Son grandes los obstáculos y desafíos que tiene en este momento el periodismo (desafío político, tecnológico y económico), pero esa actitud vencida los hace todavía más grandes y difíciles. En cursos ante miembros de otras profesiones, confirmé que la telenovela de la derrota profesional está extendida. La misma voluntad vencida que siento entre algunos periodistas la escuché en otros ámbitos.
Para que una profesión sea un activo para la construcción de un país y no un lastre social, tienen que coincidir tres cosas: poder, corazón e ingresos. Si aquellos que tienen el poder en el campo profesional son los que aman el ideal y tienen ingresos razonables, esa profesión vuela y su beneficio a la sociedad se multiplica. Si, en cambio, los que tienen el poder y los ingresos tienen una actitud cínica hacia el ideal de esa profesión, ese campo profesional está degradando la sociedad. Y no hay gobierno que pueda compensar la ruina que una profesión vencida provoca en la vida de un país. Por eso es tan importante una buena profesión como un buen gobierno. Además, los gobiernos son transitorios, mientras que las profesiones son permanentes.
Las profesiones son andamios poco trabajados para el desarrollo del país. Esto se debe quizás a que se entienden como algo privado. Sin embargo, hay pocos actores más transversalmente públicos que una profesión: son las columnas principales de la actividad laboral (privada y pública) en un país. Las profesiones gobiernan desde abajo. O, si están vencidas, desgobiernan.
¿Podría haber una corrupción tan extendida en el país sin la cocina de esos ilícitos avalada por profesionales muy destacados de varios campos?
Las facultades son el trampolín de lanzamiento de esos profesionales, así que algo tendremos que ver desde la academia. Es aquí donde se enseña a utilizar el poder social que cada profesión tiene. Ese poder social acumulado de las profesiones es mayor que el poder de un gobierno. Si las profesiones tienen la vocación como norte de su labor, no hay gobierno que lo tuerza. Diría que la ética de las profesiones es un corralito para los gobiernos, y no al revés.
Como dicen Gardner, Csikszentmihalyi y Damon, en su gran libro Buen trabajo. Cuando ética y excelencia convergen, un indicador claro del buen trabajo es que uno se siente bien, satisfecho con las consecuencias de sus actos, cumpliendo su vocación y servicio social, desarrollando lo mejor de uno mismo. Esa alineación de sensaciones personales es la que provoca una profesión pujante.
Una de las claves del futuro argentino es aceptar que el país no se construye desde el gobierno. Una mentalidad estatista nos fuerza a mirar sólo a los políticos, y la sociedad se vuelve adicta a las iniciativas estatales. Ellos sólo afectan parcialmente la vida social. El país se construye desde muchos espacios, y uno de los más desatendidos son las profesiones.
Por eso, las asociaciones profesionales son tan importantes como los partidos políticos. Tienen como principal función ser inspiradoras y animadoras de una comunidad de albañiles de un valor público específico. Luego podrán realizar capacitación, defensas corporativas más o menos exitosas, pero lo esencial es la motivación, mantener ardiente un ideal profesional para poder cumplir el servicio público que le toca. Si no lo hace, será un factor más que suma a la mediocridad general.
Serás popular si acusás a los políticos de todos los males. Pero es falso. Si querés tener mejor puntería en tu indignación, dirigite a tu asociación profesional.
Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral; miembro fundador de Fopea