A la sombra de los maestros admirados
El último domingo de agosto falleció el neurólogo y escritor inglés Oliver Sacks. Dejó tras de sí una multitud de lectores agradecidos y apenados de no tener ya más la posibilidad de dejarse enseñar tantas cosas, esas que Sacks, no tanto como científico sino como ser humano, sabía descubrir y compartir.
Alguna vez, desde esta columna dedicada mayormente a tratar temas del idioma español, se comentó algún párrafo de uno de sus libros, Los ojos de la mente (Anagrama, 2011). En realidad, de ese libro y de los muchos otros que escribió Sacks se pueden extraer siempre lecturas iluminadoras no solo sobre distintos tipos de trastornos neurológicos, sino también sobre de cuántas maneras distintas y enriquecedoras somos capaces de superarlos o neutralizarlos, individual y colectivamente.
Todos sus lectores reconocimos siempre esa particular "empatía" -una palabra que se ha puesto incluso de moda ahora- con el otro, una manera distinta de contar, a través de una prosa límpida y atractiva, problemas que todos, incluido él, podemos llegar a tener.
¿Por qué, hoy y aquí, Oliver Sacks? Porque un tuit de otro gran maestro, este de periodismo y para periodistas, Miguel Ángel Bastenier, nos lo evocó. Escribía hace unos días Bastenier, a propósito de un tuit de otro periodista: "El colombiano no está más cerca del venezolano que del español peninsular, y el chileno, de nadie en particular. Cada uno es todo un mundo".
Por supuesto, el maestro catalán-colombiano se refería al español de Colombia, por contraste con el español de España, el de Venezuela y el de Chile. Podríamos agregar que el de la Argentina también es un mundo aparte, y estaríamos no sé si todos contentos, pero sí de acuerdo.
Sin embargo, hubo un segundo tuit de Bastenier, mucho más combativo: "El doblaje de los telefilmes norteamericanos al español es un vasto plan de destrucción del idioma". Es decir, la empatía lingüística también tiene un límite.
Este último tuit fue inmediatamente contestado por otros tuiteros de muy distintas maneras. Por ejemplo, esta: "Sobre todo por el monopolio mexicano, que uniforma todos los dialectosen el suyo".
Las vueltas que damos, y daremos, en torno de los mismos temas. Hasta hace muy poco, los "villanos" parecían ser los españoles de España, que han intentado ejercer el monopolio del idioma contra el parecer y buen uso del resto de los hispanohablantes. Hoy, desde la aceptación de que algunas palabras de su vocabulario son evidentes "españolismos", algo de terreno se ha ganado hacia el deseado panhispanismo.
Pero a juzgar por los datos que cada vez con mayor frecuencia se recogen desde este humilde otero que es Línea Directa, el español de México (que no Méjico), que tiene una institución señera en la defensa de sus bienes culturales -el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), coordinador de las políticas, organismos y dependencias de carácter cultural y artístico de México-, parece decidido a probar que "su" español puede ser el mejor y el más puro, además de la penetración que de a poco va haciendo en el país vecino, los Estados Unidos, con sus mexicanismos (que no mejicanismos).
En disputas de este tipo, en la que nadie tiene la razón, conviene practicar la empatía, que, según el DRAE, es un "sentimiento de identificación con algo o alguien" y, mejor aún, "la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos".
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