2020, encuentro con el tiempo perdido
En algún lugar de la Argentina fui testigo de la siguiente conversación:
- Abuelo, nada bueno puede llevarse de este año. Nada positivo. Fue una completa pérdida de tiempo.
- Es probable que sea así, querido Miguel. Pero de alguna manera, muy en lo profundo, aquello que perdimos -como el tiempo- retorna, pero de otra forma.
Luego de presenciar ese momento resonaron automáticamente los párrafos de La muñeca viajera, de Kafka. En realidad, fue como si el abuelo de Miguel hubiese leído exactamente aquella historia perdida que Franz Kafka efectivamente vivió. Como sea, nunca lo sabré. Sin embargo, de algo estoy seguro: cuando las palabras que casualmente nos trae el viento, las sentimos, entonces merecen ser contadas, aunque permanezcan solamente en el plano imaginario.
En víspera del tiempo nuevo parece oportuno y necesario compartir esta historia. Quizás, en algún punto, el relato pueda ser el puente de encuentro con el instante perdido o bien con el momento oportuno de despedirlo.
Fue en 1923 cuando Kafka paseaba por el parque Steglitz, en Berlín. Solía recorrer ese espacio verde para despejarse de la cotidianeidad que lo agobiaba durante los últimos años de vida. Así fue como un día inesperadamente encontró a una niña llorando, porque había perdido su muñeca. Al instante, y sin sopesar las consecuencias, Kafka decidió inventar una historia para alegrarla: la muñeca no estaba perdida, sino que se había ido de viaje para conocer el mundo. Y le había solicitado a Kafka (que ahora actuaba en calidad de cartero de muñecas) que le anoticiara a la respectiva dueña que prometía escribirle por correo todas las semanas.
El desafío del escritor comenzaba. Debía confeccionar una carta por día sobre las diferentes aventuras de la muñeca y leérselas posteriormente a la niña. Y así lo hizo: en cada reunión, y en el mismo banco del parque, le compartía las maravillosas experiencias que transitaba por los distintos países del mundo. La felicidad de la pequeña al escuchar las historias era absoluta. Y la satisfacción de Kafka era equivalente.
Sitios exóticos, culturas diferentes, rostros fugaces, calles históricas, comidas nuevas, miedos y alegrías, fantasías conquistadas, fueron tan solo algunas de las tantas cuestiones que la muñeca participaba amorosamente con su amiga. Fueron semanas de felices intercambios epistolares. Hasta que cierto día las travesías por el planeta derivaron en una relación de noviazgo y en la formalización del matrimonio. Al poco tiempo, en hijos. El mensaje remitido para la niña no era menor: la muñeca debía despedirse definitivamente de ella.
Para ese entonces, la niña había logrado atravesar la angustia producto de la pérdida. Así, lo que al principio fue doloroso, luego -gracias al gesto y la compañía de Kafka- resultó ser gratificante y promisorio. El escritor había logrado el cometido propuesto: demostrar cómo el tiempo perdido con aquello que amamos puede ser transformado o encontrado de otro modo. Es la misma enseñanza que intentó transmitirle el abuelo a Miguel. Y es la misma perspectiva que, durante este año, relumbraba por todos los orificios de las circunstancias acontecidas.
El cuento de Kafka nunca fue encontrado. Tampoco la niña del parque. La historia se encuentra perdida. No obstante, hoy seguimos hablando de ella como si fuese real. Y tal vez ese sea el preciado legado del poeta: el escrito perdido cobra, por ese mismo motivo, sentido positivo.
Finalmente, un detalle. La última carta leída por Kafka iba acompañada de un paquete envuelto para regalo. Era una muñeca nueva y diferente para la niña. Ella, varios años después y casi por casualidad, encuentra dentro de esa muñeca un minúsculo papel escrito de puño y letra que decía, finalmente, lo siguiente: "Todo lo que amas probablemente se perderá, pero al final, el amor volverá de otra manera".
Abogado y magíster en derecho administrativo