22 de octubre: “cambio, cambio”, pero, ¿qué cambio?
MONTEVIDEO.- Conformarse, “ilusionarse” o resignarse: esa es la cuestión para los votantes argentinos en la encrucijada del domingo. La oferta electoral es un entramado de frentes donde los partidos quedan desdibujados y las emociones parecen tener más peso que las ideas y las propuestas, que en muchos casos tampoco parecen tener límites claros. Del otro lado, en el electorado, la demanda es con sentimientos de angustia y bronca.
Con Patricia Bullrich, la opción es “conformarse” con el orden, con llegar a ser un país normal, con un solo dólar, que se pueda importar y exportar, que los precios oscilen de acuerdo con el mercado y una inflación tolerable. Es una meta que puede parecer poco ambiciosa pero para la Argentina es mucho, porque arrastra un tiempo demasiado largo de distorsiones. Bullrich y Juntos por el Cambio pretendían ofrecer más que “orden”, pero le salió un competidor fuerte en la franja del “cambio”, y para diferenciarse debieron bajar las banderas de la emoción para anclarse en un “cambio” responsable, cuidadoso, equilibrado.
Javier Milei se vincula más con la “ilusión”; que no es lo mismo que esperanza, sino que implica la imaginación de algo que no es real. La esperanza es un estado de ánimo que se genera cuando lo que alguien desea es alcanzable, mientras que la ilusión engloba –según una de las acepciones de la palabra- el concepto de un engaño de los sentidos, sin asidero con la realidad. Una ilusión es también una distorsión de la percepción.
Con Sergio Massa la alternativa es “resignarse”. Seguir por el camino del parche perpetuo sobre la base del manejo caprichoso y obsesivo de la economía, como si los equilibrios macroeconómicos y el crecimiento productivo pudieran alcanzarse con la firma de un decreto. Resignar viene del latín, conlleva el sentido de “entregar”, la decisión de bajar los brazos y no buscar una mejora porque el miedo paraliza y por ahí todo puede empeorar. Resignarse es “someterse”, es “entregarse a la voluntad de alguien”.
Massa es la opción del voto rígido de los peronistas y también de los que creen que Milei profundizará el desastre y Bullrich carece del liderazgo necesario para mantener la unidad entre los suyos. Para ellos Massa es, paradójicamente, “lo más estable” en la inestabilidad.
El sistema de partidos se ha quebrado por ausencia de estructuras fijas, de órganos de decisión, de activismo y en algunos casos de democracia interna. El escenario político es ocupado por diversas modalidades de alianza entre sectores. El esquema actual, con tres actores principales, podría definirse así: un unipersonal, una sociedad de responsabilidad limitada y una asociación de facto enquistada en el Estado.
Milei es un unipersonal, con apoyo familiar. Aprovechó la condición de “mediático”, con presencia constante en la TV. Un standapero con libreto de ortodoxia liberal minarquista y matices de líder rockero. Puede contar con algunos colaboradores más o menos cercanos, pero no hay una dirección concreta y abarcativa, no hay un partido, no hay un sector. Es solo una persona con gran capacidad de atraer la atención. Lo votan millones, pero no a un partido, sino a él. La Libertad Avanza no es una alianza y el Partido Libertario no es un partido como tal. Sin Milei, todo eso es nada.
Si bien Juntos por el Cambio es una sociedad entre el Pro, la UCR y otros grupos de peronistas o radicales escindidos, no parece ser una coalición sino una alianza de responsabilidad política limitada a su participación en cada instancia. En las PASO, más que una competencia interna, el Pro mostró una puja entre sectores con visiones diferentes. Patricia Bullrich viene del peronismo; luego pasó por la Alianza, después fundó su propio partido (1997) y en 2018 se integró al Pro. Juntos por el Cambio es un frente político con raíces en la Fundación Creer y Crecer creada en 2001 por Macri, desde donde surgió el Pro, al que luego se sumaron otra fuerzas.
Massa no utiliza un programa de gobierno aprobado por un partido, sino que es el último ejecutor de una estrategia de reparto de subsidios, planes y anuncios de bajas de impuestos. Es un ministro de Economía en campaña. Unión por la Patria es un movimiento heterogéneo que funciona como una asociación de dirigentes que usan el poder el Estado para conquistar voluntades. El nexo entre ellos es el retrato de su fundador -o de Evita-, el bombo, y la red de asistencia.
¿Entonces? La disyuntiva clásica de continuidad o cambio ha quedado distorsionada: no solo porque hay dos expresiones de cambio (Bullrich y Milei) sino también porque el candidato oficialista (Massa) reniega del gobierno que él integra y se presenta como “un cambio”, un corte con lo anterior.
Para los tres será difícil concretar un cambio.
Para Milei, porque no tendrá mayoría en el Congreso ni gobiernos provinciales, por lo que el costo para conseguir apoyos será ceder en sus planes anunciados. Si gana y se asocia a Massa, será rehén del peronismo. Si gana y se asocia a Juntos, será el macrismo quien imponga límites a sus propuestas.
Para Massa no será fácil liderar un cambio real por dos razones: primero, por su apetito por las medidas mágicas (como la impresión desmedida de billetes); segundo, por las negociaciones con el kirchnerismo y peronistas de otras provincias.
Para Bullrich tampoco será fácil un cambio en serio si no acepta ampliar su base de apoyo. En campaña sostuvo más de una vez la pureza de sus propuestas, sin la “contaminación” de dirigentes que mostraban cierta afinidad.
El electorado, en tanto, suma dolor y angustia. Hay fatiga, hastío y desesperanza. Fatiga de la clase media, cuyos ingresos se reducen y se ve obligada a hacer piruetas financieras para que su dinero no sea devorado por una inflación descontrolada y otras distorsiones y regulaciones. Hastío de las elites por la consecuencia de medidas que deterioran el clima de negocios y que impiden invertir y sumar socios para grandes proyectos. Hastío por la expropiación de perspectivas. Desesperanza entre los más pobres, que suman cada vez más, ven pasar gobiernos y sienten que cada vez están más lejos las posibilidades de salir de su condición.
En las calles céntricas de Buenos Aires la palabra que más suena es “cambio”, “cambio”. Vienen de aquellos que ofrecen a los turistas el dólar paralelo. El domingo, las urnas darán la pista de qué tipo de cambio, real o simulado, elige la Argentina.