A la espera del milagro en las góndolas
La conclusión más relevante que se llevaron anteayer los empresarios de la Casa Rosada, donde tuvieron la primera oportunidad del año de escuchar al equipo económico completo, es más una confirmación que una novedad: el Gobierno estará en 2021 bastante más encima de los precios. Quien se lo dio a entender fue Matías Kulfas, ministro de Producción, que cuidó sin embargo las palabras: no habló de “controles”, pero sí de “monitoreo” y “mesas sectoriales”.
Ningún descubrimiento en año electoral. Salvo en la convertibilidad, desde 1952 hasta hoy la Argentina utilizó siempre de algún modo esa herramienta para algún sector. Los años dorados kirchneristas que añora Alberto Fernández, por ejemplo, entre 2003 y 2008, transcurrieron con todas las tarifas congeladas. Anteayer, cuando entraron en la reunión que encabezó Cafiero, los empresarios venían además con un anticipo explícito: un día antes la Jefatura de Gabinete había anunciado que convocaba a 20.000 voluntarios de los movimientos Evita, Corriente Clasista y Combativa y Barrios de Pie para supervisar precios en supermercados. “Tenemos la obligación de cuidar la mesa de todos y todas”, escribió en Twitter el sociólogo Daniel Menéndez, militante de Barrios de Pie y subsecretario de Políticas de Integración y Formación.
Los últimos números de inflación alarman a varios en el Frente de Todos. Si no consiguen bajarlos, será difícil cumplir el objetivo del presupuesto que Guzmán ratificó ante los empresarios: 29% para este año. El ministro dijo en la presentación que muchos economistas habían fallado en los pronósticos cuando auguraron para 2019 un alza de precios inferior a la que finalmente se dio, y para 2020, peores presagios y un resultado menos catastrófico. Pero las características de una economía poscuarentena pueden condicionar el año electoral. Un trabajo de Guadalupe González y Jorge Vasconcelos publicado esta semana por el Ieral, de la Fundación Mediterránea, le da sustento a la idea: “La experiencia de diez años de estanflación ha mostrado que cada vez que un gobierno logró llevar la tasa de inflación a un andarivel del orden del 2% mensual logró mejorar sus chances electorales, aunque no necesariamente esto le haya garantizado el triunfo. En sentido opuesto, la aceleración de la inflación tiende a contraer el consumo y complicar la performance electoral del oficialismo de turno”, advierte. El último índice de precios al consumidor, el de enero, se mantuvo en 4%. Vasconcelos y González contrastan: en 2019, con una tasa de inflación promedio de 3,6% mensual, el consumo privado se contrajo nada menos que 6,6% y llevó a Macri a la derrota; dos años antes, en las legislativas de 2017, ese mismo oficialismo había ganado con el escenario inverso: 1,7% de inflación mensual –menos de la mitad que la de 2019– y el consumo en un alza significativa, 4,2% anual.
Se entiende el apuro que percibieron los ejecutivos. Esmerado en la proporción de los asistentes, el Ministerio de la Producción les había pedido que hubiera en el salón asistentes mujeres. Cumplieron. Las ausencias fueron más bien esta vez de orden jerárquico: con excepción de casos como el de Javier Madanes Quintanilla o Teddy Karagozian, no hubo dueños de empresas argentinas. Sí, directores o CEO. El faltazo no solo molestó en el Gobierno, donde pretendían pedirles que defendieran públicamente la gestión, sino también en la CGT. Es cierto que algunos integrantes de la Asociación Empresaria Argentina están molestos con varias decisiones. Pero la razón principal es de fondo: el establishment económico no cree en estas convocatorias porque sabe cómo terminan; en nada.
Es uno de los misterios argentinos. Al ya obvio argumento de que el país aplica de modo recurrente medidas que no han tenido éxito o lo tienen solo de un modo acotado, el escenario actual le agrega una particularidad: el ejecutor vuelve a ser el kirchnerismo. ¿Cabe esperar distintos resultados cuando los mismos deciden lo mismo? Es el meollo del desánimo empresarial. La Argentina no solo no logra deshacerse de un problema que el mundo superó, una inflación mensual equiparable a la que Brasil tiene en todo un año, sino que en términos netos, según datos de la AFIP, no crea empresas desde 2011. Pero ahí van de nuevo las administraciones, en busca de entendimientos corporativos de buena voluntad que cambien la historia. Quienes deben invertir creen que no habrá éxito sin un programa creíble. Algunos de los presentes le celebraron anteayer a Guzmán una obviedad: toda pelea contra los aumentos requiere una política monetaria consistente. Pero sus dudas parten de otro lado: qué pensarán en el Instituto Patria.
La historia indica que la confianza supera situaciones imposibles. En un trabajo publicado en 1987 para la revista Libertas, del Eseade, sobre las razones que llevaron a Alemania a levantarse en 1948 después del nazismo, Enrique Cerdá-Omiste recuerda que la recuperación no solo empezó a notarse a los pocos días, sino que Ludwig Erhard, artífice del plan, se resistió siempre a llamarla “milagro”. Y eso que el cuadro de posguerra era devastador: la producción industrial equivalía en 1947 al 44% del nivel que había tenido en 1936 y, con lo que Alemania producía en ese momento, se proyectaba que cada habitante podría adquirir en el mercado legal lo siguiente: un traje cada 40 años, una camisa cada 10 años, un plato cada 7 años, un cepillo de dientes cada 5 años, y así.
Las reformas de Erhard fueron antes que nada creíbles. Incluyeron la creación del marco alemán, la reducción del gasto y el circulante, la prohibición del déficit oficial, el fin de los controles de precios y hasta una “ley de ayuda inmediata”: un impuesto que pagaban las empresas que no habían sido tan perjudicadas durante la guerra y que financiaba a los más afectados. Tres días después de aquel 20 de junio de 1948, las vidrieras empezaban a mostrar productos que hasta ese momento escaseaban. Aquel programa, que bajó la oferta monetaria en 91%, consiguió que ese mismo año la producción industrial subiera 45% en relación con 1947 y que, en 1949 y 1953, la tasa de crecimiento de la producción fabril promediara el 20% anual.
En 1957, todavía ministro de Economía, Erhard dio un discurso memorable. Se lo puede encontrar en su libro más conocido, Bienestar para todos: “No estoy dispuesto a permitir que siga hablándose del ‘milagro alemán’. Lo que se ha llevado a cabo en Alemania en estos últimos 9 años es todo lo contrario de un milagro. Es tan solo la consecuencia del esfuerzo honrado de todo un pueblo que, siguiendo principios liberales, ha conquistado la posibilidad de volver a emplear su iniciativa y sus energías”.
A Milton Friedman le gustaba contar el caso. Y remarcaba un detalle: Erhard había elegido un domingo a la mañana para lanzar el plan. No porque estuviera cerrado el mercado financiero, como podría suponerse, decía Friedman: las que estaban cerradas eran las oficinas estatales que podrían haberlo echado a perder.