8N, un movimiento social que el Gobierno debería interpretar
Ningún movimiento nace hasta que no haya una oportunidad política, un contexto especial para el surgimiento de un problema social dado
Entre los muchos elogios y críticas que recibió la multitudinaria demostración del 8N, se ha reiterado desde distintos sectores oficialistas un cuestionamiento que resulta al menos llamativo. Se plantea a los manifestantes que deben incluir en sus reclamos un proyecto político definido. Los dichos de quienes sostienen esta exigencia son, por ejemplo: "El problema de esta marcha es que le falta un discurso político o un candidato", "No tienen un discurso político central" o "Carecen de proyecto propio". En una radicalización de estas críticas, panelistas de la Televisión Pública se refirieron a las consignas de la marcha como "confusas" y encontraron asimismo "confusos" a los manifestantes.
El punto de vista de estos críticos es asociar las demandas sociales al desarrollo de un programa político concreto
Desde la perspectiva de quienes participan del Gobierno y tienen una amplia formación militante es entendible que vean la ausencia de un programa político en los manifestantes del 8N. El punto de vista de estos críticos es asociar las demandas sociales al desarrollo de un programa político concreto. Esta perspectiva, sin embargo puede impedirles lograr una visión más amplia de lo que está pasando. En un pensamiento más incluyente, estos cuestionamientos no tienen demasiado sentido ya que impiden registrar la aparición de otros procesos sociales que intervienen en la construcción de cambios.
Es difícil discernir hoy si la manifestación del 8N y su antecedente del 13S constituyen un movimiento social incipiente y si darán o no lugar a un movimiento social más extenso. Lo que no resulta difícil es identificar el 13S y el 8N como un movimiento social. Los movimientos sociales no incluyen entre sus características centrales plantear un proyecto político integral, que pueda llegar a guiar una gestión de gobierno. El día 17 de octubre de 1945, nadie hubiera podido predecir la dimensión que llegaría a adquirir ese movimiento. No en ese mismo momento.
El accionar de los movimientos sociales refleja la experiencia acumulada en el pasado y los nuevos encuentros que genera cada movimiento, incluidos aquellos con sus oponentes
Tal como han mostrado Eyerman y Jamison, los activistas de los movimientos sociales "aprenden haciendo", como los artesanos, los cirujanos, los futbolistas y tantas otras ocupaciones que requieren permanente entrenamiento. La experiencia no incluye sólo la de los actores individuales o del conjunto manifestante, se suman la experiencia de movimientos anteriores y la de otros que actúan simultáneamente. El accionar de los movimientos sociales refleja la experiencia acumulada en el pasado y los nuevos encuentros que genera cada movimiento, incluidos aquellos con sus oponentes.
Lo inadecuado de demandar, desde las esferas oficiales, un plan político concreto al colectivo 8N queda más claro si se piensa en la falta de sentido que hubiese tenido hacer tal demanda a las demostraciones públicas del movimiento sufragista femenino ya que éste se desarrolló a lo largo de dos siglos y recién pudo completar su cometido, en Occidente, en el año 1971 cuando logró finalmente que las mujeres suizas pudieran votar.
Los movimientos sociales surgen apelando a la solidaridad de sus contemporáneos con el fin de promover cambios. En el 8N, en particular, la apelación a participar se realizó principalmente a través de las redes sociales, como viene ocurriendo con los movimientos sociales en distintas partes del mundo. Los movimientos, cualquiera sea su forma de convocatoria, son en sí mismos una forma de percibir la realidad y de confrontar las formas aceptadas del Statu quo. Confrontan, en distintas acciones comunicacionales, a las autoridades económicas, políticas y culturales. Desafían en general las ideologías dominantes, aunque en menos ocasiones se oponen a los cambios.
El conocimiento que van gestando los activistas es, por definición, un proceso de transformación de la conciencia social
Cada movimiento social no es meramente una organización o un grupo que defiende intereses singulares, es más bien un territorio cognitivo. El conocimiento que van gestando los activistas es, por definición, un proceso de transformación de la conciencia social. Lo que marca el carácter particular de cada movimiento es su práctica cognitiva: la creación, la articulación, la formulación de nuevas ideas y pensamientos y su difusión en la esfera pública.
La articulación de cada movimiento es un proceso de aprendizaje social, en el cual cada organización actúa como fuerza creativa. Ningún movimiento nace hasta que no haya una oportunidad política, un contexto especial para el surgimiento de un problema social dado. Ese momento y ese contexto de comunicación posibilitan el potencial de articulación del problema y la expansión del conocimiento.
Los gobernantes y los partidos cuentan con equipos de expertos que se ocupan de diseñar las cuestiones concernientes a la ejecución concreta de diversas propuestas. Ellos elaboran los distintos pasos de los proyectos que guían las acciones de gobierno y dan cuenta de la viabilidad de cada propuesta. Los movimientos sociales carecen de esta estructura y posibilidades.
Es difícil discernir hoy si la manifestación del 8N y su antecedente del 13S constituyen un movimiento social incipiente y si darán o no lugar a un movimiento social más extenso
El que los movimientos sociales carezcan, en principio, de un proyecto político definido no obsta para que los políticos con sensibilidad popular los puedan interpretar y llevar a la acción adecuadamente. Una muestra de esta capacidad fue el accionar sistemático y consecuente tanto del presidente Néstor Kirchner como de la presidenta Cristina Fernández. En momentos clave de sus gobiernos hicieron de las demandas de dos movimientos sociales emblemáticos una política de Estado. Tal fue su activo accionar en el tema de derechos humanos, política que resultó ejemplar y honrosa aquí y más allá de nuestras fronteras. Tal, también la propuesta y promulgación de la llamada ley de matrimonio igualitario y la de identidad de género, que cristalizaron en un accionar político reclamos históricos del movimiento por los derechos de los homosexuales.
Quizás, la Presidenta no se ha sentido debidamente reconocida y hasta amenazada por la marcha del 8N y eso le ha dificultado rescatar los aspectos positivos que estas ocasiones presentan, y que sí ha sabido interpretar en el pasado.
Graciela Peyrú