A la Red le entregamos el alma
¿Cuántas veces aprobaste los términos y condiciones de distintos servicios online y aplicaciones para tu teléfono sin haber leído ni siquiera superficialmente lo que decían? Siempre. Nadie lee los términos y condiciones. En 2010, GameStation –un comercio minorista de artículos electrónicos británico– hizo un experimento genial: modificó el texto de su contrato para medir de manera fehaciente cuántas personas lo leían. Incluyó la siguiente cláusula: “Al realizar un pedido a través del sitio web de GameStation el primer día del cuarto mes del año 2010 Anno Domini, nos otorgas una opción intransferible de reclamar, ahora y para siempre, tu alma inmortal. Si dicidiéramos ejercer esta opción, acuerdas entregar tu alma inmortal, y cualquier reclamación que tengas sobre ella, en los 5 (cinco) días laborables siguientes a recibir la notificiación por escrito de gamestation.co.uk o uno de los secuades debidamente autorizados”. Las 7500 personas que realizaron compras ese día aceptaron de manera irrevocable ceder sus almas.
El ejemplo de GameStation se encuentra en el indispensable libro de Marc Goodman Los delitos del futuro, donde se describe, entre otros muchos temas, el abuso legal en los acuerdos firmados entre usuarios y plataformas. Como prueba, Goodman cita textualmente un fragmento del contrato original de Google Docs que seguramente no leíste. Dice Google: “Al subir, almacenar o recibir contenido o al enviarlo a nuestros servicios o a través de ellos, concedes a Google (y a sus colaboradores) una licencia mundial para usar, alojar, almacenar, reproducir, modificar, crear obras derivadas (por ejemplo, las que resulten de la traducción, la adaptación u otros cambios que realicemos para que tu contenido se adapte mejor a nuestros servicios), comunicar, publicar, ejecutar o mostrar públicamente y distribuir dicho contenido ”.
Goodman exagera al decir que este contrato habría autorizado a Google a publicar Harry Potter si J.K.Rowling hubiese utilizado Google Docs para escribir su obra, aunque este contrato inmortal de Google parece un exceso.
Según Goodman, la actitud incauta que nos hace ceder sin pensar nuestros datos a cambio de algún servicio, drena nuestra identidad, ubicación, rostro, estado de ánimo, ideas, vínculos e inquietudes, para ser almacenados, analizados y relacionados sin nuestro consentimiento con otros datos. Pueden ser agrupados según demografías y psicografías para desarrollar transacciones o publicidad predictiva o para ser vendidos a terceros y, en ese pasamanos, eventualmente ser filtrados o robados para terminar siendo usados en nuestra contra.
Es tan grande el riesgo de que nuestros datos caigan en las manos equivocadas, que los futuros términos y condiciones tal vez tengan que incluir en su primer punto un mensaje que explique claramente nuestros derechos: “Tiene el derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra en un tribunal de justicia. Tiene el derecho de hablar con un abogado. Si no puede pagar uno, se le asignará uno de oficio. ¿Le han quedado claros los derechos previamente mencionados?”, como dice la famosa “Advertencia Miranda ”.