A contramano de la grieta
El fin de semana se realizó Ideas. Pensemos Juntos el Futuro, un encuentro que buscó acercar algunas de las ideas más recientes respecto de temas centrales para la vida actual: la libertad de expresión, la tecnología y sus efectos, la memoria, la religión y la ciudadanía, entre otros.
Ideas fue un hecho político en dos niveles diferentes, aunque vinculados. En primer lugar, la convocatoria favoreció una visión amplia de la cultura. El horizonte fue la discusión de los valores, las actitudes y las conductas que necesita una democracia para florecer, para volverse más abierta, más pluralista, más vibrante. Se buscó darle un contenido lo más real posible a esa expresión tan repetida: "cultura democrática". ¿Cómo podemos valernos de ideas y desarrollos intelectuales, técnicos y tecnológicos para fortalecer la vida en comunidad?
Pero también fue un hecho político en un sentido más específico y, si se quiere, más argentino. El gobierno anterior sólo invitaba al país intelectuales con los cuales estaba de acuerdo, que venían para promocionar y legitimar las políticas y los puntos de vista del oficialismo. Y si algún intelectual osaba expresar su desacuerdo con el gobierno, no alcanzaba con sólo ignorarlo: se hacía campaña en su contra. No nos olvidemos, por ejemplo, de los reclamos para que Mario Vargas Llosa, galardonado con el Premio Nobel de Literatura el año anterior, no inaugurara la Feria del Libro en 2011.
Entre los invitados de Ideas estuvieron figuras como Tariq Ramadan, posiblemente el intelectual musulmán más influyente (y controversial) de Occidente; Luciano Floridi, especialista en ética de la información y asesor de Google, y Bernard-Henri Lévy, uno de los filósofos franceses más destacados y recientemente dedicado a temas vinculados al judaísmo y al antisemitismo. David Rieff habló acerca de la memoria colectiva y la posibilidad del derecho al olvido. Charles Villa-Vicencio, por su parte, exploró la cuestión de la reconciliación a partir de su experiencia en el apartheid. Tania Bruguera demostró cómo el arte incomoda hasta a los regímenes más cerrados, mientras que Kevin Esvelt describió los dilemas morales que plantean las tecnologías de manipulación de ADN. Gérard Biard, redactor jefe de Charlie Hebdo, hizo una defensa de la libertad de expresión, y Azar Nafisi, autora de Leer "Lolita" en Teherán, explicó el rol de la literatura como promotora de la empatía, pieza clave de la democracia.
Tan evidente como la diversidad de temas y enfoques es el hecho de que este conjunto de oradores, que ni siquiera están de acuerdo unos con otros, mal podría haber conformado un grupo de apoyo al Gobierno. Ninguno de ellos vino a avalar nada. Nada más lejos de Carta Abierta o de la importación de intelectuales para legitimar una línea política. La riqueza del encuentro radicó en la exposición pública de ideas lo más diversas posibles, aun cuando (o precisamente para que) esas ideas terminaran enfrentadas. En democracia, la circulación de argumentos y el debate entre posturas distintas es lo que lleva a la maduración y al crecimiento.
Ideas, al pararse a contramano de la Argentina de la grieta y de un mundo que levanta muros físicos y simbólicos, fue un encuentro profundamente ideológico. La ambición de pluralidad no revela otra cosa que la ideología que está detrás de este gobierno: una ideología cuya razón de ser es, precisamente, no imponerse como tal.