5 libros para conocer a J. M. Coetzee
Algunos hitos en la obra del Premio Nobel sudafricano
Entre la lengua inglesa, los restos de cultura afrikaaner de su familia y el cruce de múltiples razas, lenguas y religiones de la zona semidesértica de Worcester, John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) forjó su primera mirada del mundo, un espacio hostil en el que solo es posible sobrevivir conservando tanto una dura conciencia crítica como una voluntad piadosa para comprender la crueldad y la compasión. Su derrotero incluye estudios de lengua y literatura inglesas y matemáticas en la Universidad del Ciudad del Cabo; trabajos como programador de IBM en Londres; una maestría en la obra de Ford Maddox Ford; un doctorado en lingüística computacional en Texas, donde trabajó sobre la obra de Samuel Beckett, gran influencia de su oscura visión literaria, e investigaciones literarias en la Universidad de Adelaida, en Australia, su actual país de residencia. Aunque su formación se centró sobre todo en los aspectos científicos del estudio de la lengua más que en los estrictamente literarios, fue el azar de un encuentro en los archivos de bibliotecas lo que encendió la chispa de su primera obra: mientras hurgaba en los textos del etnólogo alemán Carl Meinhof sobre lenguas sudafricana, halló los glosarios redactados por otro viajero, Jacobus Coetzee, su antiguo antepasado holandés. La reconstrucción imaginaria de ese origen conquistador da inicio a una obra en el que biografía y ficción, raza y cultura, alegoría y realismo se cruzan y discuten en un retrato tan crudo, subjetivo y comprometido de la sociedad sudafricana, que se convierte en un reflejo universal de la crueldad con que el occidente blanco se enfrenta a su Otro. La contundencia de su obra lo llevó a ganar dos veces el premio Booker y el Premio Nobel de Literatura en 2003.
Tierras de poniente
(1974)
En 1974, cuando la imposición del afrakáans en las escuelas para negros desató la rebelión en Soweto, seguida de una furiosa represión, Coezee publicó su primera novela. Si bien en sus páginas no habla del presente sudafricano, los dos relatos que la componen permiten que resuene la violencia imperial desde la distancia del tiempo y el espacio. En la primera parte, "El proyecto Vietnam", el investigador Eugene Dawn, especialista en psicología militar, escribe un ensayo sobre la efectividad de la propaganda psicológica de Estados Unidos en la guerra, una indagación de la manipulación mental al servicio de la violencia que irá degradando poco a poco su propia estabilidad mental, y lo arrastrará a descargar la paranoia y la crueldad acumulada sobre su propia familia. "La narración de Jacobus Coetzee" inventa una expedición para su antepasado de 1760, hijo de un holandés y una sirvienta hotentote. En su avance hacia el norte de Sudáfrica, en busca de tierras vírgenes y marfil, Jacobus dispara a todo lo que se mueve, sea animal o humano. Aún derrotado, expoliado de sus bienes y enfermo, no pierde jamás su conciencia de dueño y señor de la tierra sobre la que camina. Su razonamiento lo lleva a una predicción sin matices, tarde o temprano el hombre blanco borrará del territorio a la “gente oscura”.
Esperando a los bárbaros
(1980)
“Los imperios se condenan a vivir en la historia y a conspirar contra la historia. La inteligencia oculta de los imperios solo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir, cómo prolongar su era.” En esa ambición ciega de contradecir el movimiento del tiempo nace el irracional afán destructivo del imperio. Con el ascetismo poético de un relato de Kafka o Beckett y reminiscencias a El desierto de los tártaros de Dino Buzzati, Coetzee reúne los mínimos elementos del drama que constituye la contracara oculta de la era moderna: el conquistador militar, el magistrado humanista y los bárbaros. Mientras estos últimos solo esperan que el conquistador regrese a su tierra por donde llegó, el imperio sostiene la única lógica que asegura su perduración perpetua: aniquilar al otro. El magistrado confronta así su contradicción: la Razón que le permite concebir la ley y la justicia, comprender la diferencia que lo acerca al otro, funda su autoridad en la fuerza ciega del dominio que contradice sus valores humanistas.
Desgracia
(1999)
Si hay una redención posible en el drama humano, Coetzee la encuentra del modo brutal y trágico que trama en Desgracia. David Lurie, un profesor de literatura de la Universidad de El Cabo, protagoniza un episodio de abuso sexual contra una alumna que lo destierra definitivamente de su mundo. Ante ese súbito desclasamiento, se retira a vivir junto a su hija en un pueblo del campo. Allí trabaja con los seres más desvalidos de toda la red social: los perros callejeros que son sacrificados en la perrera municipal. La vida dura pero apacible del campo pronto será alterada por un ataque violento que sufren él y su hija. Luego del final del apartheid, el equilibrio del poder ha cambiado y la agresión que reciben, respuesta al largo tiempo de opresión por parte del blanco, los enfrenta a la única alternativa de abandonar la granja o someterse a los códigos del patriarcado local. La discusión de Lurie con su hija trae consigo un planteo ético radical: quizá la única forma de reconciliación posible sea aceptar la sumisión completa, renunciar a la propia dignidad para pagar el derecho a poseer un lugar legítimo en la tierra que se había tomado por la fuerza.
Elizabeth Costello
(2003)
Híbrido entre novela y ensayo, Elizabeth Costello se vale de una escritora australiana septuagenaria para desarrollar su discurso sobre varios temas en ocho lecciones que componen a su vez un retrato del propio personaje. A través de su voz, Coetzee se permite reflexionar sobre los problemas de su propia obra y sus convicciones éticas. Así, Costello habla sobre los márgenes entre realismo, ficción y biografía, la compleja relación entre la autonomía del texto literario y el compromiso personal y ético del autor con su materia de escritura, el entrelazado crucial de sexo y muerte que atraviesa su obra. Uno de los temas centrales de las “conferencias” es la crueldad del hombre con los animales. Costello compara el uso despiadado como bien de consumo o como objeto de experimentos científicos de otras especias con los peores genocidios humanos, para argumentar que la crueldad contra la naturaleza es la raíz voluntariamente ignorada de toda violencia humana.
Verano
(2009)
La serie más personal de la obra de Coetzee la constituyen sus “novelas autobiográficas”, Infancia (1998), Juventud (2002) y Verano. Una trilogía de textos que no solo pone en cuestión el límite entre realidad y ficción sino que vulnera todas las convenciones del género autobiográfico. Nada queda aquí de la reconstrucción autocelebratoria de momentos iluminadores de la vida que constituyen la figura de un “autor”. Infancia narra los primeros años de la vida de Coetzee en la década de 1950 en Worcester, pero el foco narrativo es tan cercano que lo allí contado se limita a lo que un niño de pocos años es capaz de observar y procesar por su cuenta. En dirección opuesta, Juventud mantiene una constante y fría distancia en su personaje, en un “retrato del artista adolescente” que solo llega al arte a partir de la decepción y la inadecuación al mundo. En Verano la apuesta es aún mayor: la novela reconstruye la vida adulta de J. M. Coetzee hasta su muerte (que en la ficción ya aconteció), a partir de las voces de diversas mujeres que lo conocieron y que son capaces de descomponer hasta sus más oscuros vicios y miserias. Una vez más, Coetzee revela la verdad oculta en las zonas perversas de la naturaleza humana, pero en este caso se atreve al desafío de asumir la oscuridad en carne propia.
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