A 78 años del Día D: proeza técnica y grandeza política
Se cumplen 78 años de dos sucesos decisivos que torcieron el curso de la Segunda Guerra Mundial, establecieron la supremacía de los ejércitos aliados y aseguraron la liberación de Francia. Me gustaría sugerir que el desembarco en Normandía y la posterior recuperación del puerto de Cherbourg son acontecimientos que requirieron tanto la máxima destreza técnica como la más encomiable altura moral y política.
El desembarco en Normandía comenzó en la madrugada del 6 de junio de 1944 en las playas de Omaha y de Utah. La liberación de París por parte de las tropas aliadas, el 19 de agosto de 1944, fue precedida por combates en Arromanches-les-Bains, Caen, Bayeux, Saint Lö, Le Havre y el puerto natural de Cherbourg, en el extremo oeste de la costa normanda. La toma y reconstrucción de Cherbourg, a partir del 1º de julio, fue decisiva para el suministro de víveres y armamento, a causa de su proximidad con Gran Bretaña.
La operación Overlord fue, en su momento, el nombre secreto del más masivo despliegue bélico de la Segunda Guerra, que combinó pericia, estrategia, creatividad y coraje. El Día D, 150.000 hombres y 8500 paracaidistas ingresaron al continente en las playas de Omaha, Utah, Gold, Juno y Sword. La coordinación de tropas estadounidenses, británicas y canadienses, sumada a la supremacía aérea y naval británica y americana, que escudaron las costas desde el cielo y el mar, abonaron el éxito de la operación, la liberación de Francia y, eventualmente, de Europa. El costo fue alto: solo el primer día murieron 3000 soldados y más de 800 paracaidistas.
Le debemos a Sófocles la magnífica “Oda al hombre” proferida por el coro en Antígona: “Muchos portentos existen en el mundo, pero nada más portentoso que el hombre”. A continuación, enaltece la grandeza técnica y moral del hombre, al tiempo que advierte sobre su naturaleza ambigua. Lo describe como lo más “funesto”, “ominoso”, “formidable” y “terrible”. Capaz de las más sublimes proezas: “Ayudado por las corrientes tempestuosas, llega hasta el otro extremo del espumoso mar, atravesándolo a pesar de las olas que rugen, descomunales”, como de los más brutales excesos. Es decir, por un lado, destaca su poder técnico y civilizatorio; sus proezas extraordinarias, su capacidad de crear arte, ciencia y tecnología. Y también, de diseñar leyes, estatutos y Constituciones, pues solo el hombre discierne lo justo de lo injusto: “La palabra por sí mismo ha aprendido y el pensamiento, rápido como el viento, y el carácter que regula la vida en sociedad: […] recursos tiene para todo, y sin recursos en nada se aventura hacia el futuro”. A continuación, el coro balancea los elogios, aludiendo al aspecto más funesto, pues el hombre “no respeta el bien por culpa de su criminal audacia”. La crueldad, la violencia extrema y la destrucción masiva anticipan un grado de mal inconcebible en tiempos de Sófocles, que Hannah Arendt denominó “banalidad del mal”.
Las sentencias de Sófocles son memorables por su validez eterna, pues justiprecian la naturaleza humana, luminosa y sombría. La destreza en el manejo de las técnicas y la máxima excelencia política se pusieron en evidencia hace 78 años en las costas de Normandía. Al respecto, particularmente destacables son la pericia y la imaginación de los ingenieros Percy Hobart y Allan Beckett. En su libro D Day, el historiador Anthony Beevor menciona a Hobart como el creador de los tanques anfibios y de las barredoras de minas, piezas claves sin las cuales el desembarco hubiera fracasado. Aunque había sido dado de baja por la naturaleza excesiva de su creatividad (“unconventional ideas on armour warfare”), Churchill lo reincorporó y lo puso a la cabeza de la 79ª División Blindada. La unidad desarrollaba nuevas tecnologías para enfrentar los desafíos imprevistos del desembarco: atravesar con éxito el muro defensivo costero alemán y adaptar la maquinaria bélica a las demandas de la geografía de las costas normandas. Circunstancias excepcionales requerían una imaginación extraordinaria.
El segundo, Allan Beckett, fue la mente creadora de los muelles flotantes del puerto artificial, que los aliados montaron en Arromanches les Bains, la zona del desembarco británico. Los puertos naturales de Cherbourg y Le Havre, en los extremos occidental y oriental de la franja costera normanda, estaban ocupados por fuerzas alemanas. La estrategia no fue intentar reconquistarlos, sino diseñar un artificio que permitiera desembarcar armamento, combustible, vehículos, tanques y todo suministro funcional a las necesidades bélicas. Como había exigido Churchill en 1942, “el muelle debe flotar up and down con la marea”. Y sigue el memo: “¡Debe resolverse el tema del anclaje! […] ¡Tráigame la mejor solución […] no discuta el asunto […] las dificultades lo harán por sí mismas!”. El ingenio de Beckett y la imaginación inconvencional de Hobart lograron sortear las adversidades climáticas, superar los escollos geográficos y, lo principal, atravesar con éxito la inexpugnable barrera defensiva alemana. La imaginación y la maestría en el dominio de las técnicas que hacen al hombre “rico en recursos” son las cualidades humanas que desde Sófocles nos llenan de asombro.
La imponente escultura de Anilore Banon, que corona las playas de Omaha, Les Braves (Los valientes), no solo honra el sacrificio de los caídos en el desembarco. Es un tributo a los aliados que “liberaron toda Europa”; a la altura moral y a la grandeza política puestas en evidencia en un suceso digno de la memoria universal. El conjunto imponente de velas de acero emerge del mar como cuchillas filosas y destaca tres elementos: “Esperanza, fraternidad y, en el centro, libertad, tan arduamente conquistada”. Les Braves es “una nave de acero tan noble, tan libre […], una escultura sublime que rinde homenaje a los héroes pasados. […] En ella, el suspiro de la historia murmura: ¡custodiemos nuestra libertad!”.