A Cristina la historia no la absolvió, la está juzgando
“Este es un tribunal del lawfare. que seguramente tiene la condena escrita. A mí me absolvió la historia. Y a ustedes seguramente los va a condenar la historia. ¿Preguntas? Preguntas tienen que contestar ustedes, no yo”, decía alzando la voz Cristina Kirchner el 2 de diciembre de 2019, cuando declaró ante el tribunal que ahora la juzga por hechos de corrupción en Vialidad Nacional, donde se la acusa de liderar una asociación ilícita que direccionaba licitaciones con sobreprecios.
Algunos líderes supieron utilizar ese tipo de frases que no responden a ninguna realidad, ni aclaran hechos cuestionables sobre sus decisiones o comportamientos públicos. “La Historia me absolverá” es una frase de Fidel Castro muy similar a la que utilizaba el dictador egipcio Hosni Mubarak, que supo decir: “será la historia quien me juzgue”.
Es curioso que Cristina se remita a compararse con frases defensivas similares a las que utilizaron dos gobernantes autoritarios, dos dictadores, en lugar de buscar coincidencias con otros liderazgos democráticos que tuvieron que atravesar algún tipo de persecución política. Además, Cristina Kirchner parece creer que su vida política debería ser contemplada desde la distancia de los tiempos y solo las generaciones venideras tendrán la capacidad suficiente como para comprenderla y contextualizar sus actos. Esto tampoco lo inventó Cristina, la idealización y consagración de las imágenes, sin importar los errores o delitos cometidos, está en el Tomo 1 del manual peronista.
Pero el contundente alegato acusatorio que está llevando el fiscal Diego Luciani también es y será parte de la historia. Si bien mucho de los argumentos utilizados por el funcionario judicial eran conocidos por gran parte de la opinión pública (el modus operandi de la corrupción en la obra pública, los nombres de los actores, los arrepentidos, los nuevos ricos, los testaferros, los mandaderos, los bolsos y el cajero de banco convertido mágicamente en empresario exitoso), escucharlos de modo ordenado, apoyados en pruebas, mensajes, contratos, hechos, fechas y testimonios no dejó de sorprender al más informado sobre el tema. Fue sin dudas el relato más duro y conciso en boca de un funcionario judicial en representación del pueblo sobre la corrupción en la Argentina, que no comenzó con los Kirchner, pero que supo desenvolverse con absoluta impunidad con ellos en el poder.
Salvando las enormes distancias, porque los delitos cometidos por la dictadura militar son incomparables desde todo punto de vista con los mencionados hechos de fraude o corrupción en la administración pública, la exposición del Luciani podría tener algún nexo con aquel alegato histórico realizado por el fiscal Julio Strassera el día del “Nunca más” durante el juicio a las Juntas Militares, porque más allá de la condena y los hechos sucesivos que atravesamos en pocos años, con las leyes de perdón hasta terminar en un indulto después derogado solo para los jefes militares, esa disertación jurídica del recordado fiscal Strassera aportó muchísimo para que la sociedad argentina comprendiera en ese entonces que la democracia era el único camino. Este sistema imperfecto, que lamentablemente hasta ahora no logró que todos coman, se curen y se eduquen, como presagiaba el presidente Raúl Alfonsín, sigue siendo el sistema que elegimos y la opción del salvataje autoritario de la mano de los militares quedó desterrada para siempre. Fue nuestra propia historia quien juzgó y eligió un camino, más allá de las condenas que determinó la justicia.
La acusación de Luciani nos debería interpelar como sociedad y también podría dejarnos como legado un firme convencimiento: que comprendamos que no importa si con Carlos Menem el dólar estaba barato y se podía acceder a bienes y servicios que hoy tienen costos casi imposibles de solventar o si con Néstor y Cristina Kirchner hubo dinero para distribuir en asignaciones sociales necesarias o si con Mauricio Macri existió una reparación histórica para jubilados, lo que no debemos tolerar es la corrupción, sin importar quien gobierne ni sus resultados.
En diciembre de 2019, Cristina Kirchner estaba a días de volver al poder cuando retó a los jueces y dijo que ella no debía dar explicaciones porque la historia ya la había absuelto, creyó que el triunfo electoral de la fórmula que compartía con el presidente Alberto Fernández, ideada por ella, era su salvoconducto a la impunidad, que esa decisión popular la había absuelto. Se equivocó. El éxito de determinado proyecto político, que siempre será parcial y coyuntural, no debe eximir de responsabilidades penales a quienes violaron leyes e incurrieron en el delito y si son condenados por la justicia deberían ser rápidamente inhabilitados para ejercer la función pública y terminar con los vericuetos que llevan a que sea la misma política quien termina salvando al corrupto otorgándole candidaturas para obtener los fueros necesarios para no responder ante la ley como cualquier ciudadano común.
Ya elegimos vivir en democracia, ahora estamos ante un momento bisagra de la historia que nos da la oportunidad de decirle “Nunca más” a la corrupción, de no aceptarla más como parte accesoria y necesaria de la política comprendiendo que el problema se eterniza y se agrava cuando es la sociedad la que elige y defiende a un político a pesar de conocer anticipadamente su pasado delictivo.